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Romario

Quienes tuvimos la fortuna de ver a Romário sabemos que él fue un verdadero sinvergüenza de las canchas, un irreverente con la pelota, un insoportable en la marca. Este pequeño ser humano marcó más de 1,000 goles en su carrera, algo difícil de imaginar incluso si se juega a nivel amateur.

Pero uno no puede llegar a esa cifra solo por una hermosa habilidad con los pies, se requiere, sin duda, una enorme inteligencia y una indomable voluntad. Hay tres características que sintetizan su grandeza: la velocidad para sacar el disparo, la precisión que tenía para colocar esa cosa redonda en un tejido de red, y la enorme capacidad para posicionarse dentro de la cancha.

Romário y la topología

El Balón de Oro de la Copa del Mundo Estados Unidos 94 es, –quizá- el jugador que mejor ha entendido de los lugares, un verdadero topólogo. Él sabía perfectamente sobre proximidades y agujeros, sobre huecos e intersecciones: sabía posicionarse. Podía estar 89 minutos parado y en un minuto te resolvía el partido.

Un defensa que se enfrentó con él varias veces (López), llegó a mencionar: «Era desesperante, te hacía creer que no estaba… y en un segundo… la liaba». El gran Rexach alguna vez dijo: «Otros necesitaban un plaza de toros para encontrar el camino del gol. Él, medio metro. Y además, lo hace bonito».

El propio Josep Guardiola, que lo acompañó durante cuatro años en el Barcelona, afirmaba severamente: «En el campo sabías cuándo quería la pelota… Si se ponía de perfil, te la estaba pidiendo». Eusebio Sacristán decía, por su parte: «En el juego no dudaba. Cuando se perfilaba, sabía qué iba a hacer y cómo hacerlo. Y en la vida, igual. Era muy directo. Hablaba poco y muy claro siempre».

El cambio de lugar: la política

Este mágico delantero ha desplazado esta habilidad topológica. Este exfavelado representa hoy día a las clases más desprotegidas de la hermana nación brasileña. Ha pasado del mundo de la pelota al mundo de la palabra. La sustitución de la habilidad de las extremidades inferiores por el de la boca, ha hecho que la alegría de las gradas se traslade a la lucha en los curules.

Mientras la popularidad de la mayoría de los exfutbolistas (inmersos o no en la vida pública de un país), es dirigida para el beneficio de la policía; Romário emerge como un claro ejemplo de que el futbol y la conciencia crítica no están siempre divorciados. A diferencia de la mayoría de los futbolistas que han terminado en la política, Romário no aprovechó su popularidad para legitimar al establishment.

O baixinho, Romário, logra hacer política en su acepción originaria, logra pasar del mero mugido de los seres sin nombre al argumento lógico que posiciona a esos seres y logra que sean escuchados.

En palabras del filósofo francés Jacques Rancière en su texto «El desacuerdo»: «La actividad política es la que desplaza a un cuerpo de lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde solo el ruido tenía lugar, hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido».

El querido Jacques nos muestra esta distinción afirmándonos que para mostrar el agrado o desagrado basta la voz, que al igual que cualquier otro mamífero puede expresar placer o dolor.

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Pero es solo por medio del logos donde puedo expresar si algo es útil o nocivo, que serán los antecedentes para pensar lo justo y lo injusto (motivos propios de la política). Este paso de la articulación fónica de un gemido a la articulación discursiva lógica que ha generado que Romário se posicione como una anomalía, ya no solo de la FIFA, sino también de la vida política de Brasil, al grado que incluso por momentos llegó a perder el apoyo de su propio partido.

Las similitudes con la cancha

Como en la cancha, casi nunca perdona. En tiempos mundialistas, fue de los pocos atletas que mostró la contradicción del lujo innecesario del evento frente a las grandes deficiencias sanitarias y educativas que persiguen a Brasil. «Romário practica el vuelo libre y canta las verdades del barquero a los cuatro vientos, le pese a quien le pese», dice Francho Barón en un artículo de El País.

Cuando el querido Romário tiene a Ivy, su hija que padece de Síndrome de Down, no le basta salir a las calles a gritar el dolor que le causa el maltrato social hacia su hija, sino que se posiciona en el lugar correcto (en este caso el Congreso), para cambiar lo que el poder policial reproduce.

Su hija, la consentida, ha logrado transformar no solo a su padre, sino la legislación de un país (con la ayuda por supuesto de muchas personas en la misma situación). Ahí donde varias personas abortarían si supieran que su hija padecería este Síndrome, ahí Romário ha metido los mejores goles de su vida, los mejores regates que puede alcanzar un hombre.

Por: Julián Náder / @NaderJulian

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Comentarios (1)

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