Cuando uno mira la historia del futbol mundial, se puede encontrar que siempre ha sido escrita por grandes goleadores que consiguieron ridículas anotaciones o sorteaban una cantidad increíble de rivales para conseguir el gol más bello de ese momento; los porteros que hacen de villanos tras una pifia en la línea de gol, un penal concedido o un error al jugar con el balón. Los defensas no siempre son los favoritos de la afición, ya sea por su carácter de gendarme o su personalidad inquebrantable que impide a base de patadas el espectáculo del atacante, pero uno que otro consigue volverse el ídolo de las multitudes. Sobre todo cuando utilizan sus remates de cabeza al servicio del gol, pues es en el minuto 90 cuando ellos corren al último tiro de esquina, se elevan y solo se escucha el grito eufórico del estadio completo. Ronald Koeman supo ser ese defensor, ganándose un lugar en el Olimpo de los dioses catalanes.
Koeman nació un 21 de marzo de 1963, en los Países Bajos y comenzó su carrera en 1980 con el F.C. Groningen y comenzó a destacar su futbol ordenado, técnico y equilibrado que le permitía jugar como defensa central o líbero, justo detrás de la línea de centrocampistas, aportando sus habilidades para recuperar balones y dar salida a su equipo. El resultado fue increíble, terminó con 33 goles en 90 partidos que disputó con su primer club.
Después de llegar al Ajax y conocer a su mayor influencia en el futbol, Koeman abandonó al equipo y prestó sus servicios para el rival eterno, el PSV Eindhoven que estaba bajo el mando de Guus Hiddink, parecía que los éxitos no llegarían compitiendo contra el Ajax de Cruyff, pero el futbol de Koeman destacó y les dio un triunfo en la final de la Champions League de 1988 frente al Benfica. Ese mismo año, la Naranja Mecánica de Holanda conquistaba la Eurocopa. Aquí llegó el momento que lo definía como un jugador preparado para afrontar nuevos retos, siempre acompañado de goles, llegó al F.C. Barcelona la temporada siguiente.
Fue en el club blaugrana donde se ganó un sitio en la historia, el equipo era dirigido por un viejo conocido, padre de la Naranja Mecánica, Johan Cruyff. Con un holandés en el banquillo y uno en la cancha, el desempeño de los culés alcanzó el paroxismo del buen futbol. El camino había sido largo y complicado, pero se jugaba la final en la catedral del futbol, Wembley. Un encuentro cerrado, francamente no había sido una gran exhibición, aunque no todos estaban de acuerdo. Con esa característica tan peculiar que sólo los héroes pueden sentir, Koeman se paró junto al balón, habló con sus dos compañeros que escoltaban la esférica y se decidió. Le dejaron el balón con un leve toque e impactó al poste del arquero, un tiro excelso que evitó los pies de sus rivales y las manos del arquero, el único gol de la noche era de un defensor. No fue el único que anotó en su carrera, pero tal vez el más importante.
Al revisar la lista de defensas goleadores, encontramos a campeones del mundo como Passarella, cracks de época como Fernando Hierro o la figura del patón Bauza, pero siempre hasta la cima, un representante del futbol total del Barcelona, de Holanda y de Cruyff: Ronald Koeman.
Su carrera continuaría tiempo después como director técnico, pero sin duda, en Cataluña nadie olvida la primera vez que levantaron una orejona gracias a este tipo.
Por Jorge Emilio Mendoza Piña @georgehatetweet