Pensar y escribir sobre Salvador Cabañas es como vivir dos veces, multiplicando la existencia dentro del espacio más inhóspito que uno pueda imaginar. Si algo nos queda claro con la teoría de Aleksander Oparin son los caminos que toma la vida para emerger.
Y así como la apuesta del científico ruso por conocer el origen de la vida fue un testimonio de pugna entre hipótesis y realidad, nuestra apuesta es también la de rastrear la figura del ídolo, del Chava que logró estremecer al Estadio Azteca, para poder hablar así un poco de su trayectoria y del buen futbol que aún hoy lo acompaña, muy a nuestra manera, pues sabemos que la pelota es misteriosa y a veces, solo a veces, suele aparecer para luego marcharse.
El memorial, por otra parte, rescata la distancia de un hecho para reconfigurarlo en la nostalgia. Ya no es Salvador Cabañas, es nuestro diez permanente en el campo del recuerdo.
Cómo olvidar el Apertura 2003, donde hizo su aparición con los Jaguares en la Primera División del futbol mexicano. Allí conocimos la virtud que tenía al desmarcarse en el momento preciso, burlando a la defensa que sólo lo miraba pasar.
Un capitán sin duda, que llegó al increíble número de 15 goles en el Clausura 2004, quedándose a uno de los punteros que se llevaron el título de goleo. Era un gran inicio para Chava que conocía las figuras gambeteras que suceden en el área.
Hoy Salvador Cabañas continúa siendo el máximo goleador de los extintos Jaguares de Chiapas (61 goles). Nadie como él para entender la expresión del gol. En el Clausura 2006 sería otra historia, allí por fin ganaría el título de goleo que, aunque compartido con el Loco Abreu, se tradujo en una conquista.
Hablar de Cabañas es como vivir dos veces, aquí se termina la primera vida y comienza la segunda.
Ya en el América compartió vestidor con figuras de la talla de Cuauhtémoc Blanco y el Piojo López. Tristemente perteneció a ese cuadro azulcrema que no pudo ser campeón; fue un rey sin corona que, a pesar de ello, ilusionó a la afición en Coapa. Las playeras circulaban con su nombre. Aún veo a mi padre comprando su jersey estampado con el nombre de Cabañas, la inmortalidad de un héroe se forjaba entre el acero y el amor de la hinchada.
Sin embargo, llegó el fatídico 25 de enero de 2010, con el atentado que terminaría a la postre con su carrera futbolística. El dos veces goleador de la Copa Libertadores de América yacía en una cama, luchando por su vida. Ya no vendrían más mundiales. Alemania 2006 se quedaría como un testimonio, Sudáfrica no llegaría.
Un Salvador Cabañas que se recupera poco a poco, que aún toca el balón. Maradona lo llegó a visitar, lo impulsó a seguir adelante, se hacen reconocimientos, se vuelven a firmar playeras. Dionisio y Basilia saben que el amor se moldea con las manos, como aquel poema de Fernández Retamar que dice: Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Así ellos con su trabajo construyeron una panadería en Itaguá (Paraguay). Su hijo “Chava” el ídolo, trabajaba de repartidor y también llegó a entrenar al equipo de tercera división que se llamaba Paseo Guaraní. Hoy la historia sigue, no hay duda, vivimos dos veces. Y el futbol está en ambos escenarios. Nunca se va del todo.
Por: Andrés Piña/@AndresLP2
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