A menos que sea algo sumamente importante, es difícil que programe compromisos cuando juegan la AS Roma o el Atlético de Madrid. Pero hay otro equipo del cual soy aficionado y cuyos encuentros espero toda la semana y que superan en prioridad a cualquier otro asunto: se trata del Club Independiente Chihuahua categoría 2015-2016, la escuadra donde juegan mis hijos gemelos.
La hora del fut
El balón contiene potencialmente todas las historias. Sólo hay que ponerlo en movimiento. Jugar y esperar a que acontezcan.
–Galder Reguera
Hacía tiempo que conocía la trayectoria y metodología del Inde y cuando a inicios de 2021 anunciaron que reanudarían los entrenamientos después de la pandemia, mis hijos ya pasaban por poco la edad mínima para registrarse. Tenían casi cinco años y uno sin ir a la escuela. En pocas semanas su nueva actividad los fue despabilando de la hosquedad en que se habían sumido durante el encierro. Pero sus inicios como futbolistas nos traerían más cosas.
Entre padres e hijos se construyen rituales que en el presente son cotidianos pero que con el paso del tiempo adquieren profunda trascendencia. El día previo a sus torneos de futbol mis hijos y yo preparamos sus uniformes y ellos eligen la casaca que me pondré para ir a verlos.
Antes de salir nos ponemos bloqueador en las caras y, si el rumbo y la hora lo permiten, camino a la cancha nos detenemos por un café para su mamá y para mí. Si nos saltamos alguno de estos pasos, lo reclaman. Estos pasajes hoy nos parecen triviales pero seguramente en el futuro ellos se los contarán a sus hijos.
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Uno de mis rituales favoritos es ese que se da cuando estamos a unas cuadras de la cancha y les digo que estamos por llegar, que recuerden que es muy importante esforzarse, ayudar a sus compañeros de equipo y hacerle caso a la coach; pero que no olviden que lo más más más importante es divertirse. Entonces me dicen que ya lo saben, que siempre se los digo. Lo que no saben es que se los seguiré repitiendo por siempre, porque estos no son sólo consejos para el partido que se viene, sino máximas a seguir en toda su vida. ¿Quién dijo que el futbol es una escuela de vida? Porque sí es.
¿La revancha para el padre?
Los hijos hacen que te mires en un espejo muy jodido, que no es otro que el reflejo de sus ojos.
–Galder Reguera
Siempre fui malo para los deportes y para las actividades físicas en general. Allá en los ochenta, cuando iba a la primaria, en los recreos me escogían al final de todos para los equipos de fut. Incluso a veces me desescogían: cuando sólo yo quedaba disponible, el capitán al que le tocaba elegir le decía al otro equipo “Quédenselo ustedes”.
Ahora veo a mis hijos y no puedo desprenderme de ese trillado orgullo masculino y me emociona que puedan, que les salga, que la lleguen. Cuando aliento sus hazañas o cuando las narro entusiasmado no puedo dejar de preguntarme qué estoy haciendo. Es un temor que fácilmente identifico de dónde nace: viene de mis inseguridades. ¿Estoy compensando mis limitaciones y frustraciones con los logros de mis hijos? ¿Todo esto se trata de mí y no de ellos? La culpa está ahí, constantemente asediando para tomar el lugar del orgullo y la felicidad.
Un juego importante, pero juego al fin
Es mágico el balón: botas uno y empiezan a aparecer niños por todas partes.
–Galder Reguera
El futbol es un juego. Suena evidente, pero siempre se nos olvida, tanto cuando lo vemos como cuando lo practicamos. Aunque para mis hijos efectivamente el futbol es, tal cual, eso: un juego. Así lo toman y así lo viven.
En el sistema de entrenamiento del Club Independiente, su equipo, se prioriza que en esta categoría los niños se diviertan, que se la pasen bien, que quieran seguir yendo al fut… que jueguen, vaya. Ya después vendrá la competencia. A la par de la diversión los van formando como futbolistas, automatizando los movimientos del juego.
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Se busca que de manera mecánica e inconsciente paren el balón con la suela del zapato, que sin pensarlo hagan un quiebre, que casi sin darse cuenta corran controlando una pelota. El balón entonces se va convirtiendo en un artefacto sincronizado con su cuerpo. Y mientras tanto, los niños juegan.
Muchas veces los rivales están más concentrados en ganar que en jugar y así les exigen sus entrenadores y papás y mamás. Entonces los niños se conducen soberbios y bravucones cuando van arriba y se frustran cuando van abajo –los he visto incluso salir llorando de la cancha–. Mientras tanto, en el Inde juegan. Cuando el balón está lejos de su posición saltan, ensayan festejos para cuando anoten un gol y platican sobre caricaturas y video juegos; siempre siguiendo la jugada y listos para activarse como futbolistas en cuanto se requiera.
Además, sin importar el marcador, terminan felices de haber jugado y de haber estado con sus amigos. Hemos tenido resultados escandalosamente abultados –a favor y en contra– y los gemelos salen siempre igual de contentos a contarnos cómo les fue y a pedir que les compremos un vaso de fruta picada con chile y limón en los carritos que se agrupan alrededor de las canchas.
¿Ejemplo yo?
Supongo que a todo padre le sucede en algún momento, que mira a su hijo y se ve a sí mismo.
–Galder Reguera
En uno de los partidos reparo en un niño ciertamente veloz y hábil pero que sobresale más por su agresividad que por sus talentos. En casi dos años de estar yendo a torneos nunca había visto a un niño de seis años espetarle las decisiones al árbitro y hasta buscarle bronca a un adversario (el otro niño ni siquiera entendió la afrenta).
Fue fácil identificar al papá del chavito: obviamente era el tipo que estuvo todo el juego pegado a la malla ciclónica vociferando instrucciones a los niños, cuestionando al árbitro y exigiéndole movimientos al coach de su equipo. De tal patán, tal patancito.
Me gusta pensar que ser papá me ha hecho ser mejor persona. Es una tarea constante y una responsabilidad abrumadora saber que soy el molde que está configurando a mis tres hijos (los gemelos y su hermana mayor) y eso me plantea el reto de hacer las cosas bien, de mostrarles cómo conducirse. Ver a ese niño ser un puntual reflejo de su padre me deja en claro que lo que mis hijos ven en mí será mucho de en lo que se van a convertir.
Sentir el juego
Parafraseando a Valdano, podríamos decir que [el futbol] es la cosa más trascendente entre las cosas menos trascendentes.
–Galder Reguera
Los niños van creciendo y su atención se va afinando y enfocando. A los seis años se sentaron conmigo a ver un partido completo de la Roma (hasta logré que el gran Vito De Palma les mandara saludos en la transmisión de ESPN) y unas semanas más tarde vimos la final del Mundial Qatar 2022. Las tres horas que duró. Saúl dijo que le iba a Francia y Damián que él a Argentina. Gritamos, saltamos, golpeamos el sofá y no nos perdimos ninguna jugada. Luego Argentina ganó y entonces Saúl se fue a su cuarto y se tumbó boca abajo sobre la cama. Tenía apenas unas horas de haber adoptado a Francia como su equipo y ahora estaba abatido por la derrota.
Pensamos en las emociones como si fueran espontáneas, algo que nos brota de manera natural e instintiva. Pero momentos como este me dejan claro que las emociones también son algo que aprendemos. Tradicional y socialmente, es en el futbol (y en otros deportes) donde los hombres nos sentimos más cómodos expresando nuestras emociones. Cuando jugamos o vemos futbol es cuando nos abrazamos, nos hablamos de cerca y hasta lloramos.
Aquí Saúl había aprendido observando a otros varones (a mí, a mis amigos) que si tu equipo pierde un partido importante entonces debes sentirte muy triste, y que entre más importante es el partido más devastadora es la tristeza. Y su equipo había perdido el más importante de los partidos y él estaba real y genuinamente triste.
Platicamos y le conté que irle a un equipo de futbol significaba un compromiso. Que a veces eso iba a ponerlo muy feliz y a veces muy triste, pero que ninguna de las dos cosas estaba garantizada y que ninguna de las dos cosas iba a ser para siempre. Y que todo eso estaba bien porque es lo que lo hacía tan bonito. Otra vez: le dije esto acerca de un partido de futbol, pero es algo que en realidad se trata de la vida.
Compañeros en la escuela de vida
Lo que me sucedía (y cuando juego me sigue sucediendo) sobre el campo me pasa también fuera de él. En el fondo, todo me da miedo y en general no tengo ni idea de qué hacer.
–Galder Reguera
En el futbol es donde mis hijos y yo nos encontramos en un punto de iguales. Es el único rol donde somos lo mismo: jugadores. Así que alrededor del futbol podemos convivir y conversar con total empatía y reciprocidad. Desde el futbol no les enseño sino que es más como ir aprendiendo juntos. Celebro mis logros y lamento mis yerros en la cancha con mis hijos, muy diferente a los logros y yerros que tengo en otros ámbitos como el trabajo, un mundo que les es ajeno; o a los que tuve cuando tenía su edad, que les es lejano.
De pronto pelean con algún amiguito o fracasan en alguna tarea de la escuela y cuanto más intento consolarlos o aconsejarlos más se van frustrando hasta que me dicen “Es que si fueras yo sabrías cómo se siente”. Pero en la cancha saben que sentimos lo mismo porque vivimos lo mismo y les puedo contar en tiempo real cómo fui resolviendo problemas con mis compañeros de equipo o cómo lidio mis limitaciones como jugador. Y entienden. Y me tranquiliza saber que lo que entienden de la cancha les va a funcionar también en otros campos de la vida.
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Como aquella vez en que anoté en la puerta de mi equipo y camino al partido de ellos les conté que había cometido un error y que me sentí muy triste y que me daba vergüenza con mi equipo y que me quedé tirado en la línea de meta, pero que entonces mis compañeros habían venido a levantarme y a darme ánimos. Somos equipo. En la gloria y en la humillación.
En el partido de mis hijos el rival cobró un tiro de esquina y el balón pegó en el poste y luego rebotó en Damián y se metió al arco. Lejos de entristecerse, Damián corrió hacia su coach gritando emocionado “¡Mi papá también metió un autogol!”. La grada se rió. Yo también me reí. Por la noche todavía sonería: qué inolvidables historias estamos construyendo.
Este texto está inspirado por el bellísimo libro Hijos del fútbol de Galder Reguera, del cual están tomadas las citas.
Por Gustavo Macedo Pérez / @cronicadeguso