“Me gustaría que me gustara el café: se nota que lo disfrutan mucho y cuando dicen que van a ir por uno se ponen bien contentos”. La confesión me dejó meditando buen rato. ¿Por qué alguien tendría interés en que le gustara algo que no le gusta? El planteamiento me pareció incluso paradójico y me sumergió en una reflexión: ¿Había algo que no me gustara a mí y que quisiera que me gustase? O, quizá, ¿hay algo que no me gustaba antes y que me gusta ahora porque así lo decidí? Respuesta: sí, el futbol.
Soy un aficionado tardío al futbol y este es mi testimonio
Fui de esas personas que dicen que no ven el futbol pero que los mundiales sí. Desde 1986, cada cuatro años acomodo mis actividades alrededor del calendario de la Copa del Mundo. Cada cuatro años.
A partir de 1998 me quedó claro que las noches de bar eran mejores en tiempos del Mundial. Cuando arrancó Sudáfrica 2010 –el primer Mundial que vivimos con Twitter– pregunté por Kikín Fonseca. El delantero había sido nuestra estrella potencial en Alemania 2006 y me consternó saber que, apenas cuatro años después, el tipo había desaparecido de las canchas. Tal vez cuatro años son mucho tiempo.
Cuando terminó Brasil 2014 me sentí desolado. No fue el penal que Huntelaar nos clavó en el minuto 94. Era algo más. La vida era buena. Todavía lo es. Pero faltaba algo. ¿Por qué no podía mantener esa intensidad en mis días? Explotar en saltos cuando el balón se funde con las redes, tumbarme de rodillas mientras el rival se enfila para tirarnos un penal… Ahí lo decidí: me iba a gustar el futbol.
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Y así fue. Villamelón, siguemoditas, pretencioso, poser… me han dicho de todo y la verdad no he intentado defenderme. No hay un equipo al que pueda decir que le voy desde chiquito (bueno, sí: a México) y en Brasil 2014 no conocía a casi ningún jugador. Pero me he esforzado y hoy puedo considerarme un aficionado entregado y comprometido con ponerme al corriente.
No comencé de cero. En 1986 tenía siete años y vivíamos en Ciudad Juárez. Mi papá compraba su cartón de cervezas Corona en el expendio de Ismael, donde me regalaron un astuto artilugio de cartón que con dobleces y pestañas que se jalaban mostraba el calendario de juegos de México 86.
Ahí mismo se anotaban los resultados y se descifraban los cruces para la fase de eliminatorias. Copié los uniformes de las veinticuatro selecciones, cada uno en una hoja de máquina a la que también le dibujé la bandera del país representado, cuidadosamente copiada de una enciclopedia que había en la casa. El resto de su vida mi padre contaba divertidísimo como al ir quedando eliminado cada equipo yo tomaba su hoja para tacharla y destruirla.
Haberme iniciado tarde en la afición me brindó algunas ventajas, como elegir de manera consciente y justificada los equipos para los cuales hincharía. De inmediato me decanté por las ligas europeas, elegantes en su técnica y cuyas casacas no estaban mancilladas con logotipos multicolores amontonados en cada porción de tela. Comencé a dedicarle tiempo los fines de semana a la liga española, la alemana y la italiana. Me fasciné con la Champions. Leí a Villoro, a Galeano, a Hornby.
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Buscaba una escuadra con historia, con valores y garbo. Pero mis primeros colores surgieron de un lugar que no me esperaba.
Pasaba de la 1:00 de la mañana y ya habíamos tomado bastante ,cuando Luis Gerardo se puso repentinamente serio. “Amigos: quiero que le vayan conmigo a los Leones Negros”. Nos reímos. Pero la seriedad que Luis Gerardo mantuvo nos hizo acomodarnos bien en nuestros asientos y prestar atención con respeto. Egresado de la Universidad de Guadalajara, nos contó la historia del equipo.
Nos dijo cómo en vez de designar un lugar del estadio a alguna violenta barra se le daban esos asientos a estudiantes de preparatorias. Aseguró que la casaca negra, roja y amarilla era la más hermosa de México y una de las más bonitas del mundo. “Quiero que le vayan conmigo a los Leones Negros… y quiero que lo anuncien con orgullo”. Haber sido reclutado así me brinda algo que casi ningún hincha puede disfrutar: cada dos de febrero celebro mi aniversario como León Negro.
En 2018 se anunció que el Mundial de 2026 será realizado en conjunto por México, Estados Unidos y Canadá. De inmediato calculé que mis hijos gemelos tendrán diez años (tres más de los que tenía yo en México 86) y mi hija 21. Vamos a ir. Seguramente nos será más sencillo asistir a algún partido en los Estados Unidos y le podré invitar una cerveza a mi hija en el estadio.
Cuando veíamos la final de España contra Holanda en Sudáfrica 2010 le reclamé a mi padre “Oye, ¿por qué no fuimos a ningún partido del Mundial cuando fue en México?”. Su reacción me dejó ver que tenía tiempo esperando la pregunta y, un tanto avergonzado, dijo que en esos tiempos a él no le gustaba el futbol. Como tenista, encontraba el juego vulgar y primitivo. Fue hasta 1996 que pasó un año trabajando en Torreón cuando se contagió del entusiasmo por el balón y regresó convertido en un acérrimo seguidor de Santos.
Tengo motivos para creer que lo último que hizo justo antes de morir fue ver a su equipo encajarle un 3-0 al Querétaro.
Ser un aficionado tardío no me hace menos aficionado. Cuando me senté junto a Luis Gerardo en el Jalisco a ver la final de Ascenso y nuestros Leones Negros cayeron, sé que sentí un dolor idéntico al suyo. De igual modo, cuando Manolas le anotó de cabeza al Barcelona en el minuto 82 para calificar a la Roma a las semifinales de la Champions, entré en un estado de furor equiparable al del defensa griego mientras corría a celebrar frente a las gradas.
Llegué a la Loba atraído por la soberbia de su casaca color rojo imperial y me sedujo la impecable entrega de Francesco Totti, quien nunca se puso otra camiseta que no fuera la de su Roma o la de la selección nacional.
Para la liga de España elegí al Atlético de Madrid, un equipo que se alterna entre la Europa League y la Champions y que es una constante mortificación para los bravucones Real Madrid y Barcelona… aunque igual cae frente al penúltimo de la tabla. La serie de penales que el Atleti perdió frente a los merengues en la final de la Champions de 2016 me tuvo hincado frente a la pantalla durante quince minutos… en un restaurante.
Mi involucramiento voluntario con el futbol es un proceso que continúa. Contraté el servicio completo de televisión para Rusia 2018 y lo conservé, por lo que he comenzado a adentrarme en la Premier de Inglaterra, una liga que me abruma con su vértigo y exigencia y en la cual todavía estoy indeciso sobre a qué equipo apoyar.
Sí: soy un aficionado tardío del futbol, pero sé amar el juego.
Por: Guso Macedo Pérez / @cronicadeguso