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Un cuadrito verde y un equipo rojiblanco

Todavía recuerdo esa mirada que me diste mientras gritaba de júbilo frente a la televisión. Había cumplido 11 años y el Club Deportivo Guadalajara ganaba su décimo título; el primero que veía. Estuviste a mi lado ese domingo al mediodía cuando empezó el partido y cuando vimos retorcerse a Gustavo Nápoles como un gusano para celebrar sus goles mientras el Estadio Jalisco se caía de alegría. Ahora, pasados los años, lo entiendo perfecto porque vamos a ser honestos. A ti, mucho mucho no te gustaba esto de la pelotita. Bueno, sí. Te gustaba lo mínimo, pero no te adentrabas al rango pasional. Pero, ¡Ah, viejo sabio!, cómo lo usaste para construir una relación imposible. 

Te juro que lo tengo bien presente. Se fue abriendo el marcador pronto, con la estirpe de ser el más grande de México. Un gol tras otro gol. Me observabas cautivado, con una cara de asombro. Seguro pensabas, mira este escuincle con que poco se conforma. Porque para ti eso era poco. Un cuadro verde, una pelota rodando y 11 rojiblancos intentando hacerme feliz. Tú lo supiste enseguida y yo tardé varios años. Disculpa la tardanza, padre mío, tengo un poco de tus genes, pero no tu sapiencia curtida. 

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Gustavo Nápoles, Marco Ruíz y Alex Aguinaga

Fuiste mi héroe toda la infancia casi por obviedad. La figura paterna se planta como una guía espiritual desde el primer momento de raciocinio. Hasta ese verano de 1997 no tuviste problema alguno. Lo que decías era ley divina. Pero después vino el despertar de una mente inquieta y deseosa por todo lo que traía el nuevo milenio. Entonces viste con gesto desganado la entrada de la pinche pubertad que me volvía locas a todas las hormonas. Para acabarla de chingar, te llegó la vejez. Eso sí, solo la física. Porque en la mente había una lucidez que pocas veces he visto en mi vida. 

Qué cagada, viejo. Comenzamos a pelear. Seguro te acuerdas que no comprendías por qué putas te había salido tan vago y tan entregado a la noche. Incontables las veces que le dijiste a la China que no sabías qué hacer con ese hijo que habían engendrado juntos. Te sobraban ganas, te faltaban fuerzas. Pero ni de loco te ibas a rendir. No te lo hubieras perdonado. Para ti fue una lucha interna. Convivir con tu hijo adolescente a tus 70 y pico de años iba a ser el mayor reto de tu vida. Y hoy, tantos años después, apenas cuatro desde que el cuerpo le quedó mal a tu espíritu y te tuviste que ir, es el mayor legado que me dejaste. 

El asunto estuvo en el cómo. Cómo hacer para adaptarte al muchacho inquieto y curioso. Qué viejo tan listo eras, en serio te lo digo. Cediste en tu encaprichada forma de ser para poder estar plenos. Recordaste ese cuadro verde y el equipo rojiblanco. Un día me dijiste que también era tu equipo favorito. ¡Qué bella ingenuidad la mía! Te creí al instante. Los dos de Chivas. Mirábamos a la China, tan del otro equipo amarillo, ella. Hoy comprendo que me mentiste, que no tenías un equipo favorito, que ni te gustaba tanto eso del futbol. Gracias por hacerlo. 

Te añoro sentado junto a mí viendo a Chivas. Mirando de reojo. Te hacías el interesado. Me preguntabas sobre los jugadores, sobre sus historias, sobre si jugábamos de local o de visitante. Te parecía extraordinario que algunas veces pudiéramos ganar de visitantes. Seguro nunca se te olvidó ese día en el que les ganamos a los otros 5-0. ¡Qué lindo baile les dimos! Allí estábamos, tú preguntando, yo contestando mientras veíamos a Luis García yéndose expulsado mientras rabiaba de impotencia. 

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¿Te acuerdas que el Bofo Bautista nos enamoró al mismo tiempo? Pinche loco que alegrías nos dio. Era entrón, con la 100 en la espalda y con guantes bajo un calor insoportable. Sé que le agarraste gustito a eso de la pelota. Pero más al hecho de que me hacías explicarte todo. Yo creo que a esas alturas ya querías saberlo todo desde tus ganas y no por estar bien conmigo. Vamos, no me mientas. Sé que te hiciste del Guadalajara. Te convencimos. 

Me hubiera encantado estar contigo esa tarde noche del Estadio Jalisco cuando Boca Juniors llegó con su arrogancia copera de Libertadores y se fue humillado como nunca antes. Estuve en la grada en aquel 4-0 precioso e inolvidable en la que el Bofo se hizo eterno para nosotros. ¡Qué bárbaro el pelonchas! Me dijiste al día siguiente cuando nos vimos en la casa. Tú y tus 82 años emocionados por futbol. Se me eriza la piel solo de recordarlo. 

O un año después, en esa tarde de Toluca con el buen Bofo casi jugando para nosotros, para hacernos más felices, para que nos diera la estrella 11 y para que te carcajearas cada vez que sacaba de quicio a algún jugador rival. Hacía muchísimo tiempo que ya no sufría por saber que nunca podrías ir al estadio conmigo. No había condiciones. Te cansabas mucho. Pero ahí estábamos, con nuestra felicidad genuina. 

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Qué tiempos, viejo. Qué jodido que no hayas visto al equipo del Pelado Almeyda. Te hubiera explicado que era argentino y que venía del campo, como tú. Seguro te hubiera caído bien su forma de ser, la humildad en sus acciones y ese doblete que ya no viste. ¡Sí, querido! Ganamos todo lo que jugamos en 2017. Me hizo falta tu curiosidad sobre los jugadores y tu sorpresa por mi emoción pasional. Me hizo falta saberte presente, jugando a que eras del Guadalajara desde la cuna.

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Chivas campeón de la Concachampions 2017/18

Es curioso, viejito. Siempre pensé que Chivas era solo mi más grande pasión. Con el paso del tiempo y las canas que me empiezan a salir en la barba, me doy cuenta del vínculo que significó para nosotros. Qué hermoso, ¿No? Seguro sabías que ese sábado, a las 7 de la mañana, debutamos en un Mundial de Clubes, el primero de nuestra historia. Debiste venir, sentarte a mi lado y ver el partido juntos. En serio te lo digo. Ya estaba listo para explicarte todo sobre el Kashima Antlers y la diferencia de horario entre México y los Emiratos Árabes Unidos. 

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Igual, no pasa nada, viejo. Tengo muy claro que nadie más que tú merece estar descansando en paz. Pasa que no sé si un día pueda dejar de extrañarte. No le digas a la China, pero a veces lloro solito, sin que nadie me moleste. Trato de no hacerlo seguido. Pasa que luego juega Chivas y siento hasta que me abrazas. Qué se le va a hacer. Me mentiste un día por amor y me dejaste algo para siempre. No estarás físicamente, pero estoy seguro que mañana voy a sentir tu mirada mientras veo la televisión feliz, sucumbiendo ante un cuadrito verde y un equipo rojiblanco… Con qué poco me conformo, ¿No?

Por Francisco Espinosa / @fesga_

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