Minuto 20. El Maracaná todo ahogó un grito, Kroos había ofrendado a los argentinos una oportunidad inmejorable: Higuaín está solo frente al portero, ha definido una infinidad de ocasiones esa jugada, la ha terminado perfectamente miles de veces. Cualquier otro día sería un mero trámite. Ese día necesitarán de un milagro que sí apareció, pero desgraciadamente no para ellos.
Hay un mantra pambolero que reza “el que perdona pierde”. Mascherano se lleva las manos a la cabeza, el “Pipa” baja el rostro con gesto de reproche. Los teutones no son rival sencillo y cualquier oportunidad desperdiciada puede transmutar en una futura derrota. Alemania sobre el 45 alcanza a rozar el travesaño derecho de Romero. Se han absuelto mutuamente ya.
Messi, el exiliado
En el campo Messi, representación de una Argentina con prisa y urgencia de premios. 1993 fue la última parada de la albiceleste en el Olimpo y desde entonces, la sequía y la espera. Maradona abandonó los campos y un narcisismo generacional hace repetir una y otra vez que con él se fue lo mejor. Los “todo tiempo pasado fue mejor” lo extrañan, como extrañan tener cabello o poder correr noventa minutos. Pero algo es cierto: la grandeza del futbol argentino, no se traduce en trofeos.
Entonces apareció el chico de Rosario sin rostro de héroe. Silencio, discreción, obediencia dentro del campo. Esperaban un mesías guerrillero, violento, imponente. Otro profeta que no era precisamente lo que tenían en mente. Entonces acaricia la pelota y deslumbra a todos, la incredulidad se convierte en sonrisa y canto. El miedo aparece, ¿Y si el chico quiere jugar para España?. Tuvo que salir de Argentina para construirse Messi, el miedo es justificado. Pero no, el chico defenderá a la albiceleste. Él es el que esperaban. Todo es alegría.
Y no. Para Brasil 2014 ya hay un largo recorrido y no ha logrado levantar un título con su selección. Una final de Copa América es lo más cercano. Sin embargo aquella tarde no importa nada, es la final de la Copa del Mundo, la instancia más alta en el universo de la pelota. Y también la redención para un pueblo ávido de volver a abrir sus vitrinas.
El milagro
Minuto 46, Lucas Biglia a Messi. De Higuaín se entiende, es humano, pero Lionel no puede fallar algo así. Y sin embargo falla. Uno comienza a cuestionarse qué pasa ahí. Los astros parecen haberse alineado para que el rosarino no lleve alegría a su pueblo, ese del que tuvo que salir para hacerse.
Un par más, no tan claras. Y los noventa minutos se acaban, generando un efecto curioso: la ansiedad comienza a crecer, mientras el tiempo se dilata. Se necesita un milagro y llega, pero no para el Messías. Mario Götze, 22 años, ingresó de cambio al 88, finiquitó el encuentro al 113.
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Y entonces se inmola. Pasa frente a la Copa y en vez de evadirla, de pensar en otra cosa o incluso decir “ya será después”, la mira, le grita con la mirada, la caricia con los ojos. Como dice otro ídolo de los catalanes “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido”.
El rosarino seguirá intentando, se bajará del barco, volverá a subir y remará desesperadamente por un título con su Selección, cuenta pendiente, sacrificio involuntario. Parece que para cosechar títulos fuera, ha debido renunciar a los de casa. La gloria mundial tuvo un costo muy caro: la falta de redención con su gente. La imagen de la entrega de premios lo dice todo, es el mejor jugador del Mundial, el mejor entre los mejores y en su rostro sólo hay tristeza.
Alberto Roman / @AlbertoRomanGar