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URSS

En las calles de Moscú, los jóvenes recitan a Yevtushenko mientras comentan sobre música americana. Es la URSS de 1988 y el futbol se codifica genéticamente en el tiempo. Mientras tanto, la Plaza Roja aún conserva el leve fulgor histórico, que resiste al deshielo y al recuerdo.

La Gran Guerra Patria todavía sigue en la memoria, pero el balón rueda y los Juegos Olímpicos de Seúl se acercan. La Selección Soviética despierta como el batallón que Shólojov tan bien detalló en su novela: Lucharon por la Patria.

Aquí, el balompié es un tema de Estado. Durante el periodo olímpico, del 17 de septiembre al 2 de octubre, la figura épica de un combinado mítico emergerá en una gesta épica, digna de una novela de Vasili Grossman. Atrás quedaba la disputa con Argentina, en la Copa Cuatro Naciones en Berlín del Este y claro, la final de la Euro que perdió frente a Países Bajos.

Pero regresemos al principio del final de la historia, donde Stalingrado se convierte en una cancha de futbol y los acorazados, pasan a transformarse en jugadores de la Unión Soviética, los cuales se preparan para enfrentar a Brasil. Allí se encontraban: Dobrovolski, Gorlukovich y el mágico de Lyutyi. Sin olvidar a Mikhailichenko, un jugador con capacidad para transformar el destino de un partido.

Parecía que se habían escapado de algún mítico relato de Aleksandr Solzhenitsyn. Mientras tanto, por el otro lado, aparecían figuras de la talla de: Romario y Bebeto, sin olvidar a Taffarel y Mazinho. Por primera vez, vemos con nostalgia al 1 de octubre de 1988, donde la historia se reescribe en un mundo paralelo. Las apuestas se rompen y las URSS permanece en la memoria.

Imagen de un ataque, donde Romario anota el primer gol del partido. No hay duda, Brasil comenzaba a soñar, Careca II flotaba en el campo. Sin embargo, no era el único que le imponía un ritmo al partido. La defensa brasileña con Aloísio se manejaba bien en la parta baja. A pesar de eso, un error les costó un penal que convirtió Dobrovolski, la gloria estaba cerca.

Fue así que en un momento, la fantasía apareció y el gol de Savichev representó el comienzo del mito. La URSS se llevaba el oro. Y la gesta era digna de una novela, de un cuento ruso. Corea del Sur alumbraba una nueva historia.

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Por: Andrés Piña/@AndresLP2

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