Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
María Elena Walsh
La biografía de muchos niños muestra el trazo que termina por dibujar su carrera: siempre quise ser futbolista. Cuando la mirada se deposita en el pasado lo que aparece es el cumplimiento del sueño. Y la excepción confirma la regla. Víctor Valdés no mostró de niño una particular afición por la pelota y en realidad su camino fue delineado por su hermano Ricardo, que ante la ausencia de otro compañero con el cual patear el balón, ponía a su hermano menor en el portón que hacía de red.
Ahí su padre vio que el chico se lanzaba sin miedo, que no rehuía del balón y decidió inscribirlo en el equipo del barrio. Ese momento fue el que vio nacer la disidencia de Valdés: Él no quería ser portero. El pequeño Víctor pronto se dio cuenta de que, mientras sus compañeros se abrazaban en medio de la celebración del gol, cuando él tenía que ver con la anotación, lo único que recibía eran gritos e insultos.
Victor Valdés y la soledad del arco
El partido podía suceder solamente de dos maneras. Allá, a lo lejos, sus compañeros celebraban la anotación: máximo estandarte del juego, fin último del equipo. Y él estaba solo cuando eso pasaba. La otra posibilidad ya lo incluía, el escenario es necesariamente una defensa que ha resultado insuficiente, ya sea a larga, media o corta distancia. El balón ya está enfilado, el rumbo definitivo es bajo los tres palos y únicamente el portero puede salvar a los suyos. Él vuelve a estar solo. Quizá el número uno le pertenece a los arqueros por aquel designio divino que profetiza que los primeros serán los últimos.
El más pequeño de los Valdés fue conducido casi a rastras de regreso bajo la portería, donde seguiría destacándose por sus grandes reflejos. No tardó mucho en ser fichado por las básicas del Barcelona. A los diez años su familia se mudó a Tenerife y Víctor Valdés decidió quedarse en la Masía. Su padre ha llegado a afirmar que lo que hizo que su hijo permaneciera fue la simple emoción de pensar que era prospecto para uno de los mejores equipos del mundo.
Sin embargo, el encanto no duraría mucho y a las dos semanas cada llamada por teléfono del pequeño con su familia terminaría en un mar de lágrimas, principalmente del portero y su madre. En una entrevista un Víctor Valdés de no más allá de 13 años reconoce que su estancia es muy dura y que lo pasa verdaderamente mal cuando su familia se tiene que ir en los días de visita. Su paso por la Masía termina por ser insostenible y antes de cumplir el medio año decide partir.
“Ustedes son felices con esto, pero yo no”.
Ya en Tenerife, y casi un año después de su deserción de la academia catalana, el pequeño ve a sus ex compañeros en un torneo televisado y rompe en llanto. El chico quiere volver. Su padre lo hace entrenar por la mañana y por la tarde todos los días, lo que genera tensiones al interior de la familia; pero el objetivo es claro, el niño debe volver. A los trece, el pequeño Víctor Valdés regresa a la cuna del Barça, donde lo sigue pasando muy mal por los mismos motivos. No deja de extrañar a su familia y la posición de portero no termina por ser de su agrado. A esto se suma el hecho de que los partidos son cada vez más serios y la seriedad con la que comienzan a embestirse los encuentros le pesa cada vez más al novel portero.
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Años después, tanto sus entrenadores como sus padres harán público el silencio del infante: Nunca comentó nada a nadie, jamás dijo nada acerca de la profunda angustia que lo embargaba de sólo pensar que cada fin de semana había partido. Como si del Getsemaní se tratase, pedía que alejaran de él el trago amargo; pero tras su momentánea salida de la Masía comprendió que ahí era donde debía estar y no renegó de su estancia, guardó silencio y ejecutó con madurez y disciplina. Pero (como años después confesaría) él se imagina en otro lado, siendo jugador.
Valdés describe esos días con palabras como “sufrimiento” y recalca que si lo soportó fue en gran parte gracias a la presión de su hermano mayor y su padre, que insistían en que fuese futbolista. Con 18 años ya cumplidos, el chico se volvió a quebrar y confrontó a su familia: “ustedes son felices con esto, pero yo no”, afirma haber dicho en esa reunión familiar que congregó para anunciar que dejaba el futbol. Las alarmas se encendieron y sus padres comenzaron a buscar ayuda para que el chico no abandonara el barco. Tras dos sesiones con un psicólogo, Víctor Valdés aceptó seguir cargando su cruz.
El sueño
Luego de todo el viacrucis, el arquero español logró debutar en el primer equipo el 14 de agosto del 2002. Poco a poco fue ganando espacio en el once titular y comenzó a ser un habitual en las alineaciones. Sin embargo, el sendero todavía aguardaba una última sorpresa al guardameta. Louis Van Gaal, quien le dio su primer oportunidad dentro del máximo equipo, sería el responsable de que Victor Valdés pasase de ser banca a terminar jugando de nuevo en el Barcelona B. Aunque al final del día el resultado no fue desastroso. La salida de Valdés estuvo cerca y tuvo que intervenir incluso el presidente del club, Joan Gaspart, para que las cosas no llegaran a más.
De aquí en adelante las cosas solamente irían cuesta arriba: El renegado portero lograría ser un jugador importante en la era del holandés Frank Rijkaard, con quien conseguiría levantar el título en la temporada 2004-2005, su primer trofeo como profesional. Además de ganar en conjunto, fue premiado de manera individual con el Zamora, distinción otorgada al portero con menos goles anotados en una temporada. Este reconocimiento lo volvería a recibir cuatro veces consecutivas.
La consagración
Para la temporada 2005-2006, Víctor Valdés volvió a ganar la liga, pero en sus propias palabras, el partido decisivo sería la final de la Champions de aquel año, frente a un Arsenal comandado por Thierry Henry. La cita fue el 17 de mayo del 2006 en el Stade de France. Esa noche gran parte del juego sería únicamente un duelo entre Tití y Valdés, que devino muralla frente a los embistes del francés, que más adelante declaró que aquella mítica noche odió al portero del conjunto catalán.
Según ha llegado a aseverar el guardameta, ese fue el encuentro definitivo que terminó por convertirlo en un indiscutible bajo el arco en el Camp Nou. Su brillante actuación fue fundamental para que el Barcelona pudiese levantar su primer trofeo continental en casi tres lustros (el segundo en toda su historia).
Después de esto vendrían dos años de sequía para su club, lo que terminaría con la salida de Rijkaard y la llegada de Pep Guardiola. Esta época fue claramente la más brillante de su carrera y como es bien conocido, pudo levantar una cantidad ingente de trofeos, entre los que destacan tres ligas, dos Champions y dos Copas del Rey. Aún a pesar de los logros alcanzados (o quizá por ello), Valdés hizo público su deseo de no renovar con el cuadro culé.
La libertad
En 2013 y poco antes de que termine su contrato, el 26 de marzo del 2014, frente al Celta de Vigo, el árbitro pitó lo que pareció ser un penal. El capitán que en ese momento era el guardameta, se acerca con el árbitro y le pide que lo revise con el línea. Tras conversar, definen que se trató de un tiro libre. Aunque el cobro va a portería y no representa ningún peligro para el Barcelona, sí lo fue para Valdés, que sufrirá una lesión. Lo alejará casi medio año de las canchas. Después de esto nunca más volverá a mostrar el mismo nivel y poco a poco se diluirá hasta retirarse definitivamente.
Por curioso que parezca, el guardameta ha llegado a declarar que esa lesión que lo envió a Alemania para rehabilitarse, le devolvió muchas cosas que el futbol le había arrebatado. Una paradoja extraña: la libertad y la distancia que llevaba años buscando lejos de los tres palos que debía defender, pudo saborearla en esa época en la que dejó de ser el portero de uno de los cuadros más importantes del mundo, para ser simplemente un tipo más sin tener que vivir el deseo que su padre y su hermano depositaban sobre él.
La vida después del arco
Estaba listo, había sido el guardameta de uno de los equipos más gloriosos de toda la historia del futbol, había saldado su cuenta y era momento de ser simplemente Víctor Valdés. En 2017 se retiró luego de pasar por el Manchester United, Standard de Lieja y el Middlesbrough. Sin embargo, siguió cerca del balompié, pero no bajo los tres palos, sino cerca de los jóvenes que arracaban su carrera: para 2018 ya era entrenador de la Escuela Deportiva Moratalaz, con el Juvenil A. Esto gracias a que el español tiene licencia UEFA A y B, lo que le posibilita entrenar equipos juveniles.
Como no podía ser de otra forma, pronto fue llamado al Barcelona. El 19 de julio del mismo año su ex club anunció que Valdés se hará cargo del Juvenil A. Por el romance tan fructífero que vivieron hace algunos años el arquero y la entidad catalana, se habría pensado que el nuevo vínculo sería de lo más terso. Sin embargo, su estancia en realidad fue bastante corta, siendo despedido el cuatro de octubre. Durante su breve estadía tuvo varias polémicas, entre las que destacan el no disputar el tercer puesto de la Youth Otten Cup, argumentando que “Mi decisión está basada únicamente en salvaguardar la salud de mis jóvenes jugadores”.
La salida
Diversos medios aseguran que la gota que derramó el vaso fue el planteamiento táctico implementado por Valdés, que intentó jugar un 4-4-2, cuando la base histórica del club catalán es el 4-3-3. Esto habría terminado por desgastar la relación con Patrick Kluivert, otro legendario del Barça, quien era entonces el encargado del futbol de base de la institución.
Como se puede ver la relación de Victor Valdés con el balompié es una tensión sostenida, un ir y venir en el que los títulos y éxitos se tejen al lado de decepciones y dificultades constantes. Sin embargo, la agobiante loza que pesaba sobre él mientras era portero ya quedó atrás. Quizá alguna nueva arribará, pero las grilletes que lo encadenaron a los tres palos no se encuentran más sobre él.
Alberto Roman / @AlbertoRomanGar