El arte es una mentira, escribía Wilde desde su genial y particular punto de vista. Aquellos ensayos en ese libro de bolsillo que me prestara un amigo de la facultad cumplían de nuevo su cometido al hacer a otro lector formar parte de esa convicción y estilo de vida. La proposición era temeraria y audaz, el mundo no propone que hacer el arte, sino al revés, el arte marca la batuta de la belleza y los estándares de los colores, la escultura, la rima y la prosa, una forma constante de cambio al momento de la creación del mundo.
Poco sabe el estudiante lo mucho o poco que puede ir moldeando esta gran verdad, lienzos que marcan en realidad como debería ser una puesta de sol, escritos sobre las delicias del comer y demás placeres inescrutables previamente, hasta la palabra hecha metáfora para cubrirlo todo. Grandes artistas nos marcan la existencia, algunos en mayor o menor medida, particularmente después me encontré con alguien más que marcaría mi vida, Walt Whitman.
“querido hermano, mi espíritu se une al tuyo…
Yo que no te canto no te adoro, te comprendo”
Un hombre dedicado a escribir a los placeres de la vida y amante de la misma y del deporte, del que no me extrañaría saber tiempo después, que se hubiera dedicado a cuidar heridos de la guerra de Secesión en la campiña estadounidense debido a que contaba con una complexión grande y un gran sentido patriótico, para caer en su postrimera hora ante la parálisis.
Penoso que una parte de su nación, como suele ocurrir, no aprecie los versos de la naturaleza sobre la dulce caída de las hojas o la contemplación de la puesta de sol. No se equivocaba Whitman al escribir Hojas sobre la yerba, que sería una oda a la vida. Un himno que podríamos entonar quienes entendemos desde las justas o las olimpiadas el gusto por la vida y el deporte. Entendiendo, además, sobre dicha yerba, al menos para quien escribe, se puede gestar una reta o un torneo para celebrar la vida. Visualizo al gran viejo, como lo llamaba Rubén Darío, escribiendo para la vida, pero también algo sobre el futbol:
A ti, vieja causa
¡A ti, vieja causa!
Tú, buena causa, incomparable, ferviente,
Tú, dulce idea, austera, implacable,
Inmortal, a lo largo de las edades, de las razas, de las regiones…
…Tal como una rueda sobre su eje, este libro, inconsciente de sí
Gira alrededor de tu idea.
Whitman guardaba desde su alma de poeta y su físico de deportista un hondo cariño por aquello que nos hace más grandes que nosotros mismos y que él supo entender en su momento, Podría ser hacia la existencia, la patria o libertad, pero sin duda, el compartía con nosotros y junto con Wilde, una mentira. Ojalá esta mentira del arte del deporte, logre permear nuestro mundo.
Por: Víctor Méndez