Viglietti canta: …si las manos son nuestras, es nuestro lo que nos den. Washington Tabárez, el maestro, parece escucharlo desde la memoria, eso que llamamos futuro pero que sólo es un pasado distinto. Uno que se repite dentro del movimiento. Uruguay, pequeño país oriental donde las palabras florecen y crecen como las canchas repartidas entre equipos y aficionados, sueña con volver a hacer historia.
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No es un mandato divino, es una imagen que se construye desde abajo. Todos se miran, es un país chiquito pero que se crece, tanto, que abarca mundos y universos. La entropía charrúa es casi una función de la historia latinoamericana. No hay duda: si las manos son nuestras, es nuestro lo que nos den.
Óscar Washington Tabárez nació un 3 de marzo del 47. El apodo le viene del tiempo en que dio clases en una escuela primaria. Su historia comienza como defensa en equipos modestos, pero altamente combativos. Jugó para el Sud América, el Sportivo Italiano en Argentina y también tuvo un breve paso por el Club Puebla en México.
A partir de ahí, la historia de «el Maestro» se va estableciendo como la narrativa precisa que compone un nuevo relato. Seguidor del Che Guevara, ha causado él mismo una revolución como director técnico. De ahí que todavía lo recuerde la hinchada del Peñarol cuando duerme y sueña. Pero cómo olvidar Italia 90, el primer mundial a cargo de la celeste. Sin duda, fue el triunfo frente a Corea del Sur lo que trajo viento a la república.
«Por eso, el partido que debemos apoyar es el que se juegan los docentes y los estudiantes…» (Óscar Washington Tabárez)
Durante su regreso a la Selección Uruguaya en el 2006, presentó un documento invaluable conocido como: Proceso de Institucionalización de Selecciones y la Formación de sus Futbolistas. Baluarte del balompié oriental, ya que expresa un análisis sobre las asimetrías a resolver. Por segunda vez, las cosas parecían cambiar. Entonces vino Sudáfrica, la mano de Tabárez apareció, los dioses revivieron. Y Artigas se levantó de nuevo, entre Forlán y el penal del Loco Abreu.
Allí donde Daniel Viglietti canta de nuevo y de sus manos se desprenden colores. El «Maestro» Tabárez se pinta con ellos. A la par que escribe una carta a favor de la educación pública, abriendo así dos frentes. Uno por el futuro y otro por el presente. Mario Benedetti recuerda cómo festejaban en Montevideo el triunfo de 1950. Uruguay se articula en medio campo, el punta se desprende y la revolución comienza, patria repartida.