
A todos nos pasa: nacer justo tras la partida o la caída de alguna leyenda. O en mi caso con Leo Beenhakker yo ya vivía cuando llegó a México para dirigir al América, sin embargo, tenía apenas dos años, por lo que no recuerdo nada de su primera estancia en nuestro país.
No obstante mis primeros recuerdos de futbol tienen algunas cosas claras y fundacionales, como la existencia de Pelé, Maradona, Hugo Sánchez y Jorge Campos, así como la de un América que era buenísimo, que era espectacular y en el que celebraban los goles bailando La macarena.
En contraste, al mirar fechas y al hurgar en mi memoria, quizá mi primer recuerdo viendo un partido, es uno trágico para el americanismo. Fue el clásico nacional del Invierno 1996, en el que Chivas goleó y aplastó a las águilas 5-0. Un resultado que tal vez se ha ido diluyendo un poco con el paso de los años pero que fue una losa traumática con la que crecí cuando me hice aficionado precisamente del América. Además durante la segunda mitad de los noventa, las alegrías que tuve como recién aficionado águila en realidad fueron pocas, aunque por otro lado solía escuchar y escuchar que los adultos hablaban de un tal Kalusha, de un tal Del Olmo, de un tal Biyik y de un tal Beenhakker.
Incluso debí tardar algún tiempo en entender que Beenhakker había sido el entrenador, y en procesar que un hombre de apellido tan desconocido para mí, hubiera estado en nuestro país. Y es que todos hablaban de él como si se tratara de una leyenda que se había contado ya de generación en generación, cuando la realidad era que tenía apenas un par de años que había tenido su paso el América.
Recuerdo ocasionalmente toparme con algunos videos en la tele en los que se veía a ese equipo con un uniforme sumamente colorido, con el amarillo como protagonista, y el azul, negro y rojo simulando unas plumas en la parte superior de la playera. Al primero que le di rostro fue a Kalusha y después a Del Olmo, pero a Leo Beenhakker lo haría hasta mucho tiempo después, de manera que el mito en mi cabeza alrededor de él, solamente crecía y crecía.
Un poco después, viendo programas de televisión y leyendo algunas revistas y periódicos entendí que ese equipo que me resultaba tan fascinante pero tan lejano, no había ganado nada, y sin embargo, había dejado historia en la memoria colectiva del futbol de este país. Fue como si todos los jugadores y el entrenador del América hubieran visitado mi nueva escuela durante un recreo de viernes, pero yo hubiera tenido mi primer día de clases hasta el siguiente lunes.
Finalmente, su paso por Coapa tomó todavía otra dimensión cuando supe que había dirigido al Ajax y al Real Madrid. Aquello me resultó casi incomprensible.

Un poco después, ya con 12 años de edad, con una campaña televisiva incluida, me enteré de que ese hombre de apellido extraño, regresaría para dirigir de nuevo al América. La verdad es que poco pasó, y de ese nombre legendario con el que viví mis primerísimos años como aficionado al futbol, poco hubo. Leo se volvió a marchar apenas en unos meses, aunque dejó eso sí, del debut del que fue mi máximo referente del equipo por mucho tiempo, Guillermo Ochoa.
A poco más de 30 años de esa leyenda de la que nada recuerdo y a poco más de 20 de esa segunda parte que no fue legendaria, Leo Beenhakker ha muerto a los 82 años de edad. Una noticia que atraviesa no solo a nuestro futbol, sino al de todo el mundo.
Nunca vi o al menos no recuerdo haber visto el esplendor de aquel equipo que Beenhakker dirigió. No obstante, su nombre es uno de los pilares de un amor que me ha acompañado casi toda mi vida: el amor al juego, como le llamaba mi abuelita.
El futbol como pretexto para hablar de esas historias de leyenda a las que llegamos apenas un poco tarde.
Descanse en paz.