El Teatro alla Scala, ubicado en Milan, es uno de los más importantes no únicamente en Italia, sino en el mundo entero, por lo menos cuando se habla de Ópera. Tiene una historia que data de siglos atrás y en la actualidad supone todo un logro llegar a presentarse en su escenario: no cualquier lo logra. Sin embargo, tampoco todos desean ser parte de este lugar por una razón que en el mundo del futbol se conoce bien, pero que resulta desconcertante para otros espacios: los hooligans.
Una definición simple. Según la RAE, un Hooligan es un “Hincha británico de comportamiento violento y agresivo”. Por su parte, el Cambridge Dictionary lo define como “a young violent, destructive or badly-behaved person”, para luego soltar el ejemplo por antonomasia: “a football hooligan”.
Con esto podemos ver claramente que aunque no necesariamente se trate de un ciudadano inglés, sí se encuentra como común denominador la violencia, el comportamiento hostil o agresivo. Las gradas de los estadios del futbol se convirtieron, por desgracia, en campo fértil para este tipo de comportamientos.
Los loggionisti
Si bien sería radical decir que La Scala (como también se le suele llamar al «Teatro alla Scala») padece de hooligans, es claro que tiene su “propia versión”. Conocidos también como los “loggionisti”, se ubican en los asientos de bajo precio del aclamado teatro italiano, en la parte más alta. Ahí, cuando el desempeño de los que están sobre el escenario no les complace, lo hacen saber de inmediato mediante abucheos, gritos y protestas.
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Esto, en el mundo del balompié, es un escenario habitual. Dentro de la ópera es desconcertante. En esta clase de espacios, las “gradas” suelen tener a personas que reciben con absoluta solemnidad el espectáculo. El cuidado es tal que incluso las muestras de apoyo y alegría están delimitadas: no se puede aplaudir, o por lo menos no siempre. Tampoco se puede ingresar con alimentos y bebidas. Con lo anterior se busca generar una atmósfera idónea para no perder detalle de la música y la puesta en escena.
Con todas las prescripciones que tienen los conciertos de música clásica o la ópera, se puede entender porqué se les coloca como “hooligans”. Su manera de actuar aparece en extremo disruptiva en un espacio donde, incluso para apoyar, el escándalo está prohibido. La irrupción de gritos, rechiflas e insultos se muestran como violentos, no únicamente para los y las artistas sobres el escenario, sino incluso para el público.
Roberto Alagna
Un ejemplo de la actitud que suele tomar los “loggionisti” frente a un concierto que no es de su agrado: corría el 2006 y el cantante francoitaliano Roberto Alagna fue el encargado de abrir la temporada 2006-07 del Teatro alla Scala. El 10 de diciembre de aquel año se llevó a cabo la segunda función “Aida”, de Franco Zeffirelli. Todo iba en orden hasta que la parte alta del recinto comenzó a abuchear a Alagna.
Su respuesta fue abandonar el escenario furioso. Para fortuna de todos, Antonello Palombi, tenor italiano, se encontraba entre el público e inmediatamente subió al escenario (vestido con pantalones de mezclilla) para continuar con la parte del abucheado. Desde entonces Roberto Alagna se niega a volver a La Scala, alegando el ambiente hostil con el que fue recibido en aquella ocasión. Él no es la única víctima de estos hooligans operísticos: el tenor polaco Piotr Beczala también sufrió la desaprobación de los loggionisti, al igual que el mismísimo Luciano Pavarotti en el 92.
Si bien se suele relacionar a los hooligans con el futbol, el ejemplo de los loggionisti muestra que las conductas que subvierten el ambiente de un lugar se pueden encontrar en casi cualquier lado, aún los más inesperados. Pero no sólo esto, sino que este caso también deja de manifiesto que este tipo de expresiones pueden echar a perder el espectáculo a una gran mayoría que va a divertirse y a pasar un buen rato, ya sea en el estadio o en teatro con más de 200 años de historia.
Por: Alberto Roman / @AlbertoRoman