El juego es una metáfora. Los juguetes mutan para que nosotros podamos reconstruir el mundo a través de ellos. Mediante estos nos expresamos cuando niños; creamos nuestro propio universo, con nuestras reglas. Luego crecemos y el mundo nos convierte en su juguete, nos reconstruye con sus propias reglas… A menos que sigas siendo siempre un niño. Como Ronaldinho.
Tras deslumbrar a todos con su magnífico dominio del balón, así como su falta de respeto por cualquier defensa que se le pusiera frente, Dinho logró que un equipo del viejo continente posara los ojos sobre él. El 17 de enero del 2001 el PSG anunció que el brasileño abandonaba el Grêmio de Porto Alegre para seducir a la afición francesa. El brasileño no decepcionó y pronto los medios comenzaron a aseverar que se iba a un gigante. Ronaldinho usa al París como puente, como un trampolín para ascender a uno de los mejores clubes del mundo. El resto de la historia ya la conocemos. Da la primera asistencia a Messi, se convierte en el estandarte de la revolución dentro del club catalán y sale debido a que no puede dejar la samba nocturna.
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Ronnie no alterna la diversión con el trabajo. Sólo conoce el futbol como festival, como baile y fiesta. Si se le llamó la sonrisa del futbol, fue por algo. Para la mayor parte de los futbolistas la llegada Europa los habría puesto nerviosos, pero según revelaciones hechas por Jerome Leroy, quien fuera su compañero en el conjunto parisino, el brasileño no entrenaba ningún día de la semana. Así de nervioso estaba. Dinho tenía claro que la fiesta y la diversión eran su hilo conductor. Fue uno de los mejores del mundo gracias a ello y a pesar de ello.
Hay quienes quisieron ver en Neymar una reencarnación de Ronaldinho, pero si algo le ha faltado al actual jugador del PSG es la absoluta fiesta combinada con el ascenso. Mientras que Dinho pasó por París para luego tocar el timbre del Olimpo culé y salir corriendo, Neymar pasó de ser el niño consentido de Suárez y Messi, a vivir a la sombra de un chico de 19 años (que evidentemente no es cualquier chico de 19 años). Nadie duda de la calidad de Ney, que es igual (o habrá incluso quienes digan que mejor que Ronaldinho), pero éste último supo convertir la fiesta en una escalera al cielo, maestría que pocos poseen.
Por: Alberto Roman / @AlbertoRomanGar