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Rusia

14 de junio

9 meses después de llegar al aeropuerto de Sheremetyevo, maleta al hombro y sin palabra alguna de ruso, hoy tengo la suerte de estar en la capital rusa para el comienzo del Campeonato Mundial 2018. Mi estadía, una combinación de intercambio académico y corresponsal periodístico, ha sido casi tan singular como lo es para los rusos el futbol, y más aún, la presencia de extranjeros y ajenos en sus calles, plazas y avenidas. ¿Qué haces aquí? Me encontré este cuestionamiento muchas veces, y las mismas me vi cara a cara con el asombro de que vine a Moscú a vivir un año en espera del Mundial y partidos de Champions League.

El ruso es escéptico a la otredad, casi por naturaleza. Le observan con sentimientos encontrados. Por una parte, sus 144 millones dan sentido a una sensación colectiva de que el mundo termina en sus fronteras y lo demás es otra cosa, otro planeta, otra realidad. Así es cuando intentas comprar algo y preguntar en inglés. Conocen cómo suena, las palabras básicas. Pero el ruso no contestará. No hablo inglés. Repetirá lo que sea que te ha contestado, cuántas veces lo considere necesario, amable o grosero, pero siempre dando por hecho que tú los tienes que entender a ellos, y no te encontrarán a medio camino.

Sin embargo, para el latino puede ser más grata la visita que para el anglohablante. El inglés lo reciben con desconfianza y hastío. Ese desconocimiento del idioma gringo y británico es intencionado, y en mayor proporción uno encontrará un mal gesto al intentar comprar una coc col, gurger kinjh, macdonatze que venden con singular alegría y con pronunciación rusa, no anglotípica. En cambio, muchas veces me encontré con una sonrisa emanada de sorpresa y curiosidad al decir en español las cosas, y aún más incrédula al decir soy mexicano Y después el incrédulo era yo cuando me felicitaban por Pablo Escobar o me preguntaban en qué parte de México está Colombia.

De unos meses para acá, el ruso intenta interpretar el idioma y la vida exterior. Amigos míos que trabajan en cadenas de pizza, sushi y hamburguesas, llevan 2 meses en capacitación de servicio, que se resume en: “a los extranjeros les tenemos que sonreír”. Es decir, el sector empresarial en Rusia ha buscado contener, en la justa pambolística al menos, la tradición rusa por la frialdad y lo impersonal del trato con la gente. Al salir por los búnkers de las estaciones de metro y sostener la puerta para el siguiente, en lugar de una sonrisa o un gracias, me he encontrado hasta reclamos de quien sigue en fila, puesto que consideran que lo pretendido fue desconocer su capacidad motriz de abrir una puerta. Yo puedo solo.

Esto es Rusia. Así es Rusia. Al cuestionar porqué mi universidad receptora ha desviado dinero hasta el cansancio, por más esfuerzo de algunos directivos y administradores por cambiar; al ver que pese a un sistema de transporte perfecto no saben hacer una línea; al preguntar porqué en UPS congelaron sin respuesta ni razón los paquetes electorales de México hasta que cada elector fuera a recogerlo; cuando cuestioné porqué los porros de la colonia donde residí rompían los vidrios de la parada de bus cada vez que esta era reparada. Así es Rusia.

Pero Rusia es más vasta que eso. Su frialdad es la carcasa de un corazón enorme y una nobleza incomparable. El tendero, el policía, el vecino. A través de la forja de la rutina, a través de la coincidencia y la repetición visual, tres encuentros te vuelven amigo, camarada. Beber té en un mismo pasillo te puede dar un hermano de por vida. Y ese hermano irá al hospital de otra ciudad u otro país por ti. Ese hermano te dará de comer hasta que engordes y después te dará de beber hasta que te ahogues. En loop.

En la madrugada del 13 hablaba, por primera ocasión con fluidez inexplorada, con una dama mayor que observaba a los mercados bailar el payaso de rodeo en Lubianka. Le pregunté si eramos buenas personas. Esta señora no se sorprendió de mi ruso acentuado, aunque sonrió con gusto de saber que un año de ruso para algo había servido. Bailan muy bonito y se ve que son felices. Nosotros no somos sonrientes, y tampoco jugamos futbol, aunque ellos -mientras señalaba la parcialidad de borrachos rusos- quieran pensar lo contrario. Brasil y Alemania, o ustedes, si saben jugar futbol.

Hasta ahí dio mi ruso, hasta que ella me preguntó si me gustaba Rusia. Respondí: Hay que enamorarse de Rusia. Y enamorarse en Rusia.

 

Por: Francisco Javier Martínez Rodríguez
FXMR