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Francia vs Croacia

Una crónica sobre el multinacionalismo, la convenenciera patria grande y los cánticos ustachas en la copa 2018.

El día de mañana Francia y Croacia se disputarán la copa del mundo, y los contextos que representan y llevan estas dos selecciones no podría ser más contrastante: mientras que el seleccionado galo ostenta la mayor cantidad de jugadores de origen multiétnico, con casi un once titular de raíces africanas o afrodescendientes, el seleccionado croata ha llevado consigo cánticos y declaraciones en remembranza de su origen nacionalista, el régimen Ustacha y los conflictos aún latentes en los balcanes. El balón juega en distintas canchas y hace renacer partidos que aún no terminan del todo, siempre recordándonos sobre el ustedes y el nosotros, los todos y ninguno; el futbol como actividad colectiva muestra cómo las sociedades adaptan su legado nacional, histórico y político al nuevo entorno global (Kottak; 2010).

Los mexicanos que volaron a Rusia para seguir a la selección superan los 60 mil. Si sumamos 65 mil colombianos, 55 mil argentinos y 43 mil peruanos, son cerca de 225 mil visitantes latinos. Eso sin contar a Uruguay, Costa Rica, Panamá o una buena parte de los 90 mil boletos vendidos a estadounidenses. En un comparativo cuasi absurdo, esta cantidad es cercana a la población total de Islandia, que supera la cantidad de 330 mil. A un costado de la Plaza Roja se encuentra una placa que indica el inicio de todos los caminos en Rusia. Se le llama el kilómetro 0. Podría decirse que todos los caminos llevan a Moscú y nacen de Moscú. Desde días previos al juego inaugural la capital rusa vio llegar a la gran mayoría del cuarto de millón de latinos con sus camisetas, sombreros, atuendos, tambores, trompetas; con sus colores y sus cantos. Pero el que viaja también lleva consigo su bagaje cultural.

Argentina jugó su primer partido en Moscú, el 16 de junio, contra Islandia. El 15 en el fan fest de ese segundo día había también playeras y banderas de Colombia, México, Perú, Panamá y Costa Rica. Recuerdo a un uruguayo y un argentino que, como si de la misma nacionalidad fueran, se comían las uñas esperando el descuento que caería “a lo Uruguay” con un cabezazo al 89’. El fanático uruguayo despega, salta y grita y se pierde eufórico entre la multitud. Ahí el argentino nota ser argentino pero también hermano. Ríe tranquilo y grita: “¡¡Uruguay!! ¡¡ Uruguay nomaaa(s)!!”.

Candy, Leo y Jorge viajaron desde Argentina a ver a su selección y ese día apoyaban a Uruguay. “Y el domingo a México, nos ponemos la verde por el TRI sin dudarlo ni un poco. Y por Uruguay y por Perú”. Pero no fue una avasalladora hermandad latina lo que captó mi atención, sino el florecer de las regionalidades. Durante esa jornada fue que vi las primeras manifestaciones anti-argentinas. Una bandera de México y una de Colombia; playeras de Perú, Santos (México), la verdeamarela y Atlético Nacional (Colombia), coreando “America Latina, toda sin Argentina”. Sorprende la alegría en los rostros de quienes hacían ese pequeño séquito momentáneo en antipatía al argentino.

Al caer la noche del 15 y presenciar el España – Portugal, ver a los latinos cantando los goles de Cristiano, escuchar resurgir en cada grupo de amigos y encontrados la ya nefasta discusión sobre el mejor del mundo, surge la idea de que Lionel Messi juega con un mundo de cosas encima, varias de ellas ajenas a su futbol. A Argentina la putean para putear a Messi; a Messi lo putean para putear a Argentina; a Cristiano lo festejan para putear a Messi. Que lio, Lio.

El 16 por la tarde en ese espacio festivo abierto al público, las demás nacionalidades nos encontramos con los argentinos e islandeses sin boleto. La mayoría de los latinos saltaron y aplaudieron con los vikingos. La parcialidad uruguaya acompañó a los argentinos, y algunos otros de los demás “nosotros”. Cuando Messi falla el penal, entre porras islandesas y alegría en español por el error, algún compatriota mexicano gritó “Vamos Argentina carajo”. Los argentinos dieron aliento coreando un “México, México, México”, “Mañana ganan”. Al sentenciar el árbitro el empate, el festejo islandés es sonoro por el anti-argentinismo, y la angustia pampera es acompañada por palabras de aliento de los rusos que a la postre exigen su correspondiente “Rassí-á, Rassí-á”. Se concede el canto.

Gabriel, argentino estudiando en Moscú, hablaría del tema siempre con autocrítica. “Imagina que siempre hemos presumido ser los mejores del mundo y ahora la selección juega mal. No hemos sabido ser hermanos, y ahora nos pesa cuando se trata de futbol”. También me propone la idea de que a nosotros, los mexicanos, nos pasa un fenómeno similar en CONCACAF. A nivel político y social traemos detrás décadas de no corresponder nuestra hermandad centroamericana, marcando una rivalidad no amistosa que rebasa el nivel futbolístico. Al calificar Argentina en su partido contra Nigeria, Diego Maradona por insultar en verbo y seña a la parcialidad africana debajo de su palco.

Cuando Inglaterra disputa la semifinal contra Croacia, se percibe de nueva cuenta una polarización política. “Las malvinas son argentinas”, cantan los pamperos. Cuando anota Trippier por Inglaterra, los rusos cantan por orgullo y venganza deportivas, entonan “It’s coming home” en su posible pronunciación del inglés, pero también durante el juego cantan consignas pro-serbias, ya que los rusos no olvidan que durante la guerra Yugoslava de los 90, Croacia y el discurso nacionalista sería antagónica al legado de la URSS y la incipiente federación Rusa; a los Croatas se les percibe como el país balcánico que abrió primero sus puertas al imperialismo yanqui. Cae el empate y el descuento, de Vida y Mandžukić respectivamente, y croatas, argentinos, sudamericanos y alemanes lo celebran como a su selección.

En los distintos bares y calles de Rusia los visitantes centroamericanos festejan con los Brasileños el gesto de eliminar a México; a la fecha agradecen el partido, el triunfo y regalarles el ridículo azteca. A la burla en español, le acompaña el perpetuo respeto y la compañía en el pesar que nos regalaron las y los rusos, llorando de alegría con el gol contra Alemania, y de pesar con la eliminación ante Brasil. Incluso ahora, pasados ya los días de ambos partidos, la playera de México ocasiona abrazos en idioma ruso. Quizá estriba en las similitudes históricas y nacionales la compañía incansable del ruso al mexicano, que llegara a rusia con sombrero, poncho y zarape en mano; incredulidad y sorpresa por tanto prieto que ha venido tan lejos, pero también respeto y admiración por sobrevivir a la vecindad del yanqui, por perder y no dejar de sonreír y dar las gracias al país anfitrion. “¡Chicharito best!” “¡Fuck Trump!” “¡Fuck Neymar! “¡Viva Mejiko”.

Quizá la provocación de Vida al enunciar “Gloria a Ucrania” mientras celebran un triunfo deportivo ante Rusia, surge de ese mismo sitio donde las diferencias y los conflictos del cisma yugoslavo dan una identidad a la escuadra Croata, quienes a través del deporte reivindican lo que los distingue de los otros a los que antagonizan.

Saskia Sazzen menciona que los espacios en los que tienen lugar muchos procesos globales, como bien podemos catalogar la máxima de las competencias futbolísticas, son a menudo nacionales; (Sassen; 1999). Y claro, el futbol como fenómeno de mundo trae a la cancha discursos diferentes; aquellos gestos de compañía y fraternidad casi patriótica, no supeditados a ninguna frontera física como la hermandad entre rusos y mexicanos; los logros y celebraciones de estados multinacionales, como lo es el combinado que representa al estado-nación francés en la final; las sombras y luces de una virtual patria grande latinoamericana que se amalgama y separa a sí misma según le convenga, dependiendo el partido o cicatriz en turno; y también los antagonismos balcánicos y eslavos.

Como apéndice a los anacronismos regionales que despertó Rusia 2018, la vivencia que guía esta crónica no puede proponer una conclusión, sino otra coyuntura que asombra al tiempo que perturba. Debe mencionarse que no fueron los latinos los primeros en anunciar su presencia en la Plaza Roja y las calles de Moscú; les antecedieron los seguidores de Marruecos, Túnez, Arabia Saudita y Egipto. Muchos ya viven en Rusia. Mi primer encuentro con ellos fue una multitud con banderas de todos los antes mencionados, en frente del palacio del Kremlin y a un costado de San Basilio, cuando cerca de medio centenar coreaban en árabe por las naciones del otro. Le siguen cánticos por el nombre de “Mo Salah”. Momentos después, en español y con rabia: “Sergio Ramos, te matamos”. Qué tan filosas pueden ser en ocasiones las fronteras del balón.

BIBLIOGRAFÍA:
Kottak, C. P. (2010). Breve historia de las principales teorías antropológicas. En Cultural Anthropology (pp. 341–350).
Sassen, S. (1999). Losing Control ? The State and the New Geography of Power. Global Dialogue, 1(1), 78–88.

 

Por: Francisco Javier Martínez Rodríguez
FXMR