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Iniesta y Aquiles

“Patroclo murió” y Aquiles, el más feroz guerrero de la Grecia Antigua, cayó al suelo apenas después de que sus lágrimas por el acaecimiento de aquel que lo ataba al tiempo presente. Cubrió su cabeza de polvo y ceniza, por instantes quería abandonarse del mundo, apagar su existencia.

Qué más daba ya. Del otro lado del Mediterráneo: “Dani Jarque murió”, y Andrés volvía a sentirse tan frágil; con Dani le era más fácil todo. Soñaron alcanzar la gloria en Sudáfrica, jugar unas temporadas hasta que las piernas pidieran la cuenta y la terminal, ver a sus hijos amistarse y crecer mientras ellos remembraran grandes batallas. Pero uno de los corazones dejó de latir, el otro solo dictó “uno no se hace a la idea de que la vida pueda ser tan injusta como para dejarme sin un amigo como tú”.

Qué importaba el protagonismo en la Euro del 2008, o la acumulación de copas con el Barcelona, estaba extraviada la chispa para vivir. Encima, su victoria en la final de la Champions le terminó por romper el aductor; el rectángulo de cal había sido profanado. Secadas las lágrimas, Andrés decidió que si no estaría en Sudáfrica con él, lo estaría por él.

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Aquiles no quería dar sepultura a Patroclo sin antes capturar, destruir y horrorizar el cadáver del asesino, pero el mismo difunto le visitó en sueños para instarle sepultarlo y detener su andar frente a las puertas de Hades, proponiendo que, una vez cumplimentada su misión, fueran depositados los huesos de ambos en la misma urna. Esa mañana fijó su promesa: alcanzar la eternidad heroica para enaltecer el reencuentro con su amigo. 

Para Andrés, la meta era clara: estar entre los 23 del seleccionador Vicente del Bosque. Solo 105 días después de su lesión en la final, Andrés volvió a las canchas bajo la dirección de Guardiola. Aún sin exigirse demasiado, apareció una nueva rotura y perdió la final del Mundial de Clubes. Era 2010 y los tiempos se tornaron especulativos, no quería el lujo de una nueva lesión, pero llegó marzo contra Mallorca, lesión, recuperación, juego, rotura. Jugadores y cuerpo técnico (club y selección) le apoyaban incondicionalmente, pero Andrés no comprendía por qué la virtud en su ejercicio de la excelencia no bastaba, había sufrido 5 lesiones en los últimos 12 meses. Entonces, aún en recuperación, da el 20 de mayo y Vicente es colocado en el paredón de sponsors. “…como centrocampistas…..Iniesta”.

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Para Del Bosque, el talento del manchego bien valía soñar con la recuperación y un instante de genialidad. Aquiles, por su lado, subió al carruaje hasta las puertas de Troya para exigir una batalla con Héctor. No vaciló el príncipe troyano, seguro de que el despojo de su amigo y la ira desmedida lo debilitaría. No fue así. Aquiles atravesó al vencido y amarró el cuerpo ensangrentado al carruaje. Consumada la venganza, restaba solo la gloria. Volvieron a ganar batallas, pero era insuficiente. Se agotaban los efectivos y los recursos, la estrategia debía cambiar. Entonces Odiseo, el mismo que pidió a Aquiles sumarse a la guerra, ideó la primera gran estrategia de la historia occidental: para vencer, hacer creer que están vencidos. El caballo vendría después.

Tras durísimas semanas de recuperación, Andrés alcanzó el avión en la última llamada y empacó para 7 partidos, la promesa a Dani seguía siendo la última instancia. Y ganarla. Rodó el balón, primero contra Suiza, Andrés de titular. El partido se complicó de más y los helvéticos convirtieron. La exigencia de Andrés cobró factura y al 77 pidió el cambio. Las alarmas se encendieron, el margen era nulo. Guardado en la banca en la victoria a los hondureños, volvió Andrés contra Chile y se llevó el equipo al hombro con victoria y anotación incluida. A partir de ahí, Andrés fue imparable. En octavos, los vecinos lusitanos. Victoria por la mínima, tanto de Villa y comandancia del manchego como comunes denominadores contra Portugal, así como Paraguay en cuartos. En semis, la temible Alemania. La generación dorada ibérica lograba imponer sus credenciales en semis pero el marcador hacía mutis. Tuvo que volar por los cielos Puyol para rematar de cabeza un córner. Sellado el resultado, España estaba en su primera final mundialista. Y la promesa a un partido de distancia. 

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El 11 de julio de 2010 –sobra recordar la fecha para muchos-, Andrés vistió la camiseta más importante de su vida; no era la de la selección, lo fue una debajo con la leyenda que el mundo habría de conocer. Era también el día decisivo Troya. Llegaron a la puerta de la ciudad para anunciar: las tropas griegas se retiran y dejan como signo de paz un caballo de madera. Ya fuera por el hartazgo de una década de lucha, ingenuidad, o ambas, la ofrenda fue empujada hasta cruzar la muralla sin mayor resistencia que la de su peso. No así iniciado el partido en Johannesburgo.

La estrategia neerlandesa fue lastimar al rival en todo momento, evitar que la genialidad roja hiciera sinapsis y comprometieran sus redes, mejor esperar y contraatacar. La batalla era para España menos que deseable, pero no había marcha atrás: la copa del mundo estaba al final –o inicio- del túnel. Andrés fue golpeado cuantas veces tuvo el balón, caía pero seguía adelante. Terminaron los 90, el primer tiempo extra y los penales se asomaban. En Troya caía la noche y las entrañas defensoras con la guardia baja. Silencio. Entonces se detonó la chispa. Navas recibió el balón en terreno propio y tributa su reserva energética para correr por el borde derecho del campo sin dejar salir el balón, cae el balón al 6 y entrega de tacón a Fábregas, regresa a Navas que mira abierto en banda a Torres, entregándole el esférico para preparar la estocada.

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Del símbolo artesanal de redención salieron los soldados para capitular la ciudad, dando comienzo a la batalla final. Torres alza la mirada y dirige el envío al área grande, es rechazado y llega a Fábregas, intuye a Iniesta a una diagonal de la oportunidad última. Entrado a la ciudad, el heroísmo de Aquiles está a un acto de consumarse, Paris perfila su arco y apunta. Andrés queda frente al portero. Aquiles inhala por última vez. E Iniesta tira cruzado. Y Paris dispara su flecha. Segundos después, Aquiles e Iniesta consumaron sus destinos y el de todos.

Aquiles cayó de rodillas, sintió la fuerza evaporarse de su cuerpo, llegó el frío, pero sonrió, logró consumar el heroísmo en vida, restaría el reencuentro con su amigo más allá de ella. Andrés miró el balón fundirse en las redes y corrió. Para alejarse de los fantasmas. Para acercarse al oro. Para cumplir una promesa. Frente a la mirada de miles presentes y miles de millones desde las pantallas, el del pueblo 2 mil habitantes era el hombre más importante en la faz de la tierra. Su instinto solo supo hablar desde el corazón. Se quitó la camiseta y develó la leyenda que el mundo habría de conocer, pues, en palabras suyas, cuando se alcanza algo grande, solo resta recordar lo más difícil. En su ápice, quiso que todos supieran el motor que lo hizo seguir adelante, aquel que nunca se fue de su corazón. La camiseta decía “Dani Jarque, siempre con nosotros”. 

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Y el desenlace llegó. Aquiles fue enterrado junto a los huesos de su amado Patroclo, y sus hazañas siguieron contándose por toda Grecia hasta llegar a nuestros días. Andrés llevó la copa a casa en vítores de “Viva España y viva Fuentealbilla”. Fue ovacionado a cada estadio pisado, en especial  uno: el del Espanyol de Dani. Andrés obsequió la camiseta.  En 2012 contrajo nupcias con la camarera que lo flechó 5 años atrás. El estereotipo nunca le acompañó, siguió siendo un tipo ordinario con un derroche humano extraordinario.

En el camino a una eternidad desinteresada, Andrés y Aquiles no fueron muy distintos del otro. Sí, uno semidios guerrero nato, protagónico y exagerado, otro, un desentendido de la farándula, tímido fuera del campo y uno más desde la colectividad, pero ambos encontrados en la re-significación de su misión, no a pesar, a partir del adiós a su fuente de cariño más desinteresada. Porque el presente nos mintió, el talón de uno y el abductor de otro no fueron su debilidad, más bien la prueba que los encaminó a eternizarse a través de la redención. Y vencieron: al otro lado del ocaso, Patroclo y Dani sonrieron. 

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Por: Willy Sepúlveda / @WillySepu1

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