El futbol regresó. Poco a poco, luego de algunos meses sin actividad, las ligas del mundo reanudaron sus temporadas en estadios vacíos y mudos. ¿Qué fue lo que tanto nos hacía falta? ¿Acaso era el juego… o quizá lo que sucede a su alrededor?
Alrededor de la afición
El futbol nos da mucho más que 90 minutos de emoción. Los dos tiempos de un partido son solo una minúscula parte de todo lo que implica. A partir de la afición, por ejemplo, desarrollamos pertenencia en diferentes niveles: primero, nos identificamos como seguidores de cierto equipo y eso nos hermana con otros hinchas; pero también nos une como parte de la amplia comunidad de entusiastas del balompié.
El futbol despliega toda una narrativa que genera conversación, una mitología viva que se desenvuelve frente a nosotros con héroes y villanos, con el bien y el mal, con batallas épicas que cambian el curso de la historia.
En uno de mis pasos por la función pública, convoqué a una sesión de consejo con varias semanas de anticipación. Al acercarse la fecha, descubrí con horrible mortificación que había programado la reunión a la misma hora que el juego de vuelta de las semifinales de la Champions entre mi Roma y Liverpool. A partir de ahí, me suscribí a un servicio de calendarios que anota en mi agenda los encuentros de los equipos que sigo.
Así, mis días se organizan alrededor del futbol. Luego, de golpe, el calendario se quedó vacío.
La nueva anormalidad
En la televisión seguía habiendo futbol. Primero, juegos importantes de la temporada que se interrumpió. Después, partidos de relevancia histórica de los últimos treinta años. Eventualmente, resúmenes de los mundiales. Al final, cualquier encuentro, por intrascendente que hubiera sido. Confieso que esto sí le concedo al covid: disfruté de esta parte de la pausa que resultó un fructífero ejercicio documental.
Y llegó el 18 de mayo. Luego de más de dos meses sin futbol en vivo el árbitro pitó el arranque del derbi entre el Borussia Dortmund y el Borussia Mönchengladbach. El momento fue emocionante, sí, pero no podíamos ignorar algunas cosas que incomodaban, quizá no al deporte, pero sí al espectáculo: las gradas vacías y el silencio de la ausencia que develaba los gritos que los jugadores profieren.
Cayó el gol de Erling Haaland y se hizo todavía más evidente que estábamos en tiempos raros: una celebración muda, sin abrazos, con el artillero forzándose por festejar ante una audiencia que sabía lo estaba viendo a él, pero que él no podía ver. Luego de la sequía, nos enfrentamos al futbol en estado puro, libre de parafernalia y de ritos. Resulta que el futbol sí eran solo veintidós tipos corriendo detrás de una pelota. Y no sabemos si nos está gustando.
En pantalla
Cuando pensamos en futbol se nos vienen a la cabeza las partes emocionantes de los encuentros, esas vertiginosas escenas que se incluyen en los resúmenes que compilan
solo las llegadas a la portería. Ver futbol era en realidad revisar en el celular lo que se
decía del partido en las redes sociales, comer botanas y platicar mientras esperábamos a que alguien tirara un centro que nos hiciera voltear a la pantalla. Ahora, sin el ruido del estadio, ya no podemos distraernos.
De inmediato las televisoras buscaron la forma de reducir el trauma. Se desarrollaron
tretas para que el estadio vacío y el silencio no nos incomodaran, como sobreponer públicos virtuales para rellenar las butacas, lo cual hacía que la situación fuera todavía más desconcertante cuando ciertas tomas nos mostraban que en realidad no había nadie ahí.
También se añadieron los sonidos del FIFA de EA Sports para simular los cánticos, las porras y los abucheos. Para el televidente distraído, todo podría parecer normal; pero basta poner un poco de atención para que todos estos artilugios se conviertan en estorbos, como cuando se toma conciencia de que las risas grabadas de un programa están ahí para decirnos qué es gracioso y qué no.
Y es que el futbol es un producto televisivo. Por eso las ligas están de regreso aún y cuando no tienen público en directo. Como espectáculo, el deporte de la redonda n busca complacer a los conocedores o siquiera a quienes disfrutan del juego, sino que tiene como objetivo entretener. Basta con ver a quienes dirigen esas porras monumentales en los estadios: es tan grande su pasión por el equipo que se pasan el partido entero dándole la espalda a la cancha. Pareciera que el juego es lo de menos y ahora no tenemos nada sino el juego.
Hablemos de futbol
Cuando hablamos de futbol buscamos hablar de cualquier cosa menos de futbol. Y no me refiero solo a las conversaciones que tenemos los aficionados, sino a los diálogos de los comentaristas durante los partidos e incluso a los expertos en los programas de supuesto análisis. La conversación va de lo que pasa alrededor del balón: cálculos para predecir las posiciones en las tablas, rumores de transferencias, el comportamiento de los jugadores y del público, las rivalidades entre clubes… lo que sucede en el campo es apenas un punto de partida.
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La pausa y regreso me han hecho repensar cómo veo el futbol. Disfruto más a los
comentaristas que disfrutaba y soporto menos a los que no soportaba. He descubierto la mirada íntima que da seguir un juego con solo el audio de ambiente, sin voces de narradores ni efectos de sonido.
Difícilmente volveremos a tener la oportunidad de poder participar así de los diálogos entre jugadores y de los gritos frenéticos que les llegan desde los lados de la cancha. Son tiempos raros, sin duda. Pero no tienen que ser necesariamente los peores
tiempos para el futbol.
Por: Gustavo Macedo Pérez
Qué buen ejercicio de reflexión. Los cambios duelen, así sean para mejorar. Adaptación, palabra clave en la inteligencia. Tomar de la pandemia lo que nos construye. Así entiendo estas líneas de Gustavo Macedo.