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VAR

 

Jeremy Bentham diseñó el panóptico -un tipo de arquitectura carcelaria- cuando el siglo XVIII se encontraba en su ocaso. Este tipo de construcción fue un antecedente del Gran Hermano que más adelante llegaría de la mano del escritor George Orwell en su novela «1984»: un ojo capaz de verlo todo, de encontrarse presente en cada rincón sin que exista una mirada de vuelta.

El diseño del panóptico hacía que el carcelero tuviera la posibilidad de observar a cada uno de sus reos sin que estos supieran que eran vistos, de forma tal que al final, terminaban por sentirse vigilados, a pesar de que en realidad los estuvieran -o no- observando.

Este proceso no es menor, ya que implica una pedagogía de la disciplina; termina por llevar a los prisioneros a la obediencia, al automatismo, o por lo menos esto es lo que se esperaría. Una vez que el ojo que todo lo ve es interiorizado por los sujetos, ya no es necesario que realmente exista alguien en aquella Cámara de Gesell penitenciaria.

Michel Foucault (1926-1984), famoso teórico francés de la segunda mitad del siglo XX, supo ver esto en términos sociales. Antes había un monarca que detentaba el poder, un soberano en el que parecía concentrarse toda la fuerza; esta figura significaba también un resquicio, ya que quien lograba evadir la mirada del jerarca, se encontraba también fuera de la ley y sus castigos.

Sin embargo, bajo el modelo del panóptico –en las sociedades disciplinarias-, esto cambia: el vigilante que nunca descansa termina por introyectarse. La ley se automatiza en el sujeto. Esto lo pudo ver de manera clara y distinta, Foucault, quien describió con lujo de detalle la forma en la que instituciones sociales como cárceles, escuelas y hospitales hicieron sendos esfuerzos por coercionar los cuerpos de aquellos que intentaban vivir fuera de los marcos impuestos por las leyes.

El VAR, un panóptico de la pelota

Llegados a este punto, cabe preguntarse si en el futbol, el VAR no es un intento por llevar a cabo el mismo proceso (para saber si se logra, deberá pasar más tiempo, para poder evaluar las consecuencias). Más allá de todo juicio de valor, el árbitro cedió una gran parte de su poder a la tecnología, a otros árbitros anónimos detrás de la pantalla que le dicen si algo aparece o no cómo infracción

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El silbante sigue ejerciendo el poder de conceder o no la falta; tiene en sus manos la posibilidad de interpretar las imágenes que la pantalla le muestran. Sin embargo, lo cierto es que una parte de las decisiones que podía ejercer se diluyeron en manos de la tecnología. Actualmente solamente son un apoyo, pero no es descabellado pensar que en un futuro su papel irá disminuyendo hasta que su figura se difumine. El VAR es una mirada perpetua dentro del campo que tiene la posibilidad de verlo todo, sin descanso alguno en ningún momento.

Los que se fugan

Su vista precisa e infalible captura la realidad desde distintos ángulos, además de que puede retornar infinitamente a las escenas sospechosas. Tiene la capacidad de despejar sin temor alguno las incógnitas que el simple ojo humano nunca habría podido resolver. En su seno habita una capacidad profiláctica infalible. Por todo lo anterior, se esperaría que los jugadores abandonen costumbres como fingir faltas, o el hecho mismo de cometer las mismas, ante la perspectiva de que el Gran Hermano del balón podrá repetir una y otra vez la jugada. Sin embargo, esto no sucede.

Quizá sea, precisamente, por el breve tiempo de existencia que este nuevo mecanismo disciplinario tiene. Puede pensarse que los jugadores no han tenido el tiempo necesario para interiorizar la idea de que durante los noventa minutos que esté sobre el campo, serán objeto de estudio. También se puede pensar que se sabe que cualquier jugada tendrá que pasar por el filtro de la interpretación humana, siempre falible, siempre dispuesta a cambiar en el último minuto.

Lo cierto es que los cuerpos de los futbolistas no han caído aún bajo la disciplina del ojo que todo lo ve. Siguen cometiendo faltas, y aún más, aseverando que no las han cometido, a pesar de que saben que, al costado del campo, hay una pantalla en la que podrán verse a sí mismo quebrantar el reglamento. El Gran Hermano sigue sin ser parte de ellos, por ahora. 

 

Por: Alberto Roman / @AlbertoRomanGar

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