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Ngolo-Kanté

Regresemos en el tiempo y recordemos la Final de la Copa del Mundo de Rusia 2018. Francia enfrentó a Croacia. El 4-2 no es lo que me interesa evocar. Sino a un tímido N’Golo Kanté que, una vez ganado el trofeo, no se atrevía a tomar el fruto de su trabajo, hasta que N´Zonzi le pidió a sus compañeros que le prestaran la copa.

N’Golo Kanté, motor de la selección galano pudo más que sonreír en cuanto la tuvo en sus manos. Lo sorprendente del caso es la dualidad del mediocampista francés. En el campo es una fiera, un motor que no se cansa de correr (muestra de ello fueron los 68 km que corrió en el Mundial). En cuanto se acaba el partido, vemos al personaje tímido y humilde. Esta es su historia.

En la chatarra se forja un ídolo

De ascendencia malinense, N’Golo Kanté creció en los suburbios de París. Su infancia la vivió entre el futbol y la pobreza, pues la condición social de su familia lo orilló a recoger chatarra en las calles parisinas. Con tan solo 7 años, la tarea de N’Golo Kanté era recorrer kilómetros para encontrar materiales que se pudieran vender y así ayudar sus padres.

A los 11 años vino la primera gran prueba. El actual mediocentro del Chelsea perdió a su padre. Este hecho duplicó la distancia que Kanté tenía que caminar para buscar recursos, ya que el francés pasó a ser parte fundamental del sustento de su familia.

A la par de sus tareas (trabajo), Kanté entrenaba con US Boulogne, equipo que ha pasado gran parte de su historia en la segunda división francesa, categoría en la que Kanté debutó en 2012. Es decir, pasaron 10 años de la muerte de su padre hasta que el futbol fue una realidad. Mismos 10 años en los que el francés recorrió una infinidad de kilómetros dentro y fuera de la cancha.

Al año siguiente, ya con Caen, tuvo la posibilidad de jugar en primera división. En el máximo circuito, Kanté disputó 37 partidos donde anotó dos goles y dio pase para cinco, cifras que para un medio centro son destacables. Este hecho atrajo las miradas de otros equipos, donde vendrían nuevos retos para el jugador que surgió prácticamente de la basura.

La Premier League: el siguiente reto de N’Golo Kanté

9 millones de euros fueron los que desembolsaron los Foxes para hacerse de los servicios de Kanté. El francés se sumó a la plantilla conformada por: Jamie Vardy, Riyad Mahrez y el arquero Kasper Schmeichel, todos comandados por Claudio Ranieri. Aquel Leicester le devolvió la ilusión a los aficionados, pues contra todo pronóstico, jornada tras jornada, construyeron su camino hacia el título.

Sin embargo, más que un cuento de hadas como fue catalogado por la prensa, lo de Leicester fue una oda al trabajo y el sacrificio, valores que N’Golo Kanté representa a la perfección. Desde el medio campo, el francés se convirtió en un péndulo capaz de cortar las jugadas y de salir al frente con velocidad. Un motor en apariencia pequeño -mide 1.60 cm-, pero capaz de cargar con todo una escuadra.

La gesta de Leicester vino a consolidar todo el trabajo realizado por el jugador francés. Esto lo llevó en 2016 a fichar por el Chelsea por 35 millones de euros. Donde volvió a ganar la Premier League y la FA Cup. Sus logros no son obra de la casualidad, ni mucho menos pasan desapercibidos. Por ejemplo, Eden Hazard, Pogba y muchos aficionados dentro de los que me incluyo, aseguran que Kanté es el mejor medio centro del mundo.

En cuanto a la selección, sobra decir que Kanté es un protagonista. Una Copa del Mundo y 38 partidos jugados lo avalan. Pero si alguien aún tiene dudas sobre la valía de N’Golo Kanté, solo hay que recordar que él fue uno de los jugadores que sin pensarlo ayudó a la búsqueda de Emiliano Sala, futbolista que conoció en Caen.

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En pocas palabras, Kanté es una especie de dualidad entre voracidad en el campo y prudencia fuera de él. Esto se debe a la historia que hay detrás del jugador. De niño aprendió que pueden ser uno o diez kilómetros los que hay que recorrer para lograr tus objetivos, una vez que los alcanzas siempre debes recordar dónde iniciaste. Esa es la clave de la humildad y la grandeza de Kanté.

Por: José Macuil García

 

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