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Turco Mohamed

Tirado en el asfalto con la pierna destrozada, Antonio Mohamed aventaba el objeto más cercano que tenía a la mano con dirección a su hijo que yacía tirado e inmóvil debajo de los escombros de la casa rodante recién impactada por un automóvil. El Turco esperaba una leve reacción de su pequeño que le sanara su alma aturdida y le diera un poco de calma. Horas atrás, los dos habían sufrido la eliminación de Argentina en el Mundial de Alemania 2006, pensando que eso sería lo más doloroso del día.

Mohamed pudo recuperarse físicamente luego de un largo proceso de rehabilitación, aunque no lo haría mentalmente. Farid no sobrevivió a las fuertes heridas y murió teniendo tan solo nueve años. La vida del excéntrico y talentoso exfutbolista que se había convertido en director técnico cambió por completo. De vuelta en Argentina, el Turco lloró desconsolado sin importar la presencia de las cámaras o el lugar donde se encontrara. Recibió el cariño de los suyos y se refugió en el futbol. La pelota que tantas alegrías le dio lo acompañó en un duelo interminable.

Con su corazón alojado para siempre en el Huracán de sus amores, Mohamed considera a México como su segunda casa. En Nezahualcóyotl hizo historia con un equipo aguerrido que cimbró al futbol nacional a mediados de los 90’s mediante el vistoso y arrabalero look de sus jugadores. Cuando se retiró como profesional volvió, y con su buen vestir adornó los bancos de diversos equipos. Sus arrebatos argentinos alimentaron las redacciones de deportes que publicaban titulares salidos de su boca. Sin embargo, la partida de Farid cambió todo.

Toros Neza

La pasión siguió por el juego pero la mesura entró en las formas del entrenador. Con la calma en sus venas, el argentino se confirmó como uno de los directores técnicos más rentables del mercado. Ahí apareció Tijuana. El punto más alejado de toda Latinoamérica llegaba a primera división con una gran inversión y un proyecto deportivo ambicioso que no escatimaba en soñar. Tras el fracaso de Joaquín del Olmo al frente, las miradas apuntaron a Mohamed. Entonces, los Xolos fueron campeones.

Después, y tras un periplo por Huracán donde el amor estuvo lejos del buen accionar futbolístico, pisó suelo americanista con la sonrisa relajada, el semblante sereno y su forma de entender el juego. Pisoteado por su propia directiva, se enteró que había un sustituto para él en plena liguilla por no concordar con la visión del club –más precisamente con la de Ricardo Peláez, su director deportivo-. El Turco hizo lo de siempre: se entregó a la pelota y le dejó al América su estrella 12, yéndose con la cabeza bien levantada.

Tal vez él no lo sepa, tal vez no se dé cuenta, tal vez le resulte normal por esas cosas que hace la rutina de quitarle el asombro a lo que se vuelve cotidiano. Quien sepa apreciar lo que deja la pelota más allá de un simple resultado, concluye que Antonio Mohamed está tocado por esa gracia que solo es para unos cuantos. En cada partido que dirige, el Turco coloca un rosario en el asiento del banco que le queda a un lado; un mero simbolismo que transforma todo. El argentino puede ganar, empatar o perder un partido, pero lo importante va más allá. Pasa que –libre cada quien de pensar lo que quiera-, en México -durante los últimos años- en cada club que llega con su rosario en la mano, termina alzando una copa.

Por eso, cuando arribó a Monterrey –equipo en el que jugó y se identificó-, una afición de por sí desbordante en sus emociones lo recibió con una ilusión genuina. Arropado y feliz, el Turco puso su rosario en el banco de un estadio de primer mundo, con la vista al campo y con Farid siempre en la mente. Durante el Clausura 2016, Rayados no solo fue el mejor sino que su juego emocionó como hace mucho no pasaba. Ya en liguilla, cuando todos le amenazaban con una maldición inventada por los medios, continuó con la rutina que tanto asombra a todos los demás.

Cuando a Mohamed le preguntaron sobre su cariño futbolero fue bastante claro: “Huracán es el amor de mi vida, Tijuana es una amante y Monterrey mi novia”. El Turco puede tener un carácter explosivo, pero jamás se le ha acusado de olvidadizo. El no mencionar al América entre sus preferencias marcó la previa de una semifinal ante las Águilas que le calentó la sangre. Aunque intentó disimularlo en la fría diplomacia, sus ganas de ganarle al equipo de Peláez se veían hasta Buenos Aires. El enfrentamiento fue un regalo a quien la calma de la imparcialidad le deja disfrutar.

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Cuando Rayados venció al América y se clasificó a la final del futbol mexicano, el Turco se arrodilló en plena cancha con los brazos apuntando al cielo y la mirada fija en cielo oscuro. Luego entró a zona mixta llorando y con las manos en la cara. Su emoción, aunada a la de una grada ferviente que se besaba el escudo de su camiseta, le recordó a muchos la verdadera misión del juego. Dejando del lado el enojo de los americanistas por un vital penal dudoso pitado en su contra, el legado de Mohamed sigue acrecentándose con la pasión a flor de piel.

Tal vez él no lo sepa, tal vez no sé de cuenta, tal vez le resulte normal por esas cosas que hace la rutina de quitarle el asombro a lo que se vuelve cotidiano, pero Antonio Mohamed es un privilegiado que un día se sintió perdido y encontró en el futbol un refugio inquebrantable que le dejó ver luz cuando solo quería tener los ojos cerrados. El tipo que se siente en deuda con una afición única está a dos partidos de saldar su cuenta, colocando su rosario en el asiento del banquillo, mirando frente al campo y con Farid en la mente. Prohibido no emocionarse.

Por Francisco Espinosa / @fesga_

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