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licenciado Garza

¿Alguna vez han jugado a no ser ustedes por un instante? Se los recomiendo. Esto se los digo por lo que me ocurrió hace algunos años cuando acudí a dar una conferencia, o mejor dicho una charla para chicos de preparatoria. El motivo de la invitación tenía que ver sobre lo fundamental del hábito de la lectura entre los jóvenes. ¿Por qué yo? Hasta la fecha no lo sé, pero acepté sólo por el gusto de aceptar. Bueno, la cosa es que de lo único que no hablé fue de libros.

La confusión

Llegué muy temprano a la cita, una hora antes para ser preciso. Toqué a la puerta del colegio y una maestra me recibió como si llevara esperándome toda la vida. “Qué bueno que llega licenciado, justo a tiempo para iniciar su ponencia”, exclamó con alivio. Miren que sí se veía angustiada la mujer. En fin. Jalándome del brazo me llevó hasta el auditorio donde había por lo menos 50 jóvenes con caras de aburrimiento o juegue y juegue con sus celulares. Nos dirigimos hacia una mesa colocada frente a todos los chicos, cogió un micrófono y pidió atención.

“Muchachos, una disculpa por la demora. El licenciado Garza se retrasó un poco debido al caos vial, pero afortunadamente ya está aquí. Ahora pido a todos ustedes guarden sus cosas y sean respetuosos a la conferencia.

El tema de esta ponencia es sobre valores y moral en la sociedad actual, cualquier duda o comentario hasta el final. Puede usted empezar, licenciado”, soltó la maestra. Ni modo, ya estaba ahí y ni cómo rajarme. Así que fui el licenciado Garza. Pude haber dicho que me confundía, pero me atrajo la idea de ser alguien que no soy.

Hablar de futbol

De entrada le caí bien a los chavos porque me vieron vestido de jeans, camisa desfajada y chamarra. Debo confesarles que no uso traje, es algo que no me agrada. Como el tema de valores no lo domino, mucho menos el de moral, recurrí al futbol. Comencé por preguntarles a cuántos de ellos les gustaba este deporte. Más de 30 manos levantadas, casi todas de varones. “Ya estuvo”, dije en mi mente. La maestra, por supuesto, me miró con extrañeza.

Comprobado que les gustaba el futbol, bueno, ni hablar, me seguí con el tema. Ahondé en preguntarles cómo se sentían, cómo era su convivencia con los futboleros. Que se sueltan los corajes y traumas familiares. Les permití que interrumpieran a pesar de que la maestra les había dicho que dudas y comentarios hasta el final.

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Varias chicas externaron sus molestias con la figura paterna. “En mi casa todavía se aplica esa estupidez de que los domingos son sagrados para el fútbol y tenemos que sentarnos con mi papá a verlo”. “Tenemos una sola televisión y mi papá y mis hermanos la acaparan para ver puros partidos”. “Mi papá no habla de otra cosa que no sea futbol”.

Intercambiamos experiencias y anécdotas relacionadas al tema en cuestión. Para no hacerles tan largo el cuento duramos una hora en sana convivencia hablando sobre puro fútbol en su relación con la vida diaria. Tuvo que intervenir la maestra advirtiéndome de que el tiempo se había agotado. Me despedí, se despidieron. Si bien no aprendieron nada de valores y moral por lo menos se entretuvieron sin padecer una conferencia que bien pudo haberles desencadenado más traumas.

La despedida

Me retiré casi a empujones por la maestra, pues le corría el ansia por recibir al licenciado Leonardo. Cuando le digo que yo soy el licenciado Leonardo, ¡pobre mujer!, se puso pálida. Se lo rectifiqué con mi credencial de elector. “Pero es que, y luego, no puede ser, ¿y el licenciado Garza?”, tartamudeó (o cantinfleó) ante la sorpresa. “No lo sé, ya le explicará su ausencia el señor Garza”, respondí con cinismo agradable para mi persona.

Con una cara de me van a correr, la maestra me guió nuevamente al auditorio y me presentó como el licenciado Leonardo. Apenada por la situación, ella ya no sabía ni qué hacer. Tomé el micrófono, expliqué a los chavos lo sucedido y aplaudieron. No a mí, sino a ella. ¿Por qué? Sin querer, gracias a una curiosa confusión, les ahorró una hora de letargo. Le devolvieron el color y yo seguí con la charla sobre futbol otra hora.

El verdadero licenciado Garza, por cierto, nunca llegó.

Por: Elías Leonardo / @jeryfletcher

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