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Un día más

Colocándose su mochila al hombro sale de casa para comenzar con la labor. Hace escala en el café ubicado a dos cuadras, donde acostumbra tomar su americano mientras analiza la ruta que habrá de elegir. Si el día amanece nublado opta por distancias largas y para ello viaja en transporte público. Si el día es soleado
prefiere distancias cortas y camina.

En esta ocasión el sol se hizo presente, por lo tanto, toca caminata. Saca su libreta y revisa cuál colonia de la ciudad le falta por recorrer, o en su defecto cuál ha sido la menos recorrida. Ya sabe su destino, irá a la que aparece palomeada una sola vez.

Paga su café y emprende la marcha acompañándose de su deseo por tener buena suerte.

Un buscador del pasado

Desde hace varios años se dedica a tocar puertas. De casa en casa se postra presentándose como un buscador del pasado y pregunta si no tienen fotografías antiguas que le vendan. Muchos lo tildan de loco, al grado de que o no le abren o lo corren diciéndole que llamarán a la policía. Hay otros que sí confían en su oficio.

Algunas familias se desprenden de sus fotos porque no les son tan entrañables, además de que obtienen unos cuantos pesos por ellas. “Mi tío ya se murió y la verdad es que nunca fuimos tan cercanos”, le han llegado a decir. También hay gente que se deshace de fotos extrañas, inexplicables. “De todas las personas
que aparecen, ninguna me es conocida. No tienen nada que ver conmigo, tampoco con mi familia”, le han comentado.

No las compra para coleccionarlas. Cada foto que consigue va directamente al archivo personal de su viejo amigo. Se las regala para que siga inventando y escribiendo historias surgidas a partir de las imágenes. Hasta ahora cuenta con más de tres mil fotos, no así el mismo número de textos; hay material que no le “inspira para crear”.

-Me entristece que sigas sin encontrar las tuyas, por lo menos una.

-Lo sé, pero mantengo la esperanza.

-Con una foto me bastaría para escribir hazañas de lo que en verdad fuiste.

-La tendrás, juro que la tendrás.

En su juventud, el buscador del pasado fue futbolista. Llegó a ser uno de los mejores en su época, sin embargo, la fama no estuvo de su lado. Era discreto, un tipo al que no le gustaban las fiestas, como tampoco llamar la atención fuera de las canchas. Fue un delantero que anotó cientos de goles, no obstante carecía de carisma y picardía; sobrio para jugar, mesurado para festejar.

Tal perfil le redujo apariciones en periódicos y revistas, le limitó las posibilidades de ser considerado un auténtico ídolo por la afición. Muy rara vez los reporteros le pedían posar frente a la cámara, pues juzgaban la falta de ángel que otros sí poseían. Aún así le tomaron fotos.

Cambios de sede, terremotos, humedad, desaparición del medio, personal ya fallecido. Escuchó un sinfín de razones en los diferentes sitios donde pudo haber existido testimonio gráfico de su paso por los campos de antaño. Negándose a la resignación del olvido, sin obligación de nada en la vejez, se propuso buscar y
encontrar fotos de su pasado como goleador.

Abrazado al anhelo se tuvo fe en que tarde o temprano una puerta se abriría y al otro lado de ella estaría el familiar de algún reportero, compañero o aficionado de la vieja guardia que conservara entre sus pertenencias alguna foto donde apareciera él.

Celebró campeonatos, se enojó por las derrotas, estuvo tendido sobre el césped por las faltas que recibía. “A toda casa siempre llega una foto de vidas ajenas, retratos ligados a un instante prestado. Seguramente yo estaré en por lo menos uno de millones de hogares”, le dijo a su viejo amigo el día que decidió arrancar
con la búsqueda.

– ¿No es más fácil que pongas anuncios en la calle o te presentes con tu nombre?

-No. Si pongo anuncios sería como someterme a la espera, angustiarme con la imposición del tiempo y ser propenso a una ilusión engañada. Vaya, un mueble esperando un objeto. Ahora, si digo mi nombre nada gano, muchos no me vieron jugar, no saben quién soy.

– ¿Y cuál es el fin de todo esto?

-Recuperar mi pasado. Eso, simplemente eso.

Un viejo recuerdo

El recorrido ha sido bastante agotador por culpa del calor y muy poco productivo; apenas una foto en 150 casas. Sentado en las escaleras de un edificio contempla al niño serio que viste de traje y sostiene una vela tamaño cirio sobre sus manos, nada contento por su primera comunión. Sabe que es una imagen de las que su amigo acostumbra desechar, de las que no le inspiran para escribir.

Mientras tanto, un anciano conversa con su esposa. Esto tiene lugar al interior de una las puertas tocadas por el buscador del pasado, específicamente en la sala.

-Me quedé pensando en el señor que vino hace rato a comprarnos fotos.

-Pobre hombre.

-Se me hizo conocido. Su rostro me recordó al Gatillo Ramos.

– ¿A quién?

-Al Gatillo Ramos, un delantero de mis épocas. Era muy bueno, le pegaba como endemoniado al balón. Por eso le decían así.

-A lo mejor no era él.

-Puede que tengas razón. La próxima vez que pase por aquí le pregunto; quizá sí sea.

Es probable que no exista una próxima vez. El buscador del pasado continuará con su labor de acuerdo a lo que le dicten el clima y su libreta, dando por hecho que pisará nuevamente la colonia hasta que haya recorrido de cabo a rabo todas las que tiene anotadas en su lista. Puede ocurrir, así es la vida, que su cuerpo serinda a mitad del trayecto.

De igual forma cabe la posibilidad de que el anciano se quede con las ganas de cerciorarse si el hombre que tocó a su puerta es o no el Gatillo Ramos; con la salud nunca se sabe.

Por ahora, justo en estos momentos, el buscador del pasado se levanta de las escaleras para proseguir con su andar. Y lo hace acompañándose de su deseo por tener buena suerte.

Texto: Elías Leonardo / @jeryfletcher

Ilustración: Vadelate / @vadelate

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