Scroll Top
debut

Caminó con paso lento hacia la zona de vestidores completamente golpeado en sus emociones

Lo que tanto ilusionó como un momento de gloria, se convirtió en un instante amargo, sobre todo porque había entusiasmado a su familia y amigos, quienes atestiguaron lo ocurrido a través de la televisión.

Mamá, mamita, ¡el profe me dijo que hoy voy a jugar! Avísale a mi papá, avísale a todos”.

El ruido de un estadio festivo por el triunfo del equipo fue insonoro para él. Ensordecido a causa de susurros registrados en su pensamiento, se lamentó por las palabras dichas a su madre luego de que el director técnico le externara que esa noche iba a debutar en Primera División. Y sí, debutó, pero no como él imaginó.

Lee más: La herencia de una camiseta en manos de mamá

Alterado por la nula capacidad para generar alegría, dio vuelta y se dirigió hacia el árbitro para recriminarle por el silbatazo final. Comenzó a culpar al hombre de negro (hoy multicolor) de su sinsabor. Entre reproches y llanto de ira, el chico terminó preguntándole por qué hizo lo que hizo.

Muchacho, te entiendo. Lo que puedo decirte es que cumplí con mi trabajo.

Sólo me diste dos segundos.

No fui yo, fue tu entrenador. Reclámale a él.

Recurrió al desahogo con el árbitro para evitar encarar al verdadero responsable, el director técnico, un hombre que le prometió jugar y lo mandó de cambio en tiempo de compensación únicamente para forzar la consumación de los últimos segundos del juego (que fueron dos). Su debut en Primera División consistió en ingresar al campo para no hacer nada. Pisó el césped dos segundos. Ni siquiera pudo trotar hacia la media cancha.

Te puede gustar: La mágica camiseta de Horacio Casarín

Caminó con paso lento hacia la zona de vestidores completamente golpeado en sus emociones. Iba frustrado y dominado por el temor de ser uno más en la lista de jóvenes que debutan para afincarse de inmediato en la estadística del fracaso prematuro.

Aquella noche su madre lo esperó en casa.

Hijo, lavemos tu uniforme.

Mamá

Sé que está sucio, hijo, lo sé.

Lavaron juntos un uniforme que se ensució de lágrimas, de impotencia, de rabia. Lavaron juntos un uniforme después de no hacerlo desde que él se convirtió en profesional. Retornaron a una antigua rutina que a ambos les permitió transitar juntos en un mismo propósito: soñar.  

Y aquel debut no quedó en el olvido.

Por: Elías Leonardo / @jeryfletcher

Entradas relacionadas