“No hay casualidades sino destinos”, dice Sábato en la novela Sobre héroes y tumbas. No fue casual que, en el mundial del 58, le tocara a Pelé el dorsal 10, y que, a partir de ese momento, solo los favorecidos por los dioses del fútbol, lo hayan portado con todo y sus implicaciones, como ser el eterno del equipo.
Tampoco es una casualidad que, en la literatura hispanoamericana del fútbol, Diego Armando Maradona sea el jugador que más ha llamado la atención de los escritores para hacerlo uno de sus protagonistas. Ser el diez más literario, era un destino.
Por su personalidad completamente polémica, Maradona, en la literatura, funciona perfectamente como héroe problemático. Pues fue un jugador que por durante toda su vida osciló entre claroscuros: del Cebollitas, a la gloria de una copa del mundo, de ganarlo todo en sus equipos, al abismo de las adicciones.
Si Maradona hubiera sido escritor, por supuesto que habría sido un poeta maldito, del tipo Hemingway. Bien crack en su profesión, pero con conductas bien cuestionables, en particular con las mujeres. Sin embargo, la magia de sus botines fue la que lo convirtió en el diez más literario, porque era un destino. “Fue deseo de Dios”, versa la canción “La mano de Dios” de Rodrigo, y justo esa jugada profana es la más recreada por la literatura y por la música popular.
Y es que, como dice Eduardo Galeano en Fútbol a sol y sombra: “Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol.” Pero de esos dos goles, el que sobresale es el que anotó con la mano, porque con ello trasgredió las reglas del juego, y las reglas de una vida condenada a lo ordinario.
El ser distinto
Al trasgredir, Maradona sembró las semillas de su propia leyenda. El héroe trágico se opuso a la casualidad del cero a cero, para forjar un destino épico. ¿Cuántos somos capaces de romper, en momentos decisivos, con las reglas que no nos permiten seguir, que nos mantienen en un angustioso cero a cero? Por eso, el primero en reconocer esa proeza fue Osvaldo Picardo con el poema “La mano de Dios”, escrito algunos días después de aquél 22 de junio de 1986:
Y en la ovación callada, Maradona
por encima del inglés se eleva.
Después fue otro día, apenas salió el sol
y se habló de la trampa y hasta de dios.
Once años después, es decir, en 1997, Héctor Negro también le dedicó unos versos a ese hito del fútbol, con el poema “Versos para Maradona”:
Fue… la mano de Dios, y el demonio sudaca
desparramando ingleses y sutiles inventos.
La melena enrulada o el cabello cortito,
el misterio era él mismo, la magia no era cuento.
Por su cuenta, el compositor Enrique Bugatti, le escribió a esa icónica jugada el tango “Mago Diego”:
Te saben ilusionista
los ingleses con razón
porque vieron una mano
donde estaba el corazón.
En la narrativa también hay un relato que se rinde ante esa gesta futbolística, con “Me van a tener que disculpar” de Eduardo Sacheri, el autor describe veladamente la caída del héroe, puesto que para el 2000, año en el que fue publicado Esperándolo a Tito, Maradona ya se había retirado del fútbol y ya no se hablaba de su fútbol, sino de todas sus controversias. Por ello, Sacheri le reclama al tiempo su paso irrefrenable:
Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida.
Eduardo Sacheri,
Un reproche parecido le hizo Martín Caparrós con el artículo “Fuimos Maradona” en el que menciona que “Es duro ya no ser Maradona. Nos pasa a todos: ya no somos porque él ya no es. Si es duro para todos, me imagino lo difícil que debe ser para un tal Diego.” Lo cierto es que, a pesar del desencanto de muchos de sus seguidores, de Maradona nunca se dejó de escribir. Y es que, por trasgresor, Maradona hizo de sí mismo un mito.
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Ahora bien, existe otra jugada que inmortalizó a ese Dios pagano. En ese mismo partido de cuartos de final, en el estadio Azteca, contra Inglaterra, surgió otro momento que lo eternizó, que le valió el mote de “Barrilete cósmico”. Y fue esa desbandada de media cancha en la que burló a 2 250 jugadores ingleses (en realidad fueron seis, pero para la épica, multiplicamos la cifra por 375). Quizá uno de los relatos más emocionantes de este episodio histórico del fútbol es “10.6” de Hernán Casciari, publicado en 2012:
El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos.
Maradona enamoró y desencantó y luego, volvió a enamorar para siempre; y es que, como Mencionó Mario Vargas Llosa en el artículo “Maradona y los héroes”, publicado en El gráfico hacia 1982: «Maradona es un mito porque juega maravillosamente, pero también porque su nombre y su cara se graban en la memoria al instante y porque, por una de esas indescifrables razones, que no tienen nada que ver con la razón, de entrada, nos parece inteligente y nos cae simpático.»
Quien también escribió de Maradona fue Mario Benedetti, quien, en el año 2008, le dedicó el poema “Hoy tu tiempo es real”, en el que versa:
Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa […]
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.
Por otro lado, en 2014, Sergio Faus escribió «Juguetes de fútbol y alegría”, un poema en el que, a pesar de toda la mala prensa en contra de Maradona, el poeta termina hablando de los otros significados que representó el diez más literario:
Embajador de los Pobres
Defensor de lo Justo
Humilló a ricos y poderosos
No dándoles el gusto.
Se podrá estar, o no, de acuerdo con la idea de Maradona, pero lo cierto es que pocos jugadores han brindado tantos motivos para los escritores, ya sea para laurearlo o para despreciarlo, e incluso para denunciarlo por el crimen que la fama no perdona: caer en desgracia públicamente.
Maradona es una idea que funciona muy bien para la literatura, porque puede interpretar tanto el papel de héroe, como de antihéroe sin ningún problema, no hay matices porque termina siendo un personaje prototípico totalmente ajeno a la condición humana. O es Dios o es demonio. Sin embargo, «Mientras haya un planeta en que respire un niño, / un niño habrá que sueñe que es Diego, / y que repite los goles imposibles/ de músicas y pájaros.» como dice la canción “Mi cotidiano insomnio” de Leonardo Favio. Y seguramente, no se deje de hablar del diez más literario nunca.