Berlín es una ciudad multicultural, reconstruida, pero con algunos vestigios de la división del Muro. En las calles cercanas a Alexander Platz se respira inclusión de todos los países, ya no hay Este u Oeste separado, solo muchas voces en diferentes idiomas. Hoy, algunas zonas comunistas como Mitte se han vuelto barrios exclusivos y muy caros.
Muchos alemanes prefieren no hablar del nazismo, ni de la guerra, ni de Hitler, ni de aquella división, aunque saben que conviven ante la curiosidad de los turistas que visitan Checkpoint Charlie, de las vistas que rememoran la arquitectura soviética.
Si uno se aleja del centro berlinés, se alza uno de los emblemas más representativos del deporte alemán: el Estadio Olímpico de Berlín, un inmueble que, pese a todas las renovaciones que ha tenido, aún conserva su historia ligada al nazismo.
El coloso surge
Cuando Hitler llegó al poder, en 1933, Berlín ya había sido designada como sede olímpica para 1936. El Führer entendía que había que proyectar la grandeza de Alemania, y qué mejor que un nuevo estadio. Así, Werner March se encargó del nuevo recinto.
El mensaje era muy claro: Alemania no sólo debía mostrarse grande, sino fuerte ante los países opositores en un ambiente de tensión bélica. Quería que el estadio ahora sí se usara para albergar la justa olímpica más importante, y no como en 1913, cuando aquellos Olímpicos no se realizaron, debido al inicio de la Primera Guerra Mundial.
El medio es el mensaje…
Un primero de agosto de 1936, en las tribunas del nuevo estadio, cerca de 100 mil personas alzaron su brazo con el conocido saludo nazi ante el Hitler. El pebetero se encendió y así comenzaron los Juegos Olímpicos de verano.
La limpieza étnica había tenido lugar semanas antes. Hitler había mandado a encerrar a gitanos, judíos, disidentes y homosexuales. Aunque, el mensaje institucional de los juegos fue “la fiesta de la alegría y la paz” y así debía maquillarse con la propaganda orquestada por Goebbels. Así, la consigna fue: “la tesis en torno a la raza no debe en modo alguno reflejarse en las reseñas de los resultados deportivos”.
Alemania dominó el medallero de aquellos Juegos. Sumó 33 oros, 26 platas y 30 bronces. Aunque, los episodios más emblemáticos fueron las victorias de Jesse Owens, un atleta de origen afroamericano, en las finales de 100 m, 200 m, salto de longitud y la carrera de relevos 4×100 m. Así de paradójico. Hitler pronunció “los estadounidenses deberían sentir vergüenza de permitir a los negros ganar sus medallas. Yo no le daré la mano a ese negro”.
Hoy en día, los alemanes -y el mundo- prefieren recordar a su Olympiastadion como el escenario donde ocurrió aquel inolvidable cabezazo de Zidane a Materazzi en la final del Mundial de 2006. Pero la antigua Villa Olímpica es un recordatorio de la grandeza arquitectónica que ideó Werner March.
Con información de Anna Abella y Vanessa Del Prete
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Por: Georgina Larruz / @LarruzMG