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poegol

La pelota reclama afecto. Si es pateada con pasión, el tiro acabará en las redes. Si es pateada con angustia o despecho, acabará junto a un vendedor de cervezas.

Juan Villoro

Las campanas inician su canto dominical, ¿será que alguien escucha?,
miro tu cabello enmarañado
en mi hombro,
y la respuesta llega,
la bendición llega…

-¡Era de cabeza, cabrón!

El Pocaluz increpa a Sahid al borde de la portería. Un centro preciso, proyectado por la zurda torpe de Toño, no fue correspondido por un remate contundente del delantero estrella. La final se jugaba y el gol se escondía en la poca eficacia de los jugadores del Toro Futbol Club. El partido estaba trabado, los integrantes del equipo Club Corceles, quienes deseaban el bicampeonato, tampoco encontraban el ritmo para horadar el arco de sus enemigos.

-¡Ponte chingón, Sahid!- gritaba don Fausto, el deté, desde el área técnica. Después, le gruñía a los tres jugadores sustitutos: ¿pos qué trae este güey? Hace ocho días metió tres pinches golazos…

El sol comenzó el asalto a tu habitación, sus llamas, clavan su bandera.
Tu cuerpo de gacela
se estira,
se acomoda en el lienzo
de la sábana,
terreno santo,
para que la imagen
habite, a perpetuidad,
en todos los rincones
de mi casa.

-¡¿Otra vez?! ¡No mames, Sahid!-. Ahora el portero Cirilo reprendía a lo lejos al 10 de los Toros, al tiempo que acomoda su larga cabellera rizada y rubia, a lo Pibe Valderrama. Otro error increíble. Un pase filtrado del Chaparro había colocado a Sahid frente al portero rival, quien se vio superado por el delantero con facilidad pero el tiro hizo llorar al balón que pasó a un lado del poste, fuera de la cancha.

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Patadas iban y venían; reclamos enardecidos por parte de ambas escuadras llegaban como flechas al joven árbitro, quien miraba su cronómetro, desesperado, deseando que los numeritos del artefacto llegaran al minuto 80, para lanzar el pitido furibundo que terminara con el suplicio de 22 pendejos increpándolo…

Ahora el din don matutino se convierte en una inexorable alarma,
esa que despierta
el deseo,
la tensión
de amarte
con la violencia
de una noche de descanso.

-¡Penal, a huevo penal! ¡Ya nos los chingamos!- grita don Fausto desde la banca. El campeonato está a un tiro, franco, fácil, asequible. La ceguera parcial del Pocaluz en su ojo izquierdo impidió que el medio de los Toros notara el lance imprudente del defensa Corcel que, en su afán de detener el pase obvio para dejar sólo a Sahid frente al portero, se lo llevó de corbata. Penal a favor del Toros en el último minuto de juego. Todo el equipo voltea a ver al 10 Toro, a Sahid, quien toma el balón, lo besa, lo gira y lo coloca en el manchón blanco que indica la distancia reglamentaria para realizar la ejecución.

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Acomodado a su perfil derecho, se toma el tiempo de voltear a todo su alrededor; sus ojos buscan una cara, una esperanza, un regreso. Su ánimo busca una cara blanca con un cuerpo pequeño, melifluo, que le de inspiración para llevarse la gloria en el Torneo de la Categoría libre sabatino. Y Sahid con todo listo para golpear el balón, comienza a dibujar palabras en la nebulosa inquieta, que habita en su cráneo:

Pero todo se ha detenido, las escenas del romance
se agotaron.
Me fui, te fuiste.
El viacrucis de la retirada,
ha comenzado de nuevo.
De nuevo,
chingao,
de nuevo.
¿Qué no pueden regresar los domingos?
¿el café del desayuno?
¿las miradas de la realidad?

Sahid apresta el cuerpo para realizar el tiro. Nadie, más que el mundo, lo mira.

Por Omar Galicia / @ogalamabu

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