El futbol moderno se rige por la ley de la oferta y la demanda. Los jugadores ponen su talento al servicio de cualquier equipo que les ofrezca una cantidad suficiente para resolverles la vida. Y ahí van, como pulgas brincando de club en club hasta ponerle fin a su carrera, y poder gozar de las mieles de su arduo trabajo. Pero hubo una época en la que no era así, mencionabas el nombre de un jugador y sabías con qué equipo había permanecido toda su carrera, si había sido figura o simplemente otro más. Cuando escuchas el nombre del Superman, Miguel Marín, no solamente recuerdas esa sudadera a rayas, recuerdas, con un toque de añoranza: Ahhh… ¡el Campeonísimo!
Es cierto, José Miguel Marín Acotto inició su carrera con el club Fortín, Vélez Sarsfield. Sí, fue campeón con ellos y disputó más de 200 partidos con la camiseta del club que inspiraría la figura de Dámaso Vélez Sarsfield. Pero cuando escuchamos Superman o el Gato Marín, indudablemente tenemos que recordar su leyenda, como la de la más grande muralla que ha custodiado los tres palos de la Máquina Cementera.
El argentino llegó en 1971 a la escuadra celeste, había sido campeón en Argentina en 1968 y a pesar de memorables actuaciones, mantenía un perfil discreto con la hinchada. Es por eso que la familia Álvarez emprendió un viaje por el sur de nuestro continente para sellar un acuerdo que brindaría la mejor época del conjunto de la Noria.
En su carrera con la Máquina, Miguel Marín se ganó un lugar en la eternidad; reflejos felinos, potencia física extraordinaria, juego aéreo y una presencia dentro del área inigualable eran algunas de sus características, además de un carisma y una sencillez dentro y fuera del campo. Ángel Fernández, el mítico cronista deportivo, fue quien lo bautizó como el Superman.
El Gato, que había nacido un 15 de mayo de 1944, vio al Cruz Azul en su apogeo, levantó en 5 ocasiones el trofeo de campeones de liga (71-72, 72-73, 73-74, 78-79 y 79-80), incluyendo un triplete histórico y la merecida distinción de Campeonísimo, gracias a partidos inolvidables donde Superman hacía gala de sus cualidades, incluso poniendo en riesgo su integridad. Prueba de ello son las deformaciones que con el tiempo fueron adquiriendo sus manos, a causa de la cantidad de atajadas que recibía.
Aún después de sus grandes logros y su liderazgo, no consiguió atraer la atención de los seleccionadores argentinos, que lo mantuvieron al margen siempre de la albiceleste, pero la leyenda del Gato ha sido recordada tanto en México como en Argentina, ya que lamentablemente perdió la vida un 30 de diciembre de 1991 a causa de un paro cardiaco fulminante. Los aficionados de antaño de la Máquina, lloraron la pérdida de su más grande ídolo.
Ahora, cuando escucho que tal jugador se fue a tal equipo, que tal club vendió a su figura a un grande europeo, solo pienso en los genios que hicieron brillar a una sola escuadra, que no se fueron por el dinero, que se debieron a una sola afición, una ciudad y una sola camiseta. Ahora sé que donde quiera que se encuentre el Superman, siempre, cada sábado que juega la Máquina, él protege la meta.
Por Jorge Emilio Mendoza Piña @georgehatetweet