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Ronaldinho

Mi hermano más grande siempre me habló del absurdo de los ídolos. Nos preguntábamos juntos sobre la necesidad de las personas de tomarse una fotografía con un artista o ir a vitorearle a un escenario. Hablábamos de porqué habríamos de seguir tan de cerca a alguien que ha alcanzado su desarrollo en vez de preocuparnos por el nuestro. De las multitudes alrededor de una persona; de los conciertos y los estadios; y de cuánto nos preocupaba en ese entonces ser un borrego en tiempos de lobos. Las pláticas sucedían en las noches después de mis primeras jornadas en la universidad, en esos días agitados en los que tienes que aprender a vivir fuera de casa y desarrollar una visión del mundo antes de que llegue la Navidad para poder llevar a casa la buena noticia de que has crecido. Compartí las ideas del admirado hermano como durante toda la vida ya había asumido la inspiración de muchos ídolos que negaba y, por ideología, prefería no ver. Hoy han pasado casi ocho años de aquellos días y vengo a dar la cara, vengo a hablar de un ídolo.

Invertí mucho tiempo tiempo de mi infancia en el futbol. Mucho, muchísimo tiempo, pero no suficiente para enunciar un demasiado gracias a lo que le aprendí a la figura de Ronaldinho Gaúcho.

Tenía 12 años cuando en 2004 llegó a mi casa la primera computadora con la capacidad de procesar y reproducir videos. Con ella llegó la inminente y maravillosa pornografía, pero también la inédita oportunidad de disfrutar el corazón de la alcachofa del futbol: los videos de jugadas. Antes el futbol era un producto de dos horas con diez minutos de emociones fuertes, y gracias a Limewire y Ares existió la posibilidad de disfrutar videos de diez minutos con las mejores emociones de diferentes juegos. Era una cosa maravillosa, y si vamos a hablar de videos de futbol, más vale mencionar aquel de Ronaldinho vs Zidane, que musicalizado con una versión instrumental de What’s The Difference de Dr. Dre, intercalaba lo mejor de los dos mejores del momento.

Veía aquel video al menos un par de veces por día y me introdujo algunos de los movimientos del ídolo que era una gran referencia para un preadolescente que empezaba a romper los esquemas para buscar un lugar en la sociedad. En aquellos días nacieron los primeros planes propios y la vida me enseñaba que las cosas nunca salen como se piensa. El clip menciona el flip-flap (látigo, a.k.a.) de Ronaldinho, que consiste en arrastrar la pelota drásticamente hacia un lado y el otro en un sólo movimiento, esa jugada antaña pero apropiada por el brasileño me enseñó precisamente a entender que siendo el defensa que está esperando a que la pelota se mueva en una dirección para atajarla, es muy probable que siempre llegues tarde. Más vale, como hacía el ídolo, ser quien lleve la pelota, y entrenarse para moverla ágil sin ser intervenido en planes.

Un año después de que llegara ese video que introdujo al brasileño en mi vida como un futbolista a quien veía todas las tardes en el monitor, sino a quien quería imitar cada vez que un balón raspaba mis agujetas, llegó la lección de baile. Una muy particular lección de baile, porque aunque Ronaldinho todo el tiempo bailaba, este movimiento me marcó por su sencillez, alegría y contundencia, ya ven que Bukowski decía que los intelectuales dicen cosas simples de modo complicado y los artistas cosas complicadas de manera simple. Pues esa fue la lección. Aquel 8 de marzo contra el Chelsea, Ronaldinho me enseñó lo que después me enseñarían las cumbias: que no gana la cartera más abultada sino la sonrisa más grande, y que no es recordado el que se para mejor, sino el que mueve mejor los pies. Hay pelotas que son oportunidades y hay pelotas que son tránsito. Las que son oportunidades no tardarán en encontrar el marco, las que son tránsito van al menos un tiempo atrás.

El 10 recibió una bola de Iniesta afuera del área que era más semáforo que tránsito porque tenía plantados enfrente a John Terry y Ricardo Carvalho, pero la capacidad de bailar y disfrutar del brasileño le hizo quebrar un par de veces las rodillas y rematar un punterazo con chanfle del que la zaga se enteró en el tercer tiempo. No ganó el partido pero trascendió más que aquel Chelsea que más adelante quedó eliminado, y eso es el baile. Porque Ronaldinho será con certeza uno de los futbolistas más recordados de todos los tiempos, y para eso no tuvo que ser un deportista competitivo, tuvo que ser un alma libre, porque prefirió bailar cuando los mejores defensas del mundo se postraron enfrente en vez de dar un pase atrás y porque prefería sonreír en vez de pelearse con el árbitro o cualquiera. Era tan libre y alegre que mientras hoy los grandes futbolistas del mundo discuten con su equipo porque no pasan por ellos todas las bolas, él sabía que bastaba con su sonrisa para que así fuera.

Hoy puedo asegurar que Ronaldinho fue mi ídolo porque además de enseñarme entre otras cosas a bailar o sobre las vueltas de la vida, siempre puso antes el gozo que cualquier meta de plástico. Y está demás citar el camino del que habló Antonio Machado, pero queda claro cuando vemos que el 10 del Barcelona que nos maravilló se terminó el día que el futbol bonito dependió de seguir al pie de la letra un estructurado juego de conjunto y ya no había lugar para los bailes particulares. Aquel día, Ronaldinho se entregó a los tambores y los tragos, al gozo de la gente y el baile fuera de las canchas. Que no les digan que esperaban más de él porque no sólo nos dio el deleite estético de sus pies sin pensar en el tiempo, sino que nos dejó la lección de disfrutar la vida.

Dice Jay-Z que somos niños sin padres, que a nuestros padres los encontramos en las calles y en la historia y que nosotros tenemos que escoger a nuestros ancestros que inspirarán el mundo que crearemos para nosotros. Lo que significó el mediapunta para mí es una lección de que nos valemos de los ídolos para crear, que no hay ideas ni formas de vivir originales sino reinterpretación de las de los otros, que normalmente son las figuras que seguimos.

Aunque en mis primeros días de universidad me costaba ponerle a Ronaldinho la etiqueta de ídolo por la percepción que tenía de esta palabra, hoy me doy cuenta de lo importante que fue para mí, y que la etiqueta le queda chica… porque me ha valido con una lección de vida, que todo el tiempo que invertí de niño jugando futbol, me sirva para hoy tener una vida de gozo y no de la angustia de las metas.

Por Pedro González Moctezuma/@gonmoc

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