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Óscar Pérez

Te conocí allá por 1998, cuando solo era un niño, ya eras un referente del futbol mexicano, aún había cabello en tu cabeza que hoy es sencillamente una leyenda. En aquella ocasión el Cruz Azul hizo unos días de pretemporada en un hotel de mi ciudad, por lo que mucha gente asistió a ver los entrenamientos del equipo.

Tan solo pude alzar mi mano para estrechar la tuya y sonreír nervioso. Aquella tarde ya no estaba Hermosillo en el club, pero si venía gran parte de la corte celeste de aquellos años: José Luis Sixtos, Carlos Barra, Juan Francisco Palencia, Héctor Adomaitis, Benjamín Galindo, el flaco Tena, Joaquín Moreno, entre muchos otros.

Los años pasaron y Óscar Pérez siguió creando todo un mito, una escuela en el futbol mexicano, defendiendo a la maquina celeste y selección mexicana; siempre seguro, de reflejos impresionantes y de saltos descomunales que contrastaban con su estatura.

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Suplente del genial Campos en aquella Copa Confederaciones de 1999, parte de esa gran selección mexicana que se enfrentó a Brasil.

Tampoco olvido aquella Copa Libertadores de 2001, donde sencillamente cruzaste Sudamérica para hacer historia. En octavos ante Cerro Porteño y luego contra River, Rosario Central y el Boca Juniors del Virrey Bianchi, con quien finalmente sucumbieron. Aquel equipo que reforzó el Diablo Guaraní José Cardozo.

Después ofreciste cátedra en el torneo Teresa Herrera, donde te diste el lujo de atajar dos disparos de penal a Luis Figo, que en aquel entonces militaba en el Real Madrid de Raúl, Casillas y Makelele, aún así, la causa celeste haló derrota ante la merengue. El Estadio de Riazor fue testigo de aquel encuentro.

La vida siguió su curso y te condujo hasta lejanas tierras muy lejos de casa, pues era el mundial de Corea y Japón 2002, allá te enfrentaste a la Italia de Maldini y Buffon, dejando una muy buena impresión y clasificando a octavos de final, donde vivirías un amargo trago ante Donovan y la selección de las barras y las estrellas.

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El tiempo seguía y volviste a la patria, a dar vuelta a aquella página. Seguiste en Cruz Azul; rompiste el récord de más juegos disputados de Miguel Marín como portero cementero; le anotaste un gol de cabeza a los Tecos; enfrentaste a Yosgart Gutierrez y a Sergio Markarian; saliste del equipo. Rondaste por: San Luis, Tigres, Jaguares y Necaxa, además de regresar a la selección nacional.

Ahora la cita fue en Sudáfrica, en el país de Mandela, otra vez lejos de casa, en el austral y congelante frío del hemisferio sur, en tierra de leones y antílopes, en la nación que derrotó al apartheid. El mundo volteaba a ver el partido inaugural entre los sudafricanos y los mexicanos y tú estabas ahí, con tu blanco atuendo para hacer frente a todo y a todos, nada mal para alguien que le ganó la titularidad a Jorge Campos y a Nicolás Navarro en aquel Cruz Azul de 1997.

Es que siempre fuiste un fuera de serie, un adelantado a su tiempo, un visionario que le daba seguridad a los equipos donde militaba.

El dios del futbol se portó bien contigo y el balón rodó hacía Pachuca, donde forjaste una gran historia a base de esfuerzo y dedicación, allá volviste a ser campeón del balompie y a gozar nuevamente de las mieles del triunfo, a tener ese estatus de referente de tu equipo y de una ciudad que te convirtió en ídolo.

Seguiste jugando y atajando y despejando, con maestría digna de estar en un libro de texto. Lejos de escándalos y tarjetas rojas. Entonces dejaste atrás la barrera de los 700 juegos en primera división, dejaste el récord de Oswaldo Sánchez y quedaste en solitario como el jugador con mas partidos en la historia del futbol mexicano. Pero también supiste que al tiempo no se le puede ganar bajo ninguna premisa, sencillamente porque no se detiene aunque el último minuto también tiene 60 segundos, así de irónica es esta falacia llamada vida.

Así que se le fueron cayendo más hojas al calendario, y la cancha del Estadio Azteca te volvía a recibir vestido de azul, como arquero titular del equipo de tus amores y con un nudo en la garganta. Misma emoción con la que debutaste alguno torneos atrás, la noche era fresca y las luces del estadio estaban sobre ti.

Comenzó el partido, el césped se mecía suave y recibiste el balón mediante un toque desde el medio campo, una jugada que nunca olvidarás, pues tomaste el balón en tus brazos y le diste un beso, tus ojos estaban un poco rojos y tus lágrimas brotaron. Cada asistente al Coloso de Santa Úrsula se puso de pie para aclamar a uno de sus hijos más ilustres, los aplausos no cesaron. Todos buscaron inmortalizar mediante una foto aquel genial momento. Fue el adiós deportivo de un referente nacional.

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No queda más que decir ante la carrera de un hombre que le dio todo al futbol, un hombre de poco cabello pero mucho corazón, un guardameta de esos que hacen época y cuyas historias cuentan los padres a los hijos y, muy seguramente, los abuelos a los nietos.

Siempre habrá un lugar en el corazón de la afición mexicana por un hombre apodado el conejo, por una leyenda llamada Óscar Pérez. El hombre que enfrentó a Figo y le ganó, un hombre que era el temor de los delanteros mas letales y que se supo ganar el cariño de la gente.

Mira la entrevista que le realizamos:

 

Por: Carlos Silva / @SAGA0003

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