En la portería estaba el poeta solitario,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
«Estadio de noche», Günter Grass
Dice Julián García Candau en su libro Épica y lírica del fútbol que “El portero es casi la escoria de los juegos de infancia, pero, curiosamente, el jugador que luego, en las grandes canchas, ofrece mayores emociones para la literatura.” Y es que existe una estrecha relación entre los escritores y la portería, pues varios de ellos han portado el número uno en sus espaldas: Albert Camus, Francisco Tario, Vladimir Nabokov, Gabriel García Márquez, Alfredo Bryce Echenique, Mario Benedetti, José Luis Sampedro, Yevgueni Yevtushenko, Henry de Montheland, por mencionar a algunos, fueron durante sus épocas mozas guardametas de algún equipo de futbol.
Dicha relación, se lee, también, en algunos poemas dedicados específicamente a los goleros. Baste mencionar, por ejemplo, que en 1928, Rafael Alberti escribiría “Al gran oso rubio de Hungría”, poema que formó parte del libro Cal y canto en honor al arquero húngaro Franz Plakto; el cual sería contrariado por “Contraoda del poeta de la Real Sociedad” de Gabriel Celaya.
En 1931, otro poeta español le dedicaría sus versos a un arquero: “Elegía al guardameta” de Miguel Hernández, en honor al portero del Orihuela F.C, Manuel «Lolo» Soler. Por su parte, Günter Grass, definiría al portero como un «poeta solitario» en «Estadio de noche».
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Ahora bien, dentro de la narrativa, el arquero es el perfecto protagonista cuando de tragedias se trata, puesto que «[e]l porteo siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo», como lo traza Eduardo Galeano en Futbol a sol y sombra. Algunos cuentos y novelas de futbol cuentan con guardametas como personajes principales, pero no, en el papel de héroe, sino más bien como una suerte de mártir.
Por ejemplo, los cuentos «Creo, vieja, que tu hijo la cagó» de Jorge Valdano, «El penal más largo en el mundo» de Osvaldo Soriano, «Lenin en el futbol» de Guillermo Samperio y «Tréboles y Margaritas» de Jorge Cela Trulock, describen a porteros en situaciones de absoluta desdicha: en el de Valdano, el protagonista, Antonio Felpa, comete un autogol en un partido decisivo; por su cuenta, Soriano presenta un portero, el «Gato» Díaz, que ataja un penal de manera dudosa y que a fin de cuentas es olvidado por la comunidad que años antes lo había laureado.
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Así pues, la novela El miedo del portero al penalti de Peter Handke, narra la historia de un guardameta retirado, Josef Boch, que después de cometer un asesinato, se hunde en un profundo desasosiego. Por su cuenta, en el teatro, «Gol» de Vicente Leñero, representa a un arquero infortunado.
Sin embargo, no todos los relatos de futbol dan testimonio de un portero en desgracia, y es que en «El pichón de Cristo» de Roberto Fontanarrosa, al guardameta se le compara con un Cristo salvador cuya única misión es la de atajarle un gol definitorio al equipo «Independiente». Muy al estilo de Fontanarrosa, después de cumplir con su hazaña, «El pichón de Cristo» desaparece misteriosa, y hasta celestialmente, de los vestidores del equipo ganador, una joya de cuento, la verdad.
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Acaso la relación entre la potería y la literatura se deba a una cierta necesidad de ofrecer cobijo, de salvaguardar algo, ya sea la portería, ya sea la palabra. Lo cierto es que ambas actividades deben vivirse en solitario, pues de algún modo el portero vive en el exilio mientras se juega un partido de futbol y el escritor también se encuentra en un autoexilio para observar desde fuera la sociedad y escribir al respecto. Arquero y poeta comparten una misma suerte: la de enfrentarse por su cuenta a una empresa que se supondría debería afrontarse en colectividad.
Por Jaina Mata / @jainamata