Cuando su amigo Charles Poncet le preguntó qué habría elegido, el futbol o el teatro, si su salud se lo hubiese permitido, Albert Camus contestó: El futbol, sin duda. El genial escritor nacido en Argelia ennobleció el balompié al darse cuenta que todo sobre la ética y las obligaciones del ser humano se puede aprender en una cancha. Relacionó los códigos y las reglas del futbol con el comportamiento que el ser humano debe tener ante la vida.
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Albert Camus: el portero que mejor escribía
¿Escritor? ¿Filósofo? ¿Intelectual? Más que eso, fue un humanista que durante 1930, cuando custodiaba la portería del equipo de futbol de la Universidad de Argel, como dijo Eduardo Galeano en «El futbol a sol y sombra», aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, sabidurías difíciles, y aprendió algunos misterios del alma humana, en cuyos laberintos supo meterse después, en peligroso viaje, a lo largo de sus libros.
La tuberculosis que lo atacó cuando tenía 17 años lo llevó del balón a la pluma. Siempre lamentó no haber jugado en un equipo de categoría, sin embargo se convirtió, como afirman en el diario argentino Clarín, en el arquero que mejor escribía.
Albert Camus creó una compañía de teatro amateur para audiencias de clase trabajadora; a mediados de los años 30 se unió al Partido Comunista pero poco después abandonó la ideología al darse cuenta de sus actitudes totalitarias.
Comenzó a trabajar como periodista en Argelia pero tras el impacto de su investigación «La miseria de la Cabilia», se vio obligado a emigrar a Francia, donde comenzó a escribir para distintas publicaciones anarquistas.
El estadio: la casa del pensador
Pero sobre todo, Camus exaltó los problemas que se planteaban en la conciencia del hombre en el s. XX, la condición humana –no lejana a la del presente siglo– lo cual le confirió el Premio Nobel en 1957. La autenticidad, calidad y valor de cada una de sus obras lo hizo ocupar un lugar de incuestionable preeminencia dentro de la filosofía y literatura occidentales.
Nunca dejó a un lado su amor por el deporte. A finales de los años cincuenta asistía con frecuencia a los partidos del Racing Club de París. No había lugar en el mundo en que Camus (o cualquier hombre) pudiera sentirse más contento que en un estadio de futbol. Era su hogar. Al no poderse reconciliar con el absurdo, el balompié lo hacía rebelarse y hacerle frente en una fugacidad de noventa minutos.
Albert Camus entendía que en ese perecedero, donde los esfuerzos de hoy no sirven para el partido de mañana, jugar es existir y defenderse, aún cuando eres consciente de que en algún momento saldrás derrotado.
Jugar futbol es vivir sin esperanza, pero vivir. tal como Camus lo hizo.
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Por: Fernanda Castillo