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Lionel Messi

“No hay nada más bello que lo que nunca he tenido
Ni nada más amado que lo que perdí”.

(Joan Manuel Serrat)

Lionel Messi observa con mirada gatuna la portería y después gira la vista hacia la pelota; el reloj marca el minuto 81. Entre el balón y el arco hay 32 metros de distancia. El nacido en Rosario da tres pasos antes de golpear con la parte interna el esférico. Sus ojos no se posarán en los tres palos hasta que el azar ya esté en el aire, impregnado de una comba inverosimil. Allison emprende un vuelo que jamás conocerá su destino. Su despliegue anatómico es perfecto, un cuadro renacentista, pero al final comparte fortuna con Ícaro y cae: la imagen de un hombre que es fulminado por lo inevitable. El gol número 600 de La Pulga es un portento. El Camp Nou corea su nombre con devoción; con un doblete de Lio y una anotación de Luis Suárez, el Barcelona de Valverde derrotó aquel 1 de mayo de 2019 al Liverpool de Jürgen Klopp dejando un marcador difícil de revertir. Quizás aquella fue la última gran alegría en el corazón de la afición blaugrana, pero en ese momento nadie lo sabía.

Messi el profeta

La remontada de los Reds en Anfield fue un duro golpe de realidad que anunciaba que en la eterna primavera culé se dibujaban los primeros ocres; esa temporada lograron levantar La Liga, pero en el último partido de la 2018-2019 dejaron escapar la Copa del Rey ante el Valencia con un marcador de 2-1. Ese torneo fue durante casi un lustro un puerto seguro para los culés: lo habían ganado de manera consecutiva desde la temporada 2014-2015.

En la aurora de la temporada 2019-2020, Lionel Messi dio un discurso ante un Camp Nou repleto durante la celebración del trofeo Joan Gamper, donde aseguró de manera profética: “Tenemos que darle valor la Liga que conseguimos, la octava en 11 años. Eso para cualquier club sería algo grandioso, para este también. Es algo muy importante lo que se hizo, quizá hoy no le damos el valor que se merece, pero de acá a unos años nos vamos a dar cuenta lo difícil que fue hacer eso»

Esa temporada supondría el inicio de un cisma al interior de Can Barça: fue la primera desde 2008 (cuando Frank Rijkaard estaba en el banquillo) en que el conjunto culé dejaba en blanco su vitrina. Los descalabros no dejaron de sucederse uno tras otro. Si bien en el inicio había ciertas dudas respecto al desempeño del equipo (las derrotas ligueras frente al Granada, Levante o el empate frente al Espanyol), el escenario no lucía tan desdibujado cuando Ernesto Valverde fue cesado.

El adiós de Valverde

El 11 de enero del 2020, tras caer frente al Atlético de Madrid en la Supercopa de España, Txingurri dejó el banquillo azulgrana con el equipo empatado a puntos con el Real Madrid en la cima de la tabla, además del primer sitio en el Grupo F de la Champions League. Sin embargo, los fantasmas de las Champions pasadas lo perseguían desde tiempo atrás. Las remontadas sufridas en Roma y Anfield supusieron un golpe difícil de contestar que terminaron por pasarle factura a destiempo. Además de esto, el equipo solo consiguió cuarenta puntos en la primera vuelta, una cifra que no se veía desde la temporada 2007-2008. Por otra parte, las sensaciones de juego eran bastante descafeinadas y se veía a un club cada vez menos consistente. Can Barça se sostenía con alfileres, pero seguía en pie.

Otra de las grandes quejas fue la gran cantidad de días libres que recibían los jugadores. Declaraciones poco afortunadas por parte de jugadores como Piqué (quien afirmó que debido a sus negocios apenas dormía cuatro o cinco horas al día) o los reportes de que los entrenamientos eran más bien ligeros, hacían pensar que, a pesar de que en el campo el equipo comenzaba a sufrir cada vez más para realizar presiones altas o aguantar el ritmo de los encuentros durante los noventa minutos, en los entrenamientos el rigor era cada vez menor.

Además de esto, varios de los fichajes llegados en la etapa de Valverde resultaron francamente decepcionantes: Coutinho (el fichaje más caro en la historia de la entidad catalana), Dembelé o Griezmann eran fichas altas dentro del club, pero los resultados en el césped no acompañaban el peso de la nómina. Por si lo anterior fuese poco, la media de edad de su equipo rondaba los 30 años de edad: Lionel Messi, Luis Suárez, Iván Rakitić, Sergio Busquets, Gerard Piqué, Jordi Alba y Arturo Vidal, habituales en el once inicial, se encontraban en esta situación.

Este repaso de la etapa de Txingurri en el banquillo no es gratuito. A pesar de sumar múltiples títulos durante su estancia al frente de los culés (dos ligas, una Copa del rey y una Supercopa), las grietas en el Camp Nou se pueden rastrear hasta su mandato. Quique Setién, su relevo en el banquillo, apenas tuvo un par de meses con el equipo antes de que el Covid 19 detuviera el balón y vaciara los estadios a mediados de marzo.

El poco tiempo que tuvo para trabajar con el equipo, aunado al casi cuarto de año que La Liga se detuvo, hicieron que la bomba terminara por estallar en sus manos: fue eliminado de la Copa en febrero por el Athletic, rebasado por el Real Madrid en la liga tras el parón por el coronavirus y descartado de la Champions League de manera humillante por el Bayern Múnich con un 8-2 en agosto (la mayor goleada del club catalán en casi setenta años). Setién fue cesado de su puesto y la crisis que ya era manifiesta dentro del campo saltó a otras latitudes. 

Los mitos como salida de emergencia

Otro tiro libre, pero este un 20 de mayo de 1992. En el minuto 112, Invernizzi golpea en repetidas ocasiones a Eusebio, que termina por caer al suelo. El árbitro Aron Schmidhuber marca la falta. Alrededor del balón se colocan Stoichkov, Bakero y Koeman. Cada uno tendrá su parte. El búlgaro toca delicadamente el balón hacia la izquierda, el español detiene el esférico y el holandés imprime un derechazo letal sobre la pelota: gol. La primera Champions League del FC Barcelona, el ascenso definitivo de Johan Cruyff entrenador al Olimpo culé, todo condensado en una anotación pletórica. Dos holandeses llevando al club a la gloria europea por primera vez.

De nuevo en agosto de 2020. Los cimientos del proyecto catalán se han cimbrado y múltiples voces anuncian el fin de una era de esplendor en los prados del Camp Nou. Ese período que encontraba su prehistoria con Johan Cruyff en el banquillo y llegaba a su máximo esplendor de la mano de Pep Guardiola (debutado por “el Flaco” como futbolista) parecía agotarse. 

La directiva presidida por Josep Maria Bartomeu tenía plena conciencia de que los pobres resultados del equipo suponían un golpe de magnitudes catastróficas para su credibilidad al frente del club. La alarma era todavía mayor si se tenía en cuenta la proximidad de las elecciones para presidir la institución, por lo que no dudaron en echar mano de uno de los emblemas más grandes de la historia culé. Ronald Koeman ocupó un papel central no solo en la gesta de Wembley en el 92, sino que fue uno de los pilares de ese Dream Team que hoy aparece en la historia reciente como un mito fundador de los mejores años del club. 

La crisis descubierta por el 2-8 dejaba de manifiesto que cualquiera que fuese el método para salir del bache, requeriría de un esfuerzo mayúsculo. Los problemas que el club arrastraba no eran minúsculos ni recientes. Se necesitaban personajes que estuvieran a la altura de un desafío que cada vez parecía más escabroso. La llegada de Koeman respondió a este escenario en el que era medular dejar de manifiesto que el modelo que llevó al club a sus años maravillosos seguía ahí, y que de la mano del nuevo entrenador volverían las viejas glorias. El arribo del holandés el 19 de agosto fue por sobre todas las cosas un ejercicio simbólico que intentaba encubrir un presente lastimoso con el velo de días mejores, de días de Cruyffismo.

El fantasma de Cruyff, un espejismo

Si Johan fue el Prometeo que llevó la luz al Camp Nou y Pep era su heredero legítimo, la encarnación misma de toda aquella filosofía desembocaba en Lionel Messi. Las gestas catalanas más recordadas del siglo XXI tienen (en su mayoría) unidos estos tres nombres de una u otra forma. Sin ellos no se puede entender la etapa de mayor esplendor del conjunto culé. Sin embargo, la realidad es que si bien el mito seguía caminando y el club continuaba abrevando de él, la mayor parte de sus protagonistas se habían desbandado hacía tiempo.

El 8 de abril de 2010, la junta directiva presidida por Joan Laporta llevó a cabo una ceremonia en la que nombraban al “Flaco” como presidente honorario del FC Barcelona. Apenas unos meses después el club estrenó gobierno, esta vez presidido por Sandro Rossell. Según explicó en aquel momento el portavoz de la nueva junta, Toni Freixas (quien también ocupó un puesto en la etapa de Josep Maria Bartomeu y que no alcanzó las firmas para competir por la presidencia del club este año), debido a inconsistencias con los estatutos del club el nombramiento de Cruyff era improcedente. El holandés no tardó en devolver la insignia mientras afirmaba: «Parece ser que molesto, por lo tanto devuelvo la insignia y un problema menos. Aceptar esa insignia es mucho más difícil que devolverla». La fractura era evidente.

El caso de Pep Guardiola fue similar. Luego de consagrarse como el entrenador idóneo para el club, de imprimir un sello admirado en el mundo entero y de ganar más de una decena de títulos en cuatro años, tras la salida de Joan Laporta de la presidencia, su relación con la nueva directiva se llenó de tensiones que terminaron por obligarlo a dar un paso al costado. 

Sin embargo, Lionel Messi no había abandonado el Barça. Resistía todos los embistes, todas las tormentas, era siempre el puerto seguro. Sus números iban siempre en ascenso: los récords, las anotaciones y asistencias no dejaban de acrecentar el tamaño de su leyenda. Aquella etapa había dejado atrás a dos elementos centrales, pero la pieza que revolucionaba el campo seguía portando el azul y grana. Por lo menos hasta aquel momento.

Ver mas: Barcelona: una crisis que es muchas – Parte 2

 

Por: Alberto Román / @AlbertoRomanGar

 

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