A pesar de que hoy en día la relación de la literatura y el futbol es tan cercana como el manchón penal y la red, hay que reconocer el difícil trabajo que representó para los escritores poner dentro de los temas a la literatura balompédica, esa literatura que se ha consagrado gracias nombres e hinchas como los son Eduardo Sacheri, Eduardo Galeano, Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano, entre muchos otros.
Hoy en día es más recurrente encontrar escritores de renombre que se valen del esférico, la cancha y la tribuna para crear historias, pero el primero que regateó la crítica, al menos en Latinoamérica, fue Horacio Quiroga, el escritor naturalista y modernista que, tanto en su vida como en sus cuentos, siempre tuvo presente el tema de la muerte.
El deceso de un ser humano, más allá de ser un acto natural, siempre despierta diversas emociones, pero si hay alguien que pudo llevarlo a la ficción como ningún otro, ese es, precisamente, el cuentista uruguayo, quien, al enterarse de la muerte del atacante de Nacional, Abdón Porte, se valió de la anécdota para convertirlo en Juan Polti, el half-back del gigante uruguayo que ante la pérdida de la titularidad no resistió el rechazo de la gloria y terminó pegándose un tiro justo en el círculo central del campo del Gran Parque Central, mismo que había reinaugurado con sus compañeros en 1911 después de un incendio y en donde consiguió tantos goles, tanto con su club como con la selección charrúa.
Para muchos, el suicidio de Porte a poco menos de un mes de que contrajera matrimonio no es más que evidencia de la locura y la estupidez que pueden suscitar el futbol, pero para otros tantos, como yo, que gustamos del futbol y la literatura, la muerte de Porte y el cuento de Quiroga fueron el silbatazo inicial de un partido en el que dos rivales han terminado por hermanarse ante los ojos de millones de espectadores.
Por Obed Ruiz/ @ObedRuizGuerra