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Castilho

Un portero es un ser enigmático, cuyo trabajo muchas veces es de un tinte un tanto dantesco. Ahora bien, no todos ni todo se mide con la misma lupa en el futbol. Hay arqueros que desde el inicio marcaron una leyenda fugándose con balón en mano de un tiempo y una memoria definidas para permanecer en la historia como ídolos. José Castilho es uno de esos casos.

Guardameta brasileño emblemático, su nombre atraviesa la mitad del siglo XX como ferrocarril en llamas. Figura que vino a rescatar una posición vituperada dentro del balompié, daltónico y con un pasado de extremo izquierdo, hoy en día se le hubiera considerado un falso 5.

Castilho - 1959 em Maceió

Como toda historia que se aprecie de serlo, tenemos que recurrir a los datos biográficos, por eso habría que empezar diciendo que San Castilho, vino a nacer en Río de Janeiro durante el año de nuestra señora de 1927 y fue allí donde comenzó todo. Empezó en el Olaria, pero sería en el Fluminense donde sacaría la espada de la piedra y se pondría la casaca de portero.

Combinando pies y manos, volviéndose un cancerbero incómodo para los delanteros. Las convocatorias no se hicieron esperar, sería un indiscutible de la selección brasileña. Fue miembro del cuadro nacional que ocupó el escenario de Suecia 1958.

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Pasión bajo el arco

Muchas anécdotas circundan la mesa redonda que es su vida, motor de mito y futbol que se sobrepone formando una larga trenza dorada, que a un tiempo muestra teoremas y formulas secretas del balompié. Se dice por ejemplo que solía usar ropa color ceniza para no alertar a los delanteros. Pese a su daltonismo, veía y percibía el color de la pelota a su manera, el rojo vivo lo alertaba guiándolo por los caminos del que sabe leer un partido.

Si bien la situación se complicaba cuando la noche caía, aún percibía el olfato del tiro cruzado. Y es que no se distinguía por sus reflejos feroces sino por su bendita suerte arturiana. Era un rey pescador, que atrapaba balones y jugaba al mismo tiempo con sus postes, figura imborrable cuyo nombre de guerra sería el de: Leiteria que significa hombre de suerte. Una oda sinfónica a la vía láctea, en donde a un tiempo recita poesía Dylan Thomas, mientras los goles se detienen en la micro esfera que llamamos portería.

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Como en toda leyenda, el sacrificio y la pasión por el futbol aparecen fundidos

Se comenta que Castilho había sido castigado por las lesiones, su meñique izquierdo no lo dejaba jugar, fractura tras fractura le impedía entrar al campo de batalla. Así que en un acto absolutamente rebelde, como si fuera un van Gogh del futbol, decide cortarse el dedo y así poder seguir jugando. El Fluminense no olvidaría esto, el campeonato de 1951 quedaría grabado en el corazón de los hinchas.

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Quizá esa misma actitud de muchacho apasionado, lo condujo a la dirección técnica donde vivió sus últimos partidos. Castilho murió un 2 de febrero de 1987, cuando se arrojó de un séptimo piso en el Barrio de Buen Suceso, pero su leyenda arturiana de rey guerrero sigue presente. El Fluminense lo recuerda en sus sueños, su vida es un cuento que se pasa de mano en mano en el ocaso de la fortuna. Allí donde un santo sigue resguardando la portería.

Por: Andrés Piña/ @AndresLP2

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