Probablemente, la imagen más clara que tenga de Iván Zamorano sea el gol que anotó en la final del 2002 contra Necaxa. Un tiro cruzado que le daba el empate a las Águilas, la esperanza de alcanzar la novena estrella, acabar con 13 años sin un título que pintaría mi corazón de azul y amarillo un poquito más.
Al «Bam Bam» le debo muchas cosas: mi equipo, un cariño a la nación andina, mi número de la suerte y, en alguna medida, la mata de pelo que me cargo ahora. Pero la historia de uno de los mejores delanteros chilenos empieza desde muy atrás.
Los primeros pasos
Desde chico, su habilidad para cabecear fue la que lo hizo destacar. Jorge Valdano llegó a declarar de él que c»ada vez que a Iván Zamorano le llegaba un balón por alto, me dejaba la misma duda que Pelé: ¿había subido desde la tierra o había bajado desde el cielo?»
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El locutor Juan Espinoza lo apodó «Bam Bam», ya que a Iván Zamorano le gustaban Los Picapiedras y el nombre del personaje rimaba con el del jugador. Zamorano hizo sus primeros años en el futbol en el Cobresal y el Trasandino -Cobreandino en ese entonces-, equipos pequeños pero con los que logró ganar una Copa de Chile y un Ascenso a Primera División, respectivamente.
Pronto dio el salto a Europa con un equipo suizo, el F.C. St Gallen -aunque quien había comprado su carta era el Bologna de Italia, que nunca se hizo de sus servicios y lo transfirió. Ahí, «Bam Bam» hizo un salto mayor y definitivo a La Liga española con el Sevilla por pedido del entrenador. El carácter, el liderazgo y su salto de tres segundos a un metro de altura lo llevaron a un Real Madrid que se había despedido de Hugo Sánchez, y que encontró en el chileno el sustituto que necesitaba.
La consolidación en Europa
Cuatro temporadas, una Liga, una Copa y una Supercopa, 101 goles después -entre los que más se recuerda el hat-trick en un legendario 5-0 contra el Barcelona-, Zamorano se hizo un nombre y un lugar en la historia del club merengue. Sin embargo, una reestructuración lo llevó a Italia, al Inter de Milán.
A pesar de que compartió cancha con Ronaldo y Roberto Baggio, con quienes tuvo que disputar su número «9» de delantero -y para lo que luego encontró la elegante solución del 18 con un pequeño símbolo de más en medio- y de haber ganado la Copa de la UEFA en el 98, Iván Zamorano no encontró ni la constancia ni el cariño que había tenido antes. La sequía de un calcio italiano para el Inter era una presión con la que el delantero no pudo y que le incomodaba cada día más.
La llegada a México
Su compadre, el también chileno Fabián Estay, hizo las gestiones desde México para que Iván llegara a Coapa. Se presentó en el estadio Azteca con un triplete y se ganó el corazón de la afición americanista. En respuesta, el «Bam Bam» anotó el gol que dio vida y que llevó al América a su noveno título.
«Que conste que fui campeón en España e Italia, pero venir y ser campeón en México es algo que me ha marcado para el resto de mi vida».
El tiempo de Iván Zamorano se acercaba a su fin, pero todavía le dieron las piernas para jugar en el Colo Colo de su natal Chile, el equipo de sus amores. Jugó por puro amor a la camiseta, sin cobrar un peso y los llevó a la final de ese torneo, en la que perdieron. La frustración provocó que el veterano delantero agrediera al árbitro. La sanción simplemente adelantó lo que ya era inevitable.
Iván Zamorano se retiró del futbol después de 18 años de carrera, en el Palacio de La Moneda y con el presidente de Chile a su lado, ya que Zamorano había puesto y defendido también los colores de su país en el Mundial de Francia 98, Copa América y las Olimpiadas de Sidney, siendo su capitán y uno de sus goleadores históricos.
Un jugador apasionado y que contagiaba esa pasión. Que me la contagió a mí. Ese es el «Bam Bam», Iván Zamorano.
Por: Bernardo OV / @bernaov