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Iona Rothfeld Báscoli

Este texto fue publicado primero en anjuff.cl, y aquí lo reproducimos de forma integra.

Hace algunas semanas me hicieron una entrevista en el medio deportivo as.com. Esta vez no sólo en mi calidad de jugadora y directora de la Asociación, sino que también por mi candidatura para ser una de las personas que van a re-escribir la Constitución en Chile. Era una entrevista algo distinta. Hablamos del ámbito deportivo y futbolístico, abordamos las temáticas políticas y sociales que remueven a nuestro país, algo que a mi entender se da de forma natural.

Tristemente, como cada vez que aparecen mujeres hablando de fútbol, los comentarios machistas no se hicieron esperar. En un ejercicio algo masoquista, tiendo a revisarlos, con la tonta esperanza de que con el pasar del tiempo, y el crecimiento que hemos venido empujando, estos vayan disminuyendo, ya sea en cantidad o en nivel de violencia. Pero la decepción es vieja conocida, y ya no sorprende; la misoginia y el sexismo desbordan los comentarios de la publicación e impiden cualquier tipo de análisis o posible debate. Con los ojos cansados me deslizo línea tras línea: son los ataques y burlas de siempre. En un intento por subirme el ánimo pienso que incluso aburre la falta de creatividad, sonrío de costado ante la ironía (de manera casi pedante), mecanismo de defensa automático ante esta violencia que ya se ha vuelto cotidiana para nosotras. Es justo antes de cerrar, que uno en particular llamó mi atención, esta vez, no por su violencia si no por cuan distante me pareció:

“El fútbol es de todos. Pero es fútbol, no es una declaración política ni social de nada.”

Me sorprendí con el mensaje y lo releí unas cuantas veces. ¿Qué tipo de fútbol he estado viendo, jugando y sintiendo todo este tiempo? O más bien cabe preguntarse: ¿qué tipo de fútbol estará viendo esta persona? ¿Serán acaso para él sólo 22 individuos buscando meter la pelota en el arco contrario?

Qué audaz pensar en ponerle límite al alcance del fútbol y reducirlo meramente a un juego. De la sorpresa pasé al enojo en medio segundo. Bajo esa premisa ¿cómo explicar entonces, lo que nos cambia la vida a quiénes vibramos con este deporte? A quienes le dedicamos nuestro tiempo y lo elegimos como camino para entender el mundo, a quienes nos salva, a quienes lo usamos de escape y refugio, a quienes nos ofrece un espacio seguro, de felicidad, un espacio por el que vale la pena luchar, y tantas cosas más.

Este episodio me hizo reflexionar: tal vez a más de alguien le cause lo mismo que a mí el escuchar y leer esta frase, y quizás a algunos otros les hace sentido, quién sabe. Más que convencer, busco abrir una conversación que me parece necesaria. A través de esta columna espero incitar un par de interrogantes o dar algo de material para una que otra discusión de fútbol que vaya un poco más allá del último auto que se compró tal futbolista o de la última polémica en la que estuvo tal otro.

Primero que todo, creo que decir que el fútbol no tiene punto de encuentro con lo social o lo político, sería desconocer la esencia y el origen del fútbol. Ya lo decía el sociólogo Francés Pierre Bourdieu (1990) en el Congreso Internacional ¿Cómo ser Deportista? en 1978: El fútbol, tal y como toda actividad humana, es un acto político en esencia”. Contradecirlo sería cerrar los ojos ante uno de los fenómenos sociales más importantes del siglo XX, pero además desconoceríamos toda su participación en la historia mundial; es innegable constatar cómo dictadores han utilizado el fútbol como una estrategia de aprobación social —entre ellos Mussolini y Videla— siendo en algunos casos útil y en otros un despropósito (para favor de la humanidad). De aquí la famosa frase: el fútbol es el opio del puebloY claro, en su transversalidad y universalidad, se ha querido utilizar como distracción y circo durante épocas de convulsión política y social.

Se hace necesario mencionar también los juegos de poder que ha habido —y hay— entre los cabecillas y dirigentes de federaciones de fútbol. Donde han hecho mal uso del rol social y político de éste para beneficio propio (sí, no nos sorprendamos porque todos sabemos lo oscura que puede llegar a ser la política) Basta nombrar a João Havelange y Roberto Teixeira y sus caminos y artimañas para llegar a controlar la Federación de Fútbol de Brasil y luego la FIFA, escándalos que por lo demás, valen unos cuantos libros de análisis. Para los menos futboleros, podríamos ejemplificar con escándalos mundiales que incluso llegaron a salpicarnos como país. No nos olvidemos del ex presidente de nuestra federación y el caso de corrupción entre CONMEBOL y FIFA. Sumemos a eso el simbolismo desgarrador que tiene nuestro Estadio Nacional que fue utilizado como centro de detención y tortura durante la época más oscura de Chile y que hoy, en él prevalece un espacio de homenaje a las víctimas y a la memoria colectiva. Y no menos importante analizar el problema del fútbol moderno, el que proyecta un futuro desolador; la irrupción del capitalismo en el llamado fútbol-negocio a nivel mundial y su manifestación en Chile: el secuestro de las Sociedades Anónimas con los clubes sociales, que aleja el deporte de la gente, como si pudiese subsistir sin quienes le dan identidad y sentido.

Finalmente, desligar el fútbol de lo social y político, borraría la trascendencia de grandes íconos de nuestro deporte, que han traspasado la cancha en su impacto e influencia, pues ¿quién se atrevería a decir que Maradona y Pelé no tienen hasta el día de hoy un impacto político y social, no sólo en sus países, sino que en el mundo entero? ¿Quién podría afirmar que Mia Hamm, Rapinoe, Marta y Christiane Endler son sólo jugadoras de fútbol y no idlas de talla mundial para las miles de niñas que hoy —al contrario que mi generación— pueden tener referentes de su género en el deporte que aman? ¿Negaremos el impacto político que tienen las luchas sociales que se han dado desde el fútbol contra el racismo, la homofobia y la discriminación de género?

Hago hincapié en esto último porque me parece incluso más evidente para las mujeres que jugamos fútbol, porque una niña, una mujer, una persona disidente que se para en una cancha, ya está haciendo una declaración política importante; ninguna espera que la traten diferente —y peor— que a un hombre en la misma cancha. Sin embargo, eso es lo que recibimos apenas nos atrevemos a acercarnos al fútbol: Desde miradas prejuiciosas y comentarios burlescos, hasta acoso y violencia física, todo eso nos toca a nosotras por ser mujeres… no, perdón, corrijo: por no ser hombres. Aún así nos paramos, y no nos quedamos quietas; corremos, entrenamos, y luchamos por reconquistar ese espacio, porque lo entendemos nuestro. Mantenemos una lucha constante. No basta con soñar y querer jugar fútbol, nosotras tenemos que ser buenas, saber y estar constantemente defendiendo que ese espacio es tan nuestro como de ellos.

Me ha pasado ya en varias ocasiones cuando me preguntan qué hago o qué soy, y respondo con tranquilidad: soy futbolista. Sabiendo que le sigue una cara de sorpresa y el usual: ¿en serio?, ¿y en qué posición?, ¿y qué equipo te gusta?, ¿y jugador favorito?, ¿y te pagan? Como si tuviera que justificar mi gusto —porque el tono siempre es de evaluación— y respondo en orden: sí, volante de creación, Católica, Pirlo y Heath, ¿es broma? Hasta me cobran por jugar.

Y así evidenciamos una realidad proyectable a tantos otros ámbitos como podamos imaginar: a las mujeres y disidencias nos han relegado y limitado el acceso y participación en una infinidad de espacios que van desde lugares de poder a espacios deportivos, y si nos atrevemos a tomarlos, debemos revalidarnos ahí mismo, en una conversación, en un torneo, en un club y hasta en la selección. Si esto no es un fenómeno sociopolítico entonces no sabría qué cabe en esa definición.

Recuerdo que un entrenador de la Selección Chilena nos decía que la cancha refleja quién eres: si eres floja, si no tienes disciplina, si no tienes templanza. Todo eso se refleja durante un partido, y por mucho sentido (y razón) que tuviera, para mí la cancha propone un reflejo de algo más grande: entiendo el deporte como espejo de la sociedad, y así es también un espacio en que se refleja la humanidad, algo que se comparte entre muchas y diversas personas, independientemente de su profesión, clase social, religión o ideología. Algo que como venimos insistiendo, no distingue —o no debería distinguir— género.

Esperamos que la base estructural del fútbol reconozca y subsane esto más temprano que tarde, trabajamos para eso. Pero entonces, ¿cómo pretender obviar la relación que tiene y han tenido las luchas sociales que justamente traspasan la cancha? Me niego rotundamente a simplificar algo que mueve y significa tanto para mí y tantas otras personas, a un mero juego.

Entonces, y contrario al sentido literal del título que elegí para esta columna, el fútbol ha sido, es y seguirá siendo político. Y quien no pueda verlo, a mi parecer, poco entiende de fútbol, de política y de la vida misma.

 

Por: Iona Rothfeld Báscoli / @ionaRothfeld

Jugadora, Co-Fundadora y directora de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino en Chile

 

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