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Mohamed Al-Deayea

Después del sorpresivo futbol que exhibió en Estados Unidos 1994, su primer Mundial, Arabia Saudita perdió notoriedad en las canchas como selección nacional competitiva en el certamen. Rápido se esfumó su esporádica gloria de debutante en Copas del Mundo. En ediciones posteriores fue equipo de relleno. Pasó incluso a ser objeto de burla entre aficionados, quienes ni siquiera veían con agrado su presencia en el tradicional álbum Panini, y mucho menos tomaban en cuenta los momios en apuestas.

Corea-Japón 2002 concedió razón a la mofa colectiva hacia los saudíes. Emularon lo mismo que México décadas atrás en Argentina ‘78: terminar en último lugar. A diferencia de los nuestros, ellos lo registraron con un rango de 32 representativos en el torneo. ¡Más vergonzoso todavía! Llegaron con aspiraciones limitadas en las maletas pero se fueron sin un solo punto, con 12 goles en contra y ninguno a favor en tres juegos disputados.

Una de las principales víctimas de críticas, opiniones y carcajadas fue el portero Mohamed Al-Deayea. Lo culparon de haberse “comido los ocho” de Alemania en fase de grupos, además de portar un atuendo “ridículo” y poco vistoso para un arquero. Aparte decían que era “malísimo”. Y  sí, quizá le faltaron dotes o cualidades técnicas de guardameta, sin embargo, sus virtudes estuvieron en su integridad dentro del campo como responsable de la posición más ingrata del futbol.

Saltó al césped del estadio Sapporo Dome para disfrutar el futbol a su manera, siempre de rostro serio combinado con ingenuidad, pero sin miedo. Ni en el calentamiento previo mostró un ápice de nerviosismo e intimidación por afrontar el compromiso histórico que significa representar a tu país en Copa del Mundo frente a una potencia cuyos jugadores conformaban una máquina perfecta de sincronía.

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Finalizado el partido, con resultado de 8-0, Al-Deayea aplaudió hacia el cielo para agradecer un Mundial más, es decir la prolongación de un sueño que todo profesional del balón anhela cumplir. Después fue a estrechar las manos de sus verdugos alemanes en señal de reconocimiento a su triunfo.

Del otro lado, rígido e inexpresivo, con una toalla al hombro, el portero Oliver Kahn se abrió camino quitándose los guantes para llegar hacia su contraparte saudí y abrazarlo con fuerza. Fue el rompimiento de la barrera construida por el idioma que generó la comprensión entre seres sin derecho al error. Acto seguido apareció en escena Miroslav Klose, killer germano que le clavó un hat-trick de puro cabezazo; Mohamed aceptó su consuelo con un suave mecimiento de cabellos para levantarle el ánimo.

Al-Deayea abandonó el pasto del estadio Sapporo Dome de Japón con la frente en alto y mirada triste disculpándose con aficionados árabes que hicieron el viaje, entre ellos uno que otro jeque. Marchó a sabiendas de que la vida no iba a ser la misma. A nadie le gusta registrarse en archivos fatídicos de las desgracias.

Entre risas, a través de la televisión, espectadores jubilaron sin saberlo al portero saudí. Como consecuencia del escandaloso resultado contra Alemania, la postal de portero acabado le acompañó por mucho tiempo. En 2006, por ejemplo, fue convocado como banca de su selección. Su leyenda mundialista era la tragedia de 90 minutos desafortunados para su causa.

Tuvieron que transcurrir 10 años desde Corea-Japón 2002 para que la condena se transformara en aprecio y reconocimiento a Al Deayea. Irónicamente sucedió con otra goliza. Allí, quienes se rieron del guardameta árabe una década atrás, sintieron empatía con él. Algunos, muy hacia sus adentros, le pidieron perdón.

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Fue en 2012 con un amistoso Juventus vs. Al-Hilal que finalizó 7-1 en favor del club italiano en Dubai. Alessandro del Piero no celebró ningún gol que anotó. Por el contrario, se mostró respetuoso con saludos, amabilidad y palabras hacia el arquero antes y después del partido. Lo mismo hizo Gianluigi Buffon al buscarlo y encaminarlo a las tribunas para que fuera vitoreado por la afición.

En aquel juego, aparentemente sin chiste, Mohamed Al Deayea se retiró como profesional del futbol.

Kahn, Klose, Del Piero y Buffon, cuatro monstruos de la élite futbolística, lo entendieron todo acerca de la posición más cruel en el deporte más hermoso del planeta. Demostraron su sapiencia en los terribles instantes que ningún portero aspira a cumplir como destino: ser goleado y despedirse para siempre de una cancha.

Con su adiós, Al Deayea incitó a escribir un capítulo de redención que le debían los futboleros. Logró aquello que al final de los días almacenan y agradecen devotos de la pelota, pero que no siempre incluye a todos los futbolistas: transformarse en recuerdo e instalarse en una época dentro de la memoria. Varios deambulan en el olvido, como los defensas árabes que no metieron ni las manos contra Alemania en 2002. De ellos, nadie se acuerda.

 

Por: Elías Leonardo / @jeryfletcher

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