A Leonardo Costantini
La dictadura
aparece como indignidad
de la cual ningún poder
acepta el oprobio (Alan Rouquié)
Boicot
Antes de Qatar 2022, el más sonado intento de boicotear un mundial de futbol fue Argentina 1978. Desde marzo de 1976 un golpe militar en el país sudamericano había desplazado del poder a la presidenta María Estela “Isabelita” Martínez de Perón, iniciando así “la fase más terrible de la violencia política”, el periodo de persecución contra opositores políticos más cruento de la historia nacional, que se prolongó hasta 1983.
Guardando el paralelismo con Qatar, Argentina fue designada sede del Mundial desde 1966, es decir, prácticamente diez años antes de que se entronizara la Junta militar. Pero el curso de la historia hizo que el certamen futbolístico finalmente se llevara a cabo en los tiempos siniestros de la dictadura, que buscó tanto utilizar el evento a modo de móvil propagandístico para “limpiar” su mala imagen internacional de régimen golpista y represor de la disidencia, como de explotar puertas adentro la vena del patrioterismo.
A 44 años de distancia, en reflexión de Luis Lanao, futbolista en aquellos finales de los años 70, y campeón mundial juvenil junto a Maradona, la junta militar entendió de inmediato el profundo impacto instrumental e ideológico que los mundiales 1978 y el juvenil que se disputó en Tokio en 1979 tenían para comercializar su régimen.
Sin embargo, la idea del boicot se empezó a concebir. No nació dentro de Argentina, ni tampoco fue ideada por exiliados argentinos allende sus fronteras. Es más, de acuerdo a la historiadora argentina Marina Franco, éstos en general no se involucraron demasiado en su planeación ni en su difusión, tuvieron más bien una participación limitada. Lo más probable es que la iniciativa haya surgido en Suecia, aunque fue en Francia donde encontró mayor eco, sobre todo en sectores políticos de izquierda provenientes del movimiento de mayo de 1968. Incluso en Israel hubo protestas contra el Mundial, si bien fueron menores.
El primer llamado público al boicot apareció en el diario francés Le Monde en octubre de 1977, bajo el título “El Mundial tiene plomo bajo las alas”, con el auspicio de Amnistía Internacional, y firmado por el intelectual de origen polaco Marek Halter y por el periodista Alain Fontaine. Para fines de ese año, por iniciativa del activista francés François Gèze, se formó el Comité de Boycott du Mondial de Football en Argentine (Comité de Boicot del Mundial de Futbol en Argentina, por sus siglas COBA), cuyos integrantes, franceses en su mayoría, distribuidos en más de doscientos comités a lo largo del territorio galo, exigían a la FIFA que el Mundial no se jugara en Argentina por la existencia de presos políticos y desaparecidos, o en su defecto demandaban que la selección de Francia se ausentara de la competencia.
La propuesta puso a los exiliados argentinos radicados en Francia y en otros países —incluido desde luego México— ante una disyuntiva radical: apoyar o no apoyar el boicot. Algunos propusieron una tercera alternativa: no sumarse a los planes del COBA pero a cambio asumir respecto al Mundial una actitud a la que denominaron “participación crítica”, consistente en aprovechar que durante el evento la atención del planeta estaría puesta en Argentina para así poder evidenciar las tropelías de la dictadura. Su idea era explotar la sobreexposición mediática del país durante los 25 días de la competencia, a fin de provocar una mayor sensibilización de la opinión pública internacional hacia las violaciones de derechos humanos cometidas por el gobierno dictatorial.
Y nosotros allí,
con esos bombos,
con esas insensatas
banderas sudorosas,
con el mundo al revés,
hecho pelota (Carlos Ferreira)
Los que estaban a favor del boicot opinaban que “la denuncia vía participación crítica era una falacia”, una claudicación disfrazada de estrategia, mientras que quienes se inclinaban por la participación crítica tildaban al COBA y a sus seguidores de ilusos, incapaces tanto de reconocer la inviabilidad de alcanzar tan ilusorio propósito a contracorriente de poderosos intereses económicos y políticos como de comprender que un eventual cambio de sede implicaría desaprovechar una oportunidad inmejorable de visibilizar el terrorismo de Estado impuesto por Jorge Rafael Videla y sus secuaces, que hicieron de la desaparición forzada de personas18 toda una “política”, convirtiéndola en su “rasgo saliente y diferenciador”.
Tanto la mencionada Marina Franco como su paisana y colega Silvina Jensen coinciden en que fueron dos las razones por las que las organizaciones de exiliados se volcaron en su mayoría hacia la participación crítica: 1) el temor a perder apoyo popular, dado el inmenso poder de convocatoria del futbol en un país como Argentina, donde es “un juego que sólo llega a la mente después de pasar por el corazón”, como escribió Jorge Valdano, y que se vive como una auténtica pasión que alcanza cotas casi religiosas; y 2) que las principales organizaciones de la izquierda argentina, destacadamente la peronista Montoneros, no fueron partidarias de impedir que el Mundial se disputara, bajo el argumento de que gracias al certamen futbolístico aterrizarían en Argentina corresponsales extranjeros a raudales, y éstos, a través de sus reportajes acerca de la situación social imperante, se encargarían de “incrementar la denuncia internacional de la dictadura”.
Montoneros acuñó el eslogan “cada espectador del mundial, un testigo de la Argentina real”, que sintetizaba su convencimiento de que el Mundial permitiría “que el mundo se asome al país y observe la realidad que bulle tras los afiches turísticos: una realidad hecha de dominación económica y represión sangrienta”. Incluso al interior de la organización se creó una Comisión del Mundial y se hizo una adaptación montonera de la mascota del mundial, el argentinito diseñado por los militares, transformándolo en un gauchito ataviado con un poncho y una lanza tacuara, e incluso otra más en la que el gauchito aparece “amordazado y herido”.
A través de boletines y proclamas, Montoneros prohibió a sus militantes “realizar operaciones militares que afecten directamente o perjudiquen a: A) los partidos de fútbol; B) Los equipos o delegaciones extranjeras; C) Los periodistas argentinos o extranjeros; D) Los turistas o espectadores de los partidos de fútbol”. Y así se hizo del conocimiento de la prensa internacional. Por la inviabilidad del boicot se manifestó un dirigente montonero, Rodolfo Galimberti, en declaraciones al diario francés L’Express publicadas el 10 de abril de 1978: “estimamos que el boicot no es una política realista en las circunstancias presentes”.
De acuerdo con Pablo Llonto —autor del libro La vergüenza de todos, cuyo título parafrasea al de una pésima película ditirámbica de la organización del Mundial del 78, La fiesta de todos, que con poca fortuna cinematográfica mezcla imágenes de partidos de aquel torneo con la más burda comedia—la no adhesión de Montoneros al boicot generó desconfianza: “la política de ‘dejemos que el Mundial se juegue’ es la que daría origen, años más tarde, a la sospecha de una o más conversaciones entre la conducción de Montoneros y el almirante (Emilio Eduardo) Massera para sellar un pacto de no agresión que permitiera que durante el Mundial no corriera sangre”. El dirigente Montonero Roberto Perdía niega que la postura de no oponerse al Mundial haya sido resultado de algún pacto inconfesable y desmiente que hayan tenido lugar reuniones subrepticias entre la dictadura y la dirigencia de Montoneros, tal como en su momento lo denunció un grupo de la propia organización, denominado Peronismo Revolucionario. En entrevista con Llonto, Perdía afirma: “el único diálogo que existió entre Massera y los Montoneros fue en las mesas de tortura”.
En vista de la falta de respuesta favorable al boicot tanto de los opositores a la dictadura en territorio argentino como de las organizaciones del exilio, el COBA y sus núcleos adláteres europeos decidieron replantear sus estrategias, algunas deudoras aún de la creencia de que el Mundial podría llegar a suspenderse o bien mudarse a otro país. Hubo quienes emprendieron acciones extremistas, aunque finalmente resultaron tragicómicas, como el fallido intento de secuestrar con un arma descargada a Michel Hidalgo, entrenador de la selección francesa, y otros (como ahora con Qatar) se decantaron por acciones más bien simbólicas, como solicitar a los futbolistas de sus representativos nacionales que no participaran en actividades protocolarias que pudieran contribuir a prestigiar a la dictadura argentina, o bien exhortar a sus gobiernos a que no contrataran vuelos chárteres que fomentaran la asistencia al evento.
Lo más que pudo obtener el COBA de personajes de la esfera pública francesa fueron acciones de apoyo más una declaración solidaria con el comité y condenatoria del “terror sangriento” impuesto por la junta militar argentina, que apareció el 23 de diciembre de 1977 en el diario Le Matin, emitida por del secretario nacional del Partido Socialista Francés, Lionel Jospin, quien veinte años después sería primer ministro justo cuando Francia por fin ganó un mundial, su mundial.
Pero además de la declaración de Jospin, el entonces vicepresidente de la Asamblea Nacional de Francia, el órgano en el que recae el poder legislativo de la república, Bernard Stasi, publicó en la prensa un desplegado, impactante por estremecedor. Bajo el título “Veintidós franceses en la Argentina o el otro equipo en Francia”, Stasi dio a conocer, en la edición de Le Monde del 24 de mayo de 1978, una lista con los nombres de 22 ciudadanos franceses, pero que no correspondían a los 22 futbolistas que jugarían el Mundial con la camiseta bleu sino a igual número de connacionales que habían sido detenidos en Argentina y cuyo paradero se desconocía, entre los que se contaban las monjas Alice Anne Marie Jeanne Domon y Renee Leonnie Henriette Duquet, cuyos asesinatos, según se supo después, fueron ideados por el militar Alfredo Astiz —que se infiltró entre las Madres de Plaza de Mayo, que eran apoyadas por las monjas, haciéndose pasar por un supuesto familiar—y perpetrados por órdenes de éste en diciembre de 1977 a través de su compinche Antonio Pernías, arrojándolas sedadas al mar desde un avión en uno de los llamados “vuelos de la muerte”
Ninguno de los objetivos iniciales del COBA se logró, pues el Mundial se jugó en Argentina y Francia envió a su selección. En cambio, aquellos que no se adhirieron al boicot y ante la inevitabilidad del Mundial cifraron sus esperanzas en que la prensa extranjera enviada especialmente al evento revelara lo que estaba pasando en Argentina, terminaron por tener algo de razón gracias, entre otros, a dos periodistas holandeses: Jan Van der Putten, corresponsal de radio que realizó entrevistas para la televisora pública holandesa VARA, y Frits Barend, reportero de la revista Vrij Nederland.
Van der Putten, que radicó en varios países de América Latina entre 1971 y 1987, incluido México, realizó la “entrevista icónica” a las Madres de Plaza de Mayo el día de la inauguración del Mundial —que pudo transmitirse en Holanda gracias a la colaboración de un piloto de la aerolínea alemana Lufthansa que se ofreció a trasladar consigo la cinta— y escribió desde Caracas uno de los primeros reportajes sobre la aparición de cadáveres de desaparecidos argentinos en costas de Uruguay.
Barend contribuyó también a la divulgación en Europa de “la Argentina real”, como rezaba el eslogan de Montoneros. En vez de presenciar in situ desde la comodidad del palco de prensa el encuentro inaugural entre las selecciones de Alemania Federal y Polonia (0-0) —su asiento quedó vacío junto al de su compañero Henk Van Dorp—, Barend decidió acudir ese 1 de junio a la Plaza de Mayo para entrevistar a las madres de desaparecidos que desde aquellos tiempos se concentran todos los jueves en el lugar. Ahí escuchó directamente su dolor y su desesperación. Entrevistado 42 años después del mundial por el diario Página/12, Barend recuerda que las madres le “rogaron que escribiera acerca de ellas”.
Una hipérbole de realidad
cementada en un entusiasmo
colectivo legítimo e inducido,
alcoholizado de fútbol,
de patria, de nación y de bandera (José Luis Lanao)
Desaparecidos
Terminada la final del mundial, Barend consiguió estar cara a cara con Videla y le preguntó sobre los desaparecidos. Para lograrlo, él y su compañero fotógrafo Bert Nienhuis se colaron a la cena oficial de clausura en el hotel Plaza de Buenos Aires, haciéndose pasar por jugadores de la selección holandesa —ninguno de los cuales asistió— mostrando sendas invitaciones que los futbolistas les facilitaron. Sorprendido por el cuestionamiento de Barend, el dictador fue librado por sus guardias de la presencia de los dos periodistas, quienes de inmediato empezaron a ser acosados: esbirros del régimen siguieron todos sus pasos y les sustrajeron pasaportes, dinero y tarjetas de crédito. Tuvo que intervenir directamente el Ministerio de Asuntos Exteriores de Holanda —pues Barend no le caía simpático al embajador de su país en Buenos Aires, quien “se vengó” de los periodistas y “no los ayudó en lo absoluto”, toda vez que en una de sus notas Barend hizo público que el diplomático asistió, sin permiso de la superioridad, a desfiles militares invitado por la cúpula dictatorial—para que pudieran salir de Argentina, lo cual lograron hacer hasta tres días después de lo programado.
El terrorismo de Estado en Argentina no se detuvo ni en los meses previos al mundial ni durante éste ni después de su conclusión. Y el mundo del futbol no quedó exento de sufrirlo. Según información reunida por el periodista Gustavo Veiga en su libro Deporte, desaparecidos y dictadura, entre los 30 000 desaparecidos (cuya existencia postulan los organismos de derechos humanos, 8 961 de los cuales quedaron registrados desde 1984 en el informe Nunca más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, CONADEP, encabezada por el escritor Ernesto Sábato, hincha de Estudiantes de la Plata que en los años 20 del siglo XX jugó en los equipos inferiores del club cuya biblioteca lleva su nombre desde 2016, se cuentan nueve futbolistas, de los cuales uno jugó en primera división: Antonio Enrique “Tano” Piovoso, secuestrado el 6 de diciembre de 1977 a los 24 años. Portero que, como Sábato, pasó por las fuerzas básicas de Estudiantes de la Plata, Piovoso debutó en primera división con el archirrival, Gimnasia y Esgrima de la misma ciudad, durante el torneo Metropolitano de 1973, en el que tuvo actuaciones en suplencia de Hugo Orlando “Loco” Gatti y Daniel Guruciaga, que le valieron ser contratado por el club Huracán de Tres Arroyos. Al momento de su desaparición, Piovoso era estudiante de Arquitectura. Lo secuestró Héctor Acuña, alias “El Oso”, detenido en 2006 y condenado en 2014 a cadena perpetua por 43 privaciones de libertad y 127 torturas, abusos sexuales y asesinatos, muerto en prisión a mediados de 2018.
Además de Piovoso, otros ocho desaparecidos que también jugaron futbol, aunque no en primera como el “Tano”, son: Eduardo Raúl “Gallego” Requena, lateral izquierdo que debutó en 1956 en el River Plate de Villa María que salió campeón cuatro temporadas consecutivas entre 1958 y 1962, sindicalista del gremio magisterial a quien según algunos testimonios se le vio en la cárcel cordobesa de La Perla, que hoy convertida en espacio para la memoria cuenta con un centro educativo que lleva el nombre del “Gallego”, en la que fueron recluidos la mayoría de las personas que ordenó apresar Luciano Benjamín Menéndez, el genocida que más cadenas perpetuas acumula en la historia argentina, mientras que la pareja del “Gallego”, Soledad García, fue detenida el 9 de marzo de 1976 y liberada hasta 1980, cuando fue orillada al exilio; Carlos Alberto Rivada, anotador de 82 goles en 125 partidos para el club Huracán de Tres Arroyos (equipo en el que coincidió con Piovoso en 1974), secuestrado junto a su esposa, María Beatriz Loperena; Daniel Omar Favero, poeta y músico que da nombre a un centro cultural de la ciudad de La Plata, que jugó en 1971 en la 9ª División del club Estudiantes de esa localidad, entidad deportiva que en 2019 le restituyó la vigencia de sus derechos como socio; Alberto Armando “Pato” Garbiglia, defensor del club Los Patos, con el que salió campeón en 1972, detenido a los 23 años el 1 de enero de 1977; Hugo Reynaldo Penino, jugador del club Colegiales de la Primera División B de Mar del Plata, secuestrado el 13 de julio de 1977 junto con su esposa embarazada y compañera militante, Cecilia Marina Viñas, quien dio a luz en cautiverio y su hijo, hecho pasar por vástago de un represor, pudo reunirse con sus abuelos hasta la edad de 21 años; Francisco Víctor Pana, secuestrado el 30 de junio de 1977 con 25 años, que jugó en la 5ª División del Club Atlético Independiente de Avellaneda, equipo al que también perteneció otro desaparecido, Rodolfo Prestipino, detenido junto con su esposa, Graciela Di Pascuale (posteriormente liberada), el 15 de diciembre de 1976 en Sarandí, para cuyo equipo, Arsenal, Rodolfo jugó antes de pasar al Independiente, al que defendió entre 1971 y 1973. A los nueve futbolistas desaparecidos deben sumárseles diez que fueron víctimas mortales de la dictadura: Raúl Leonel Brú, Luis Ciancio, Ignacio Manuel Cisneros, Ricardo Osvaldo Cuesta, Ricardo Gabriel “Gallego” del Río, Juan Carlos Luna, Carlos Laudelino Manfil, Gustavo “Papilo” Olmedo, Ernesto David “Ranga” Rojas y Heldy Rubén “Tucho” Santucho, cuya hija adolescente, Mónica Graciela Santucho, también fue asesinada.
Estábamos de rodillas
y no lo sabíamos (José Luis Lanao)
La lista total de personas desaparecidas incluyó hasta 2011 a una mujer que jugó futbol y cuyos restos fueron hallados ese año por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF): Emilce Magdalena Trucco Vassallo, secuestrada en septiembre de 1977 en Realicó, el pueblo de La Pampa donde nació 23 años atrás. Carlos Rodrigo y Elisa Martinó, cronistas de Realicó, muestran en el primer volumen de su historia de la localidad una fotografía del equipo femenil de la Escuela Nacional de Comercio, del que Emilce era la portera. Las investigaciones del EAAF arrojaron que Emilce fue asesinada el 8 de diciembre de 1977, mismo día en que en Buenos Aires fueron secuestradas las monjas francesas.
Según el testimonio de Luis María Bonini, preparador físico fallecido en 2017 que trabajó a las órdenes de Marcelo Bielsa en las selecciones argentina y chilena y en el Athletic de Bilbao y que también colaboró en los clubes Ferrocarril Oeste y River Plate, además de fundador, junto a León Najnudel, de la Liga de basquetbol profesional argentino, dos jugadores del equipo de basquetbol que dirigía fueron detenidos y continúan desaparecidos, mientras que su hermana fue encarcelada ocho meses.
Entre los secuestrados que formaron parte del medio del futbol se debe incluir también a Claudio Tamburrini, detenido a los 23 años el 23 de noviembre de 1977, cuando era portero del Club Almagro y al mismo tiempo estudiante de filosofía, disciplina en la que habría de doctorarse durante su exilio en Suecia a mediados de los 80 con una tesis sobre la justificación del castigo penal (luego de que su testimonio contra las Juntas militares sirvió para sentenciar al brigadier Orlando Agosti), y en la que desde 1996 tiene como línea de investigación las relaciones entre ética y deporte. Durante la dictadura pasó 120 días en el centro clandestino conocido como Mansión Seré, de donde se fugó la madrugada del 24 de marzo de 1978 junto con otros dos secuestrados, historia que relata en su libro Pase libre. Tamburrini relató a Claudio Zeiger para Página/12 que los vigilantes de su celda “entraban y decían: ¿Quién es el arquero de Almagro? Yo, señor, contestaba, y ya me iba poniendo en guardia, porque por lo general me pegaban muy fuerte en la boca del estómago mientras decían: Atajate ésta”.
El testimonio que marcó el punto de inflexión a favor de las condenas penales que se les dictaron en tribunales civiles a los responsables de las juntas militares de la dictadura a mediados de los años 80 fue el de Adriana Calvo de Laborde, hermana de Julio César Calvo, “El Marqués”, comentarista radiofónico de futbol en las décadas de los 60 y 70 en Radio Rivadavia, donde compartía micrófono con el narrador José María Muñoz, que se convertiría en un apologeta de la dictadura. Durante los juicios a las juntas militares la fiscalía acusadora, encabezada por el fiscal Julio Strassera asistido por el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo, decidió que la científica Adriana Calvo de Laborde fuera la primera en rendir testimonio del horror que vivió. Relató que luego de su secuestro y de las torturas padecidas en la Comisaría 5ª de La Plata y en el llamado Pozo de Banfield, dio a luz a su hija Teresa en cautiverio, a bordo de un automóvil policial, sin asistencia médica, en plena calle, atada de manos, amordazada, quitándose la ropa como pudo, con su bebé tirada en el piso del vehículo, con el cordón umbilical aún sin cortar, escuchando cómo sus custodios se reían diciéndole que tanto su bebé como ella iban a morir. El testimonio de Calvo de Laborde se transmitió por un canal de televisión estatal el 4 de julio de 1985 y fue recreado en la película Argentina 1985, dirigida por Santiago Mitre, protagonizada por Ricardo Darín en el papel del fiscal Strassera y por Peter Lanzani personificando al fiscal adjunto Moreno Ocampo. Entrevistado por Ezequiel Fernández Moores a 37 años de distancia del inicio de los juicios, Moreno Ocampo explica mediante una alegoría futbolera las razones detrás de la decisión de que fuera Adriana Calvo de Laborde la primera persona en subir al estrado a testificar: “En términos futboleros ese testimonio fue como iniciar el partido ya metiendo al rival dentro del área”.
De acuerdo con el periodista Fernando Ferreira, “para mayo de 1978 los vuelos de la muerte despegaban con una frecuencia de cinco por día”, ante la complacencia, si no es que la complicidad o hasta la “contribución entusiasta” —como escribe Juan Pablo Bohoslavsky— de jueces y fiscales que, salvo honrosas y valientes excepciones, desestimaron la inmensa mayoría de los 5 487 hábeas corpus presentados por familiares y allegados de desaparecidos ante tribunales federales. Hubo que esperar al 4 de julio de 2022 para que el Tribunal Oral Federal 2 de San Martín dictara las primeras condenas por los vuelos de la muerte: cuatro militares fueron sentenciados a purgar cadena perpetua: Santiago Omar Riveros, Luis del Valle Arce, Delsis Malacalza y Eduardo Lance.
Incluso, como lo apunta el filósofo uruguayo Álvaro Rico, la dictadura vecina de Uruguay, en el marco de la llamada Operación Cóndor —una “coordinación represiva regional”, como la definió al paso de los años el Ministerio Público de Argentina—, detuvo a ciudadanos argentinos que luego desaparecieron, como fue el caso del matrimonio Logares-Grinspon y su hija de 2 años, de la que se apropió un represor y que fue restituida a su abuela materna en 1984.
Según lo consignado en la Breve historia de la Argentina escrita por Jorge Saborido y Luciano de Privitellio, durante junio de 1978, el mes mundialista, “fueron secuestradas 63 personas, la mayor parte de las cuales pasaron a formar parte del nutrido grupo de desaparecidos”, en el que debe incluirse a un futbolista: Pedro “Paisano” Frías, portero del equipo Vélez Sarsfield de Azul (el Vélez de la población en la que nació Matías Almeyda, no el Vélez del barrio porteño de Liniers que juega en primera división), secuestrado en Villa Tesei el 23 de junio junto con su esposa, María Segunda Casado, de 21 años, embarazada, quien también continúa desaparecida.
Desde el primero hasta el último día del mundial hubo desapariciones. Por repartir volantes con propaganda de Montoneros —acción que, de acuerdo con lo consignado por Miguel Bonasso en su novela testimonial de aquellos días, fue previamente anunciada por la organización— en las inmediaciones del estadio Monumental fueron detenidos el día de la inauguración Omar Bastarrica, miembro de las juventudes peronistas, su novia María Josefa Fernández, Rubén Alfredo Martínez Pannacciulli, Ricardo Alfonso Freire y Alicia Cristina Amaya, los primeros cuatro estudiantes de Derecho y la última de Trabajo Social en la Universidad de Buenos Aires. Mientras que José Alberto Saavedra fue secuestrado el 10 de junio, Irma Niesich el 15 y Roberto Zaldarriaga el 20. Y la víspera del partido final Guillermo Marcelo Möller Olcese, un militante de la organización Política Obrera (por cierto, partidaria del boicot), también fue detenido. Desde entonces, desde esos días de Mundial, los once están desaparecidos. ¿El 11 final?
Futbol
Mediante una reforma estatutaria, en octubre de 2019 el club Banfield fue el primero en restituirle la condición de socios a quienes lo fueran al momento de su desaparición. Desde entonces sus estatutos prevén la categoría de “socio detenido desaparecido”.
A Banfield le siguieron Ferro Carril Oeste, Talleres de Remedios de Escalada, Gimnasia y Esgrima de La Plata, Estudiantes de La Plata, Rosario Central, Argentinos Juniors y Racing de Avellaneda. Este último, a principios de marzo de 2021, la víspera del 45 aniversario del golpe militar, anunció que restituirá como socio a Alberto Krug, secuestrado el 2 de diciembre de 1976, a quien su madre le pagó la cuota social durante varios meses esperando su regreso. Junto con Krug fueron restituidos otros 44 socios de La Academia el 7 de diciembre de 2021. Las restituciones racinguistas tuvieron como causa eficiente el libro Los desaparecidos de Racing, del sociólogo Julián Scher, en el que prefiguró lo que después sería la publicación de una rigurosa investigación académica sobre las afectaciones que generó el terrorismo de Estado al club y a su entorno.
El 24 de marzo de 2021 el club Argentinos Juniors restituyó como socios al cineasta Raymundo Gleyzer —autor del documental México, la revolución congelada, censurado por el presidente mexicano Luis Echeverría— secuestrado en 1976, así como a Ernesto “Jaio” Szerszewicz y a Guillermo “Willy” Moralli, desparecidos en 1978.
El 29 siguiente el Club Atlético Rosario Central restituyó a once socios, una mujer y diez varones, y plantó igual número de árboles en su memoria.
Por su parte los archirrivales Boca Juniors y River Plate “difundieron un comunicado conjunto donde ‘convocan a aquellos familiares o allegados/as de socias y socios de ambos clubes que hayan sido víctimas de desaparición forzada durante la última dictadura militar, que se extendió desde 1976 a 1983’”. De acuerdo con la nota del periodista Gustavo Veiga, “el objetivo es que se pongan en contacto con las respectivas instituciones para conocer sus historias de vida y reivindicar su condición societaria en el marco de una política de memoria, verdad y justicia”. Según Veiga, “Boca agregó: ‘Somos rivales, no enemigos… Y por las víctimas del terrorismo de Estado levantamos la misma bandera’”.
Por su parte River Plate, a través de su página web oficial, anunció la restitución de derechos a seis socios desaparecidos: Eduardo Gabriel Horane, secuestrado el 8 de diciembre de 1977; Pablo Enrique Fernández Meijide, secuestrado el 23 de octubre de 1976 a los 17 años; Mauricio Alberto Poltarak, secuestrado el 21 de julio de 1978; Alejandro Alfredo Goldar Parodi, secuestrado el 7 de julio de 1976; Carlos Noriega, secuestrado el 1 de febrero de 1977; y Pablo Horacio Galarcep, secuestrado el 26 de octubre de 1977. El 24 de marzo de 2022, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, River anunció en su página de internet que gracias a la campaña iniciada un año atrás, a través del acercamiento de familiares se conocieron otros siete casos de socios detenidos desaparecidos: Marcelo Aníbal Castelo, socio desde el 31 de marzo de 1966, cuando a los 15 años el club le expidió el carnet 19 998, secuestrado el 4 de febrero de 1977 en un operativo ilegal de detención en los alrededores de Av. Corrientes y Florida; Yves Marie Alain Domergue, nacido en París, socio número 97 436 desde los 14 años, secuestrado ochos años después y asesinado en la vía pública en la provincia de Santa Fe entre el 22 y el 26 de septiembre de 1976; los gemelos Gustavo Adolfo y Ricardo Alberto Gayá, socios 49 678 y 49 679 desde los 12 años y asesinados a los 26 el 13 de octubre de 1976; Américo Mohmet Sady, socio 17 357, secuestrado a los 43 años el 10 de mayo de 1976 en el barrio de Villa Urquiza, el mismo día que su esposa Delia; Ricardo Luis Cagnoni, socio 131 668, desaparecido el 3 de abril de 1977 en la terminal de Constitución; Mauricio Fabián Weinstein, socio 135 549 desde los catorce años, secuestrado a los 18 el 18 de abril de 1978, de quien se tuvo noticia que fue ingresado al Campo de Concentración conocido como “El Vesubio”.
El 5 de octubre de 2021 el Club Atlético Huracán entregó credenciales de socios a los familiares de ocho desaparecidos: Norberto Morresi, Oscar Oshiro, Norberto Hugo Palermo, Pablo Reguera, José Sanabria, Jorge Gurrea, Daniel Vázquez y Eduardo Vicente.
El Club Deportivo Morón, que sólo ha tenido una temporada en primera división en 1969, se convirtió el 23 de marzo de 2022 en el primero en llevar a cabo el acto de restitución de sus socios detenidos desaparecidos en el entretiempo de un partido. Durante el descanso del partido en el que El Gallo recibió en el estadio Nuevo Francisco Urbano al Atlético de Rafaela y lo derrotó por marcador 2-0, en el centro del campo de juego fueron entregados a sus familiares las credenciales de Héctor Demarchi, secuestrado en agosto de 1976 a los 27 años, y de Néstor Alberto Pedernera, secuestrado en septiembre de 1976 a los 26 años, quien jugó en las fuerzas inferiores del club fundado en 1947.
Así como se ha reivindicado a desaparecidos en su carácter de socios, también se han dado pasos recientemente para quitarles esa condición a los responsables de las desapariciones, tal como en 1999 fue expulsado de la Asociación Atlética Argentinos Juniors el genocida Guillermo Suárez Mason, que era socio honorario y presidente patrimonial. El 24 de marzo de 2021 se anunció que integrantes de la comisión directiva de Boca Juniors, presidida por Jorge Amor Ameal, propondrán al máximo órgano de decisión del club que se le retire la condecoración de socio honorario a Emilio Eduardo Massera, almirante fallecido en 2010 y condenado a cadena perpetua por diversos crímenes, entre los que se cuentan “3 homicidios agravados por alevosía, 69 privaciones ilegítimas de la libertad calificada por violencia, 12 tormentos reiterados, 7 robos y múltiples secuestros de niñas y de niños nacidos en cautiverio, todos delitos de lesa humanidad de los que nunca manifestó haberse arrepentido”.
De acuerdo con investigaciones de Julián Scher, Massera fue declarado socio honorario del equipo xeneize en junio de 1972, es decir, casi cuatro años antes de que integrara la junta militar de la última dictadura. El motivo para otorgarle esa distinción fue el supuesto apoyo que en 1971, como Secretario del Estado Mayor General Naval, brindó para que el Congreso cediera a Boca un terreno de 40 hectáreas en la Costanera Sur, a orillas del Río de la Plata, sobre el cual se anunció que se construiría un estadio para más de 100 000 personas además de una alberca, un restaurante, un camping, parrillas, juegos electromecánicos y hasta un autocinema, un ambicioso complejo que nunca se culminó y que se abandonó en mayo de 1973, cuando la empresa constructora anunció a los trabajadores que no contaba con dinero para pagar sus salarios y que la obra, que llevaba un avance de tan sólo 30 metros de tribuna, quedaba suspendida hasta un nuevo aviso que nunca llegó.
En la misma tónica de profilaxis de los padrones societarios, en Uruguay están exigiendo que sean expulsados de clubes los socios que hayan sido sentenciados por delitos de lesa humanidad. En abril de 2021 la campaña “Gol contra la impunidad”, abanderada por el colectivo Hinchas con Memoria, convocó a mandar correos electrónicos para solicitar que sean desafiliados del Club Atlético Peñarol los represores José Nino Gavazzo y Manuel Cordero.
Otro club charrúa, Villa Española, fundado por exiliados españoles que tuvieron que salir de su país por la persecución franquista, el 16 de mayo de 2021 aprovechó su regreso a la Primera División tras un paréntesis de cinco años para estampar como sello de agua en los uniformes de sus jugadores fotografías de personas desaparecidas por el terrorismo de Estado.
Mientras que en Chile, en mayo de 2015 la asamblea del Club Social y Deportivo Colo Colo aprobó por unanimidad la moción presentada por la iniciativa “Fuera Pinochet”, bajo la vocería del sociólogo José Miguel Sanhueza, para retirar post mortem al dictador su condición de presidente honorario.
Probablemente no tengamos un recuento así de Qatar hasta dentro de algunas décadas, pero la documentación periodística existente hasta el momento, revelando violaciones de derechos humanos en el país del Golfo, refleja un régimen autoritario, turbio, predatorio, e impune, que sin embargo, es solapado por la justa mundialista. Uno pensaría que este fenómeno en el que el futbol suaviza un poco la mano dura del Estado es algo exclusivo de las dictaduras latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XX, pero está más vivo que nunca.
Por Farid Barquet Climent
*Esta es una versión editada y aumentada del texto publicado en futboleo.net el 2 de abril de 2020. Igual, en esa versión pueden encontrar las fuentes detrás de este ensayo.