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Cruz Azul

Aquella noche de fiebre en que tenía nueve o diez años, el Cruz Azul jugaba contra el
América. No entendía el deporte, pero el aburrimiento al que induce la fiebre transcurrida en soledad hace que cualquier espectáculo sea preferible a tener que examinarse la propia consciencia, cualquier espectáculo, reitero, inclusive uno tan soporífero como el futbol.

Raras veces hay juegos dignos de provocar reacciones más allá del bostezo (los únicos
eventos de este tipo que casi garantizan entretenimiento de calidad son la Champions
League y el Mundial).

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En esa época, pues, había entrado a una nueva escuela en la que todos eran futboleros. Tenía que hacerme de un equipo. Tomé una moneda de las hendiduras del sillón. No imaginaba que al echar la suerte, el color del sol que me asignó la afición al Azul sería negro. Los Cementeros vencieron a Las Águilas; así lograron la finta más cruel que pudieron haber perpetuado: hacerme creer que el júbilo sería nuestro destino.

La del Apertura 2018, contra el América, fue la derrota en finales menos dolorosa que he experimentado como seguidor de la Máquina. Hay varios factores que explican esta especie de inmunidad ante el desasosiego. Entre ellos está el pésimo desempeño que mostró el equipo en los dos partidos definitorios, razón bastante para premeditar la debacle. Otra, la más obvia, es que una ilusión que ha sido tan minada como la del cruzazulino ya no puede albergar esperanza.

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Los que lloraron esa noche- y ni qué decir de quienes incurrieron en actos violentos- no han comprendido la esencia de la vida, ese fluctuar entre la cima, la llana medianía y el abismo, de cuyas altitudes la del cruzazulismo es la más amarga. Quienes se atrevieron a cambiar de equipo son los casos más deleznables de esa voz interna que se niega a aceptar la derrota. El cruzazulino tendría que ser el Job de los aficionados.

En la liga mexicana no hay seguidores más apesadumbrados. Se podrá hablar de la
consabida sequía de títulos del Atlas, de más de sesenta años, sin embargo, no hay ningún mérito en aceptar la imposibilidad de siquiera arañar la victoria.

En cambio, nada es tan cruel como la situación que derivó en el mexicanismo cruzazulear: perder (reiteradamente, podría añadirse) contra todo pronóstico de los modos más inverosímiles y ridículos una final que se daba por ganada. En ese tenor, la final más tormentosa fue la del Clausura 2013, también contra el archirrival.

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Una camiseta es un destino. Quien cambia de equipo es como el cobarde que huye de la fatalidad, mas, como en toda tragedia que merezca ese nombre, tarde o temprano el destino le alcanzará y le derribará con multiplicada ira. Las derrotas de la Máquina son pequeñas instancias de esa gran derrota que es la muerte. Quisiera ver a los aficionados de cualquier club resistir tanto embate al honor.

Lo que debería de reconocer cualquier otro hincha en el cruzazulino es que éste es un signo de la aceptación de un orden que nos otorga un lugar en el gran vacío de la muerte. Interpelen, pues, a su alma y pregúntense si seguirían con su club, de ser que este hubiera cosechado sus frutos a base del riego con lágrimas.

Parafraseando a Marx azuzando al proletariado: el cruzazulino está en la situación de no
tener nada que perder más que su maldición. Quien ha perdido todo, hasta la ilusión, está más allá de cualquier fracaso. El Azul posee tan mala estrella que no puede ser accidente.

Mantenerse en las filas de sus hinchas es aceptar el peor de los hados posibles; es aceptar la vida pese a cualquier desfavor; es renunciar al berrinche de ese suicidio que resulta del no querer que los hechos sean como son, sino en querer que sean como queremos que sean.

Quedan más infortunios por delante, quién sabe si algún campeonato. Lo sustancial es que si llegan éstos, quienes apoyemos al Cruz Azul ya habremos visto la cúspide de la miseria y celebraremos templadamente, alabando con respeto el gran ciclo de lo que nace y muere, como quien conoce la precariedad de todo lo que existe y disfruta con magnanimidad los pocos momentos de tregua de los que goza.

¿Por qué amo a Cruz Azul? Ve el testimonio de un aficionado de hueso colorado.

Por: Francisco Santoyo Pérez

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Comentarios (1)

¿Y Cornero, Jara Saguier, Horacio López Salgado, Octavio Muciño, Julio Zamora,, Héctor Pulido, Guillermo Mendizabal, Eladio Vera, Agustín Manzo? Ojo, soy americanista… pero parece que los que escribieron esto nacieron ayer.

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