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Al Owairan
Con los augurios más pesimistas que se recuerden, la selección mexicana llega a su último partido de fase de grupos en Qatar 2022 sin haber podido siquiera anotar un gol en los más de 180 minutos de sus dos primeros encuentros, ante Polonia y Argentina.

Hoy le toca a los mexicanos enfrentar al representativo de Arabia Saudita, el que en el papel, antes del Mundial, parecía ser el escollo menos complicado, el rival de más débiles blasones del Grupo C.

A millones de aficionados en todo el mundo, particularmente a los que andamos cerca de los 40 de edad, cuando pensamos en el futbol saudí nos viene en automático a la mente una secuencia, un tracto sucesivo que le debemos a Said Al Owairan, el copista de Maradona.

Porque una mirada distraída puede llevarnos a concluir que el 29 de junio de 1994 Al Owairan pintó un Maradona. Y no cualquier Maradona. No un mero boceto, no cualquier pincelada, sino su obra maestra.

A pesar de su compacta fugacidad, el segundo gol de Maradona a los ingleses en México 86, la jugada de todos los tiempos —como la bautizó recién parida el narrador Víctor Hugo Morales— llegó a ser tal gracias a un instante, uno solo. Si desgranamos el slalom más memorable del astro argentino, el que ejecutó el 22 de junio de 1986, ese que ni la marina real británica habría podido detener, encontraremos que hubo un punto de inflexión, apenas perceptible, que cambió el curso de aquella historia de tan sólo 25 segundos, y de paso cambió también el curso de la historia del futbol. Ese instante es una duda: la duda de Terry Fenwick. “Cuando yo lo veo dudar a Fenwick le tiro la pelota adelante, cuando se la tiro adelante él me quiere meter la mano, pero yo venía a cien por hora, a mí no me paraba nadie”, relató Maradona para el programa que transmitía su paisano Quique Wolff por la señal de ESPN.

La imagen televisiva corrobora ese testimonio: el balón no acapara en su totalidad el espectro de visión del genio, que en cambio tantea al defensor que le sale al cruce, huele su miedo, se vale de su indeterminación. Esa duda infinitesimal de Fenwick abrió la rendija por la que escapó, con destino de gol, la que ya nunca fue su presa.

En 1994 Arabia Saudita participaba por primera vez en una Copa del Mundo. No ser avasallada en sus tres compromisos obligatorios y aspirar simplemente a cumplir con un desempeño decoroso parecía un objetivo razonable. Lo que no parecía razonable, ni siquiera imaginable, era que uno de sus jugadores, Al Owairan, quedara en el imaginario como el émulo de Maradona en el último mundial de Maradona, ese que tuvo que abandonar porque le “cortaron las piernas”. De comparar el lienzo salido de la zurda de Maradona con la copia firmada por Al Owairan saltan algunas semejanzas evidentes. Aquí el gol de Al Owairan

En la carrera de Al Owairan, a diferencia de la de Maradona, todo es voluntad. El árabe impulsa la pelota, pero no la lleva. Cuesta creer que al emprender camino Al Owairan tuviera claridad de dónde iba a terminar. Él no aprovecha ninguna duda —como la de Fenwick— porque llegar hasta la zona de definición no estaba en su cálculo. Le allanan el camino las torpes acometidas de sus adversarios belgas, que a cinco minutos de haber empezado el partido seguían entumidos y al mismo tiempo incrédulos de que un debutante mundialista osara enfilar rumbo a la portería por sí solo, sin arredrarse por su novatez mundialista.

A Said no lo mueve la astucia, la picardía, sino el ímpetu del deseo, que acaba alimentándose de sí mismo zancada a zancada. Ni los materiales ni la técnica del original maradoniano son los mismos que los empleados en su reproducción arábiga: en su recorrido, trompicado, de bastante menor plasticidad que el de Maradona, Al Owairan parece ir advirtiendo paulatinamente que, por la catadura del lienzo y por la verticalidad zigzagueante de su trazo, está a punto de mandar a enmarcar lo más parecido a una litografía del Diego en el Azteca que se haya producido en un Mundial. En la medida en que la portería belga se le va haciendo grande crece en Said la conciencia de sus posibilidades y conforme avanza se va encontrando a sí mismo, al igual que el futbol saudí terminó por encontrarse a sí mismo en Luisail el pasado 22 de noviembre de 2022 precisamente ante Argentina, una Argentina que ese día no fue ni la copia de sí misma, una Argentina que sigue llorando a Maradona.

En su autobiografía y después en sus memorias de México 86 Maradona cuenta que cuando el portero inglés Peter Shilton salió a taparle el arco se acordó de su hermano Hugo “Turco” Maradona, quien le dio un consejo luego de un partido en el que también se enfrentaron Inglaterra y Argentina, disputado en Wembley en 1981. En aquel encuentro celebrado en la catedral londinense del futbol Diego hizo una jugada muy parecida a la que haría cinco años después en México, pero no la pudo terminar en gol. Al finalizar aquel partido Hugo le aconsejó cómo definir, y por eso el Diez definió como definió en el mundial mexicano: recortando al guardameta dejándolo despatarrado. “Esta vez definí como mi hermano quería…”, escribió. Y por eso fue gol. Me gusta pensar que así como Maradona, en trance excepcional, se dio tiempo, átomos de segundo, para traer a su mente el consejo del Turco para rubricar su óleo, Al Owairan se fue llenando de Maradona mientras surcaba el pasto del Robert F. Kennedy de Washington como si transitara por la liviana arena de Riyad.

Said (der.) en estampa del album mundialista, compartida con un coequipero

Casi 25 años después del Mundial del 86, en 2010, refiriéndose a su gol Maradona dijo en la entrevista con Quique Wolff ya referida: “Yo creo que es un gol soñado”. Incluso llegó a declarar que de sólo oírlo relatado por Víctor Hugo Morales, sin siquiera tener que verlo, sentía «la misma emoción». tal como se le escucha decirlo en el minuto 03:10 del video que puedes ver aquí. El que no pudo decir lo mismo del suyo, ya no digamos a un cuarto de siglo de distancia sino cuando ni siquiera había transcurrido un lustro de haberlo conseguido, fue Said. Entrevistado para The New York Times en 1998, se mostró sorprendido de que en Estados Unidos siguieran pasándolo por televisión, y de plano se abrió a su entrevistador Christopher Clarey —autor de una biografía de Roger Federer traducida a 17 idiomas, publicada en 2021— y de plano le confesó: “He visto este gol quizá mil veces y, sinceramente, estoy harto de él”. Y eso que el monarca saudí, el Rey Fahd —el mismo cuya investidura y nombre fueran la denominación de la Copa que fue el germen de la actual Copa Confederaciones— le regaló un auto de lujo nada más pisar el aeropuerto Rey Khalid.

El hartazgo de Said es entendible. Porque tal como afirma Clarey, no tuvo que pasar mucho tiempo para que la celebridad que le trajo ese gol suyo le generara “más problemas que beneficios”.

Al igual que a Maradona —otra vez el maestro y el copista, esto último nunca mejor dicho— a Said le gustaba “la vida nocturna al estilo occidental”, sostiene Clarey. Pero a diferencia de Maradona, Said no vivía en ni en Nápoles ni en Buenos Aires sino en “una monarquía absoluta regida por la ley islámica”, por lo que tener ese hábito “lo llevaría en última instancia a una pena de prisión y un año de suspensión del fútbol competitivo”. Reincorporado a la actividad, jamás recuperó el nivel mostrado en el Mundial estadounidense, y para la siguiente cita, en Francia 98, no fue ni la copia de sí mismo.

Es usual decir en el argot futbolero que un portero se come un gol cuando no acomete correctamente un balón en mansedumbre y se le cuela al fondo de la red. A Said Al Owairan le ocurrió lo contrario. Él no se comió un gol, sino que fue un gol, un gol suyo, el que se lo comió a él.

Farid Barquet Climent

*Este texto fue primero publicado en futboleo.net

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