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Trompo Carreño

Algunos afectos permanecen, como el amor por el Atlante. Y es que la Ciudad de México en 1918, tenía otro ritmo, otra música. Topología elemental, de un tiempo que nunca volverá. Lugar perdido de la nostalgia, allí donde la leyenda del Trompo Carreño cobra vida.

Urbi et orbi

En Geografía e Historia del Distrito Federal de 1892, Antonio García Cubas detalla que la “Prefectura de Tacubaya” constaba de Santa Fe, Cuajimalpa, Tacuba, Popotla, Mixcoac, La Piedad y la misma Tacubaya. Región por demás mítica dentro del espectro urbano de la Ciudad de México. Sitio que vería nacer a Juan Carreño Lara, el 14 de agosto de 1909. Un año antes de la Revolución Mexicana.

Sin embargo, no creció entre privilegios, pues varios lugares llegaron a sufrir tal declive a causa del conflicto bélico, que pasaron a ser parte de lo que David Harvey denominó, como: “interés comunitario geográficamente fragmentado”. En otras palabras, el Trompo es al mismo tiempo un jugador de futbol y una expresión popular de la transformación urbana, símbolo de lo que fuimos y de lo que quisimos ser.

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Interior izquierdo entrañable para sus biógrafos, delantero caracolero para la afición. Sus vueltas mágicas con el balón frente a las antiguas líneas de defensa, todavía permanecen como un testimonio urbano que resiste al olvido, siendo el origen de su apodo y la especialidad de la casa.

Arriba, los aplausos se vuelven a escuchar y la gente regresa a mirarlo con asombro y admiración, su equipo no se ha marchado ni ha descendido. El Atlante permanece, como un dibujo que comienza en la esquina de Sonora y Sinaloa, en la Colonia Roma. Donde el tiempo se define por la variación, de la Avenida Jalisco en Álvaro Obregón. Y del sueño del tranvía: Roma-Vía Oaxaca a la memoria contemporánea, del camión: 20 de Noviembre-Coyoacán.

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Gloria del «Trompo» Carreño

Pero regresamos a “La Sedanita”, fábrica que observa los inicio de la historia del «Trompo» Carreño. De ahí pasamos a 1927, donde se respira la pelota del llano, los jugadores dejan su trabajo de queseros y panaderos, para salir a la cancha. Tal es el caso de los hermanos Rosas: “El Diente”, “El Chaquetas” y “Chúndara”. Vuelan apodos como “Pipolo” o ”Moco”. El «Trompo» Carreño no se queda atrás y teje su leyenda, Atlante se enfrenta con el Colo-Colo de Chile que durante su gira internacional, pasa por territorio azteca. La pelota rueda y Carreño hace de las suyas contra el Necaxa. Se acercan los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928 y México entero sueña.

Aquí,“ la culor dil tiempu” diría Clarisse Nicoïdski, bien podría ser un nuevo agregado de: Asuntos históricos y descriptivos. Apartado mítico de la obra de Arturo García Cubas: El libro de mis recuerdos: Narraciones históricas, anecdóticas y de costumbres mexicanas anteriores al actual estado social. Donde se analizaría, en una nueva edición, la vida y obra de uno de los principales artífices, de la memoria colectiva en los mundiales: El Trompo Carreño.

Ídolo que anotaría el primer gol del combinado mexicano, tanto en las Olimpiadas de Ámsterdam como frente a Francia en el Mundial de 1930.

Demostrando que son las calles y los sitios en los que vivimos, quienes realmente configuran la cosmovisión del futbol, gramática propia de las ciudades y los barrios que uno habita. No le digan a nadie, pero el «Trompo» Carreño no murió aquel 16 de diciembre de 1940. Su figura aún maneja el balón, en los llanos de la periferia. Entre la tierra y la gloria.

Por: Andrés Piña/@AndresLP2

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