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Carrizo

El papel del portero es extraño, de cierta manera ajeno al juego. Se viste diferente, tiene aditamentos (los guantes) que lo distinguen, y las reglas para él distan en muchos sentidos de las que rigen al resto de sus compañeros. Muchas veces el destino del equipo recae sobre sus hombros, pero al mismo tiempo, es poco probable que sea quien logre las anotaciones que necesita un conjunto para salir vencedor. El guardameta es una tensión constante.

El guardameta libre

Durante los primeros años del balompié, el portero tuvo permitido jugar con las manos hasta casi la media cancha. Esta regla no fue removida hasta que el siglo XX llegó (1912). Poco antes de que esto sucediera, también comenzaron a usar una indumentaria distinta. Los rasgos que los enclaustraban bajo los tres palos y los separaban de la escuadra no dejaban de aparecer cada vez más.

Todo esto sucedió antes de que el futbol fuese el monstruo de multitudes que hoy llena los estadios y enciende las televisiones. El gigante se desarrollaba para que el balón circulara más. El espectáculo era necesario. Durante los primero años del siglo pasado, los arqueros comenzaron a especializarse en su arco: maestros de la velocidad, respondían a estímulos; no creaban. Lo que se valoraba en ellos era la capacidad de reacción, sus reflejos. Si iban a hacer algo distinto, sólo podían ser atajadas.

El arraigo bajo los tres palos

Así como para el resto de los jugadores los brazos no eran más que apéndices, las piernas del arquero no tenían más función que las de resortes: ayudaban a las manos a llegar al balón. Vivían bajo la tiranía del arco. Si su única misión era resguardar la meta, no había razón alguna para que se alejaran de ella. A esta época pertenecen figuras como Lev Yashin, de quien se suele alabar su capacidad para colocarse de manera estratégica, debajo de su portería. Se anticipaba al tiro. También sabía decirle a su defensa qué hacer. Esto resume de manera sólida el papel de esos años: ser un estratega del espacio de la portería.

A la par, figuras como la de José Eusebio (arquero de Perú y de River Plate), comenzaron a explorar tierras más allá del área chica. Aunque únicamente en situaciones de peligro, Eusebio ya no esperaba a los rivales debajo de su meta, sino que salía para encontrarse con ellos. Otro antecedente de este tipo de herramientas se encuentran en el argentino Amadeo Carrizo, quien fue de los primeros en cortar los centros, pero sobre todo, en jugar con los pies.

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Estas mutaciones también llegaban de la mano de modificaciones en el reglamento. Los equipos, a veces, abusaban de la cualidad mayor del portero: el uso de las manos. Para dar dinamismo a los encuentros se prohibió que tuvieran demasiado tiempo la pelota en las manos. Esto obligó a que el juego con los pies fuese más importante. Porteros como René Higuita hicieron época porque además de tener unos reflejos felinos, sabían manipular la pelota con las extremidades inferiores.

La regla que los liberó

Que los guardametas se alejaran del arco los convirtió cada vez más en defensas. El cambio que terminó por marcar la revolución en esta posición se dio en 1992. En el Mundial de Italia 90 hubo un juego ultra defensivo que hacía que el pase hacia el portero fuese una constante en la que éste tomaba el balón con las manos y hacía tiempo, para después cederlo a algún compañero que reiniciaba el ciclo. La FIFA decidió prohibir que los arqueros tomaran con las manos el balón si el pase provenía de un compañero.

Esto obligó de manera radical a los arqueros a usar sus pies, a estar versados en el manejo de la pelota. Este salto también terminó por convertir al arquero en el primer atacante. Aunque hay varios antecedentes, esta nueva regla obligaba a una maestría con los pies, una que los porteros nunca antes necesitaron. Planteamientos como los de Pep Guardiola o la existencia de guardametas tan completos como Manuel Neuer o Claudio Bravo, serían incomprensibles sin la modificación al reglamento en 1992. Se le exigió al portero que usará los pies, pero al mismo tiempo, se le comenzó a liberar de la reclusión bajo los tres palos.

 

Por Alberto Roman / @AlbertoRomanGar

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