Las mujeres también le escriben al fútbol. Algunas de ellas fueron hinchas confesas, como el caso de Clarice Lispector, quien sentía una «ignorancia apasionada» por el Botafogo, tal como lo menciona en la crónica «Amando Nogueira, el fútbol y yo, pobre». Se dice que Lispector visitó una única vez el estadio Maracaná, pero ello fue suficiente para que lo incluyera como el escenario perfecto del cuento «La búsqueda de la dignidad», en el que la protagonista, la señora de Jorge B. Xavier, se pierde entre sus pasillos. (canada drugs reviews)
Ahora bien, a pesar de que las mujeres ficcionan o poetizan el fútbol, no lo hacen para reivindicar al deporte en sí, sino como una suerte de conquista de un lugar que tal vez nunca sea enteramente propio. Ya lo ironizaba Roberto Fontanarrosa, en 2003, en el prólogo de los Cuentos de fútbol argentino: “queridos aficionados al viril deporte del balompié, Inés Fernández Moreno, Liliana Heker y Luisa Valenzuela han sido aceptadas en el plantel siendo, como sus nombres lo indican, mujeres”, es decir, en el fútbol, y particularmente, en la literatura del fútbol, las mujeres son huéspedes.
Sin embargo, pese a la condición de forasteras, las mujeres no han dejado de escribir sobre uno de los deportes más bellos del mundo. Por ello, en 2009, Dalia Rosetti publicó Dame la pelota, una novela experimental y polifónica, en la que las protagonistas, a pesar de ser rivales de equipo, logran entablar una relación amorosa y vivir aventuras en una villa miseria.
Por su parte, Ana María Mox, parroquiana del Barcelona, publicó, en 2012, Un poco de pasión y otros cuentos de fútbol. Y bueno, para que no quedaran dudas de que las mujeres poco a poco se abrían paso en el mundo de la literatura del fútbol, en 2014, se publicó Las dueñas de la pelota, y en 2019, Pelota de papel 3; ambas compilaciones con puras escritoras.
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En la poesía, la situación no es diferente, pues pocas son las poetas que le han cantado al fútbol, aunque estos atisbos hablan de una pasión sigilosa, pero real. Blanca Varela, por ejemplo, compara al balón con el planeta Tierra en su poema «Fútbol», el cual, por cierto, aparece en el libro Valses y otras falsas confesiones. Por su parte, Magdalena Martín describe detalladamente un encuentro barrial, con el entorno como hincha, en su poema “Fútbol, apuntes para un mito”. De manera parecida, en cuanto a lo descriptivo respecta, Ana Merino, con “El primer clásico”, desmenuza la tristeza que siente un niño cuando su equipo pierde un partido tan importante como un derbi.
Y bueno, la crítica hacia el fútbol sobre el papel de la mujer dentro de este deporte no puede quedar de lado, así, Alicia Grinbank, con el poema «Fútbol en el bar”, versa: “Afuera el mundo se cocina:/ las mujeres con sombra o entelequia/ da lo mismo la caída del Merval o de la lluvia […]”. Por otro lado, destaca el artículo «Mujer que juega fútbol o la belleza como parálisis» de Rosario Castellanos, publicado en el diario Excélsior en 1970, en él, desaprueba la postura del también escritor, Luis Gutiérrez y González, sobre que el cuerpo femenino no es apto para jugar fútbol, además de ahondar en las históricas modificaciones que ha experimentado el cuerpo femenino para alejarse del dinamismo.
Y ya que estamos en México, no está de más mencionar que, en 2010, Esther López Portillo lanzó Nosotras también tiramos a gol, una compilación de testimonios de fútbol en la que participan mujeres de diversas profesiones. También, sobresale la antología Calambres, balones, escupitajos… y otros secretos futboleros recopilado por Kirén Miret en 2014. Más recientemente, en 2018, Adriana Bernal escribió Poeta que no entiende fútbol, novela que narra la vida de un jugador lesionado, un apostador de fútbol y un conocedor del tema que no juega en lo absoluto.
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Para concluir, bastará decir que las escritoras que han dedicado sus letras al fútbol han aumentado a lo largo de los años, sin embargo, queda de manifiesto que ellas no escriben desde un lugar común, sino más bien, desde una cierta lejanía, desde una frontera difícil de cruzar. La cancha de fútbol, o “la Pecera Madre”, como la llama Alicia Grinbank, resulta un espacio tan ajeno que puede convertirse en un laberinto del que es difícil de escapar, como ocurre con el estadio Maracaná en el cuento de Clarice Lispector.
Y es que, como lo menciona Claudia Piñeiro en el prólogo de la antología Las dueñas de la pelota, “El fútbol es territorio de hombres. Y, si una mujer se atreve a pisar ese territorio, deberá soportar la desconfianza, la subestimación y una cierta molestia por participar de una fiesta a la que no fue invitada.” Lo anterior, se relaciona perfectamente con el sentir de Luisa Valenzuela en el relato “El mundo es de los inocentes”, en el que clama: “Me siento como paria, ¿qué hago ahí sin palpitar al unísono?”.
Quizá la sensación de extrañeza no vaya a desaparecer prontamente, pero las mujeres han reclamado su derecho a existir en el mundo del fútbol, desde las gradas como hinchas, desde las canchas como futbolistas, hasta los medios de comunicación, como narradoras, periodistas o escritoras. Cada uno de estos espacios se ha ganado con luchas constantes, que, por supuesto, han incomodado, y seguramente, seguirán haciéndolo. Lo cierto es que, si bien el fútbol fue masculino inicialmente, ello no implica que las mujeres no hayan sido capaces de entenderlo, amarlo, jugarlo y narrarlo a lo largo de la historia del fútbol.
Por: Jaina Mata / @jainamata