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Mamadou Coulibaly

El futbol es una constante ensoñación en que las proezas parecen haber sido sacadas de algún libro fantástico. Partidos míticos y jugadas que parecieran ser más una pintura, donde lo imposible sucede. Y para que esto —y aún más— suceda, la historia del balón ha sido escrita por mortales que pretenden mitificarse, soñadores que surgen de la nada para conquistarlo todo. Es así que nos encontramos con Mamadou Coulibaly, quien con cada paso que da sobre el césped va esbozando un camino digno de ser contado.

La aventura comienza el 3 de febrero de 1999, en la tierra de Thiès, Senegal, la cual vio el nacimiento de Mamadou Coulibaly. Quien desde muy pequeño, dio muestras claras de un amor innato por el futbol; corriendo y pateando balones desgajados con sus pies desnudos sobre la tierra árida, al final, lo único que importaba era eso, jugar y sonreír.

Sin embargo, su pasión no era lo mismo que comprensión, la cual era poca –por no decir nada— de sus progenitores. Su padre, profesor de educación física en una escuela primaria de su localidad y, su madre, ama de casa, exigían a ese soñador que justamente dejara de hacer eso, para mejor poner manos a la obra la “realidad” que vivían. Estudiar y trabajar. Aunque en los planes de Coulibaly no estaba eso, él sabía que con el balón en los pies despegaría de la tierra y volaría más allá del cielo.

Un día de octubre del año 2015 y con tan sólo 16 años de edad, Mamadou, decidió no ir a la escuela. Su mochila no guardaba libretas, en cambio, a sus zapatos de futbol sumó un poco de ropa para emprender su viaje. Tomó un autobús a Dakar –capital de Senegal–, y de ahí otro que le llevaría a Marruecos. Convertirse en futbolista profesional era la recompensa que ansiaba al dar inicio a dicha odisea.

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Llegado a Marruecos recuerda para La Gazzetta dello Sport: «No tenía dinero para subirme a un barco, así que dormía a las afueras del Puerto de Casa Blanca –principal puerto del país–, hasta que un señor se apiadó de mí y me ofreció viajar hasta Francia en un pequeño barco en que trabajaba. No sabía nadar y temía que la embarcación se hundiera, pero yo quería jugar futbol”. Es ahí donde su camino se cruza con otros inmigrantes africanos que buscaban en Europa lo que no encontraban en sus países: trabajo y dinero.

Además, Mamadou hoy día confiesa que durante su recorrido apagó su celular durante cuatro meses, pues temía lo que sus padres le dirían al darse cuenta de la locura en la que andaba inmerso. Aunque de vez en vez lo encendía para mantenerse en contacto con algunos amigos y, sobre todo, con una tía suya que residía en la ciudad del sureste francés, Grenoble. Él pretendía llegar con ella para probarse con la mayor cantidad de equipos de la Ligue 1.

Después de cruzar Marsella es que por fin llega a Grenoble. Ahí, se encuentra con su tía y le recibe en su casa, sin embargo, las cosas no terminaron por ser de lo mejor en Francia, ya que ningún equipo le abrió las puertas sin darle explicación alguna, además, su tía no contaba con los medios económicos suficientes para apoyarlo. Cuando ya toda esperanza parecía haber terminado, Mamadou conoce a un “representante” italiano que en esos momentos se encontraba de visita paso en Francia, le convence para que lo acompañe al país itálico y así probarse en los clubes. Su tía le da un poco de dinero para poder comprar su boleto de tren rumbo al nuevo destino.

Llegaron a Livorno y de ahí se fueron a Roseto degli Abruzzi, donde pasan la primer noche en un hostal. “Cuando desperté ya no estaba el hombre, de inmediato revisé mi mochila, mis zapatos y ropa ahí se encontraban, pero el dinero ya no”, relató para La Gazzetta dello Sport. Por lo que tuvo que pasar tres días y tres noches deambulando y en las calles.

Una noche, la policía lo encontró durmiendo en unas bancas. Al acercarse a él y pedirle que se identificara, Coulibaly les hace ver que no tiene papeles que lo acrediten como trabajador ni mucho menos como vacacionista extranjero, por lo que lo llevan al hogar de Crianza Montepagano, lugar donde se ocupan de brindar alojamiento, comida, educación, y ayudar a encontrar trabajo a inmigrantes ilegales en Italia. Además, de interceder para conseguir los papeles necesarios que les acrediten de manera legal.

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El joven senegalés pronto encontró apoyo en quienes trabajaban en Montepagano. Y al escuchar del interés que él tenía por el futbol, es que lo ayudan para que fuera a las pruebas de algunos clubes. El año 2016 fue el elegido para la primer prueba que realizó para la Unione Sportiva Sassuolo Calcio, la segunda para la Associazione Calcio Cesena, quienes a pesar de las excelentes condiciones de las que dio muestra como mediocampista central, le rechazaron por ser muy joven para jugar en el primer equipo y muy grande para jugar en las divisiones inferiores.

Es hasta la tercer prueba que llega al Delfino Pescara 1936, escuadra dirigida en se momento por el italiano Massimo Oddo, quien se encontraba mirando a los aspirantes para entrar al club, y queda maravillado al ver la capacidad técnica de ese joven de tan sólo 17 años de edad.

“¿Dónde aprendiste a jugar así?, me preguntó el técnico Massimo Oddo, a lo que le respondí que mirando por el televisor a los jugadores profesionales. Jamás fui a una escuela de futbol”, rememora para la La Gazzetta dello Sport. El Pescara lo fichó como jugador para la temporada 2016-2017, aunque no jugó de inmediato con el primer equipo, pues de acuerdo a la normativa no contaba con la mayoría de edad que presupuesta la Serie A para poder hacerlo.

Entrenó y jugó con el equipo primavera —juvenil— del Pescara poco tiempo, donde disputó dos encuentros, y en donde marcaría su primer gol. Y es el 19 de marzo del 2017, ya con 18 años de edad cuando el ansiado debut se hizo presente en la parte final del partido (75´) por la Copa Italia ante el Atalanta aC, el cual terminaría con un marcador de 3-0 en favor del Atalanta. Semanas más tarde, el primer cotejo en la Serie A se daría el 2 de abril ante nada más y nada menos que Associazione Calcio Milan, con un marcador de 1-1.

Después del partido ante el Milán, Mamadou fue entrevistado por SkySport  y comentó: “Este es un sueño hecho realidad, el Milan fue mi equipo favorito cuando era niño, pero ahora tengo otro sueño: Quiero jugar para el nacional con Senegal ¡Estoy feliz!».

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Hoy día, Mamadou Coulibaly juega para Udinese Calcio y continúa soñando a partir del balón. Y por supuesto, el senegalés no ha olvidado a su familia, y ha mencionado que hará hasta lo imposible para que ellos puedan compartir junto con él todo esto que está viviendo.

El niño que dejó todo para conquistar mucho más, ese que contra todo y todos ha demostrado —y seguro que lo seguirá haciendo— que los sueños no son más que realidades que debemos atrevernos a tocar. La odisea de este viajero apenas inicia.

 

Por: Ricardo Olín /@ricardo_olin

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