El futbol como tema literario en las letras mexicanas es más recurrente de lo que se piensa, la cuestión es que se desarrolló con cierta clandestinidad, porque, al igual que ocurrió en Sudamérica y en España, la literatura del futbol no fue bien recibida sino hasta las últimas décadas del siglo XX.
Sin embargo, en 2006, con la publicación de Dios es redondo de Juan Villoro, acreedor al Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, la intelectualidad mexicana aceptó al futbol como parte de su producción; y entrado el siglo XXI, se empezó a gestar una incipiente tradición literaria de la pelota en México.
El gran iniciador de esta clandestina pero nutrida literatura mexicana del futbol es Guillermo Samperio, quien publicó el libro de cuentos Lenin en el futbol en 1975. En dicha obra, aparece el cuento que intitula la compilación, el cual narra la infructuosa lucha sindical encabezada por un portero del Club Necaxa a favor de los derechos de los futbolistas como trabajadores.
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Tres años más tarde, en 1978, Eusebio Ruvalcaba ganaría el premio Punto de partida con la pieza teatral Bienvenido, papá, obra en un acto y cuatro escenas que plantea el regreso de un futbolista a casa después de perder en octavos de final durante el mundial de fútbol. Para 1986, con motivo de la realización del mundial en México, Xorge del Campo compilaría una colección de relatos mexicanos de futbol en El cuento de futbol, publicado por editorial Luzbel. En dicha compilación, aparecen narraciones de José Revueltas, entre otros reconocidos autores mexicanos.
A inicios de la década de los 90, Eusebio Ruvalcaba se aventuraría a escribir nuevamente de fútbol y dentro del libro ¿Nunca te amarraron las manos de chiquito? de 1990, incluyó “Doce-dos”, cuento que narra la aventura de dos amigos que roban un balón para jugar un partido al término de la jornada escolar. Dos años más tarde, en 1992, Luis Miguel Aguilar incluiría en el libro Suerte con las mujeres el cuento «El gran toque», mismo que sería antologado por Jorge Valdano en la compilación Cuentos de futbol 2. Por su parte, Emanuel Carballo, en su obra Ya nada es igual : Memorias (1929-1953) de 1994, incluye una narración dedicada a Jaime «Tubo» Gómez. Al año ulterior, es decir, 1995, Juan Villoro presentaría Los once de la tribu.
Ahora bien, 1996 sería un año interesante para la literatura mexicana del futbol pues se publicarían dos obras con motivos específicamente deportivos. Por un lado, Tomás Granados Salinas publicaría la selección de cuentos Olvidos memorables, primer libro de cuentos meramente de fútbol, aunque, cabe mencionar que, en estos relatos, el futbol funciona como detonador, telón de fondo o acompañante temático y no precisamente como protagonista; un poco parecido a lo que ocurre con Once cuentos de futbol de Camilo José Cela.
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Por otro lado, dentro del libro Los perdedores, obra que abarca siete piezas dramáticas con temáticas deportivas, Vicente Leñero incluye «Gol», obra en un solo acto que representa el drama de un arquero que por asistir a un partido de futbol, se pierde la oportunidad de intimar con su crush, quien, por cierto, se lía con el compadre del arquero.
Un año después, en 1997, Pedro Ángel Palau publicaría la novela El último campeonato. Y en 1998, los escritores Ignacio Trejo Fuentes y Juan José Reyes compilarían en Hambre de gol una serie de cuentos, relatos, crónicas, poemas y piezas teatrales de diversos autores internacionales sobre el futbol.
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Como colofón del siglo XX, 1999 marcaría un hito en la historia de la literatura del futbol pues Juan Villoro incorporaría el cuento «El extremo fantasma» en su libro La casa pierde, dicho cuento también fue compilado por Jorge Valdano en Cuentos de futbol 1. En ese mismo año, Antonio Granados publicaría ¿Has visto jugar futbol a un elefante? y, también, en ese 1999, se creó la Editorial Ficticia, con una línea editorial dedicada exclusivamente a divulgar literatura de futbol.
¿La época dorada de la literatura del futbol?
Y bueno, entrado el siglo XXI, la época dorada, si es que es pertinente este término, del auge de la literatura del futbol serían, por supuesto, los años 2000. Por ejemplo, en el 2004 Javier García Galiano escribiría Cámara Húngara. Y el 2006, año mundialista, vería a la luz las obras Dios es redondo de Juan Villoro y Sonido Local y pases de futbol de Rafael Pérez Gay.
Además, en 2007, en la ciudad de México, se abriría la primera librería con puros ejemplares de fútbol: Futbología, afincada al sur, que se trasladaría a la colonia Condesa años después. En 2011, Juan Villoro, quien es como el Hugo Sánchez de la literatura mexicana de la pelota, volvería a escribir del deporte Rey en Balón Dividido. Por su cuenta, Jorge Fábregas haría lo propio con Polvo, sudor y goles en 2012.
Y en el año 2016, surgiría Apuntes de Rabona, espacio virtual que ofrece un periodismo deportivo diferente pues relaciona al futbol con lo social, lo cultural y hasta lo político. Finalmente, en 2019, el escritor Farid Barquet publicaría Segunda Amarilla, al igual que Juan Villoro (insisto en que es nuestro Hugo Sánchez, aunque, seguro que él quisiera ser Ricardo Peláez) con Yo soy Fontanarrosa.
En conclusión, claro que existe una literatura mexicana del futbol, aunque Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco lo despreciaron abiertamente, sin mencionar que a lo largo del siglo XX, las gran mayoría de los escritores mexicanos decidieron simplemente no incluir al futbol dentro de sus creaciones literarias. Hoy los tiempos son distintos y por fortuna, para quienes amamos la literatura y el futbol, nos encontramos con una panacea de publicaciones que hilvanan nuestras grandes pasiones.
Por Jaina Mata / @JainaMata