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Eduardo Galeano

Eduardo:

Como quien cava en la arena buscando un tesoro que ya ha sido extraído, en las espesas sombras de tu luto te escribo la carta que nunca me atreví a enviarte. No lo hice porque jamás me imaginé que te llegaría, te veía tan arriba, tan en la cima de una ideología que comparto y admiro que jamás pensé que mi paloma mensajera alcanzara a surcar esas alturas… hoy estás mucho más alto e inalcanzable, pero también muy adentro de mí, y sería un injusticia no agradecerte tanto, no ofrecerte tanto, no celebrarte tanto.

Hace no mucho tiempo que escuché por primera vez de ti, tenía ya 18 años y en la sala de redacción de Televisa Deportes Network y Sky Sports salió a flote una fugaz conversación sobre libros de futbol. Recuerdo bien un comentario de un colaborador de Sky que se levantó y disparó: “El futbol a sol y sombra es el libro más conocido del tema, quien no lo ha leído no puede decir que le gusta la literatura de futbol” (o algo así). Se me iluminó la cara, yo apenas conocía el Dios es redondo de Villoro y me había encantado, pero absurdamente pensé que sería el único de su tipo. Caí en cuenta de lo inocente que fui… ¡Había mucha gente que pensaba que el futbol va más allá de los resultados y las noticias! Eso realmente me apasiona. Unas semanas después fui a Oaxaca y me sumergí en la biblioteca de mi padre para buscar tu obra: Las venas abiertas de América Latina, Patas Arriba, etcétera. Escogí Patas Arriba y fue el primer libro tuyo que leí. Me fascinó porque reflejas dos cosas: que el mundo es ridículamente injusto, y que se puede escribir de cualquier tema (serio o no) con un estilo entretenido rebosante de figuras retóricas, y eso no afectará el mensaje. Me inspiró la primera lección y la segunda me la apropié.

Pasaron dos años hasta que leí, en formato digital, El futbol a sol y sombra, el segundo libro de futbol que escribiste. Me enamoró. La obra no es el hilo negro de la historia del futbol ni un recopilatorio de estadísticas reveladoras. Es un homenaje al bien escribir, a la pluma sencilla y entretenida, pero profunda y adictiva. Un puente entre el placer y el deber del balompié. Cada una de las historias de la obra dan ganas de salir corriendo a contarlas al vecino, cada figura literaria hubiera sido un tuit multiretuiteado, cada ironía hubiera ganado sola cualquier concurso de standup. Leyendo El futbol a sol y sombra rectifiqué que tal vez por primera vez en mi vida había encontrado un ídolo, unas huellas que perseguir, un estilo al cual aspirar.

Salí de TDN porque se consumió mi motivación, la monotonía de las noticias atentaba contra mi pasión por el futbol y decidí dejarlo por la paz. Pensé que nunca más regresaría a las canchas del periodismo deportivo, pensé que si no era por el camino que ya existía no podría ser. Pero luego los leí a ustedes de nuevo, a Villoro, a Enric González, a Kapuscinski, y a ti, Eduardo Galeano, y me di cuenta que el futbol da para más, que es un lenguaje fantástico para hablar de cualquier tema, para interpretar el mundo… para pensar desde el futbol. Te debo tanto que hoy mi vida la dedico a algo que tú me inspiraste, a luchar por un discurso diferente encaminado a la apertura de la mente y no a la brevedad de los sentidos. Apuntes de Rabona, Eduardo, nació en parte gracias a ti, y no me podía atar las manos al dolor y no decírtelo.

Hace unas horas abandonaste un mundo como un jardín imperfecto en el que sembraste ceibas, sauces y breas, en el que jugaste con los aspectos más absurdos de la seriedad. Dejas un planeta que nadie vio tan injusto como tú, pero que pocos han disfrutado como lo hiciste. La pelota que es la Tierra recibió tu trato desde que eras un niño patadura que soñaba con ser profesional, y aunque nunca jugaste en un estadio, terminaste enamorando el esférico globo con tus palabras. Qué grande fuiste, qué eterno eres, Eduardo. En mí sembraste un bosque de inspiración y me invitaste a soñar sin tenerle miedo al mundo, que al final, no es muy diferente de una pelota.

Llegó el fin del partido, Galeano. Gracias por todo,

P.

13 de abril de 2015

Por Pedro González Moctezuma @gonmoc

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