Conocemos a Pasolini principalmente por su obra fílmica. Una obra que sin duda agita y rompe con la historia. No por nada Salò o le 120 giornate di Sodoma, sigue siendo un clásico imperdible que derriba fronteras. Eso, sin olvidar, la fina construcción de sus primeros trabajos, como: Accattone (1961). Donde se separa del núcleo neorrealista italiano, por medio de una narrativa crítica.
Ahora bien, Pasolini no se agota aquí. Hay otro Pier Paolo, uno más íntimo. Un artista que busca el latido de una palabra, ya no dentro de una secuencia de imágenes, sino dentro de la movilidad y la pasión que despierta un verso. Esta poética no es otra cosa, que una forma mediante la cual reconfigura tanto su proximidad con el arte, como su cercanía con el mundo. Regresando así, al amor que le despierta un balón de futbol.
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De la poesía a la pelota
Siguiendo la búsqueda que emprende en Le ceneri di Gramsci (1957). Donde los motivos que figuran, pretenden reconstruir la imagen del pensador y político italiano, desde una poética anclada en la voz de la tierra. Pasolini emerge, con otro discurso artístico completamente distinto, en el que busca lo mismo que en el poema. Es decir, resignificar un símbolo y traducirlo en pura poesía. Este símbolo, no será otra cosa que el futbol.
Pues como sabemos, de la tierra emergen además de las palabras y los poemas. Todo tipo de configuraciones populares, topologías que retratan a la perfección, la cultura de un espacio y un tiempo determinados.
Es por eso, que Il calcio è un linguaggio con i suoi poeti e prosatori[1], representa un hito dentro de la producción del cineasta italiano. Ya que entiende a la perfección, que si bien todo lenguaje es un sistema de signos. Ese lenguaje puede estar codificado en los movimientos y en las pinceladas del futbol. En este punto, seguro el Wittgenstein de las Philosophische Untersuchungen sonreiría. Pues la representación, tanto de la pelota como del juego, es un drama que se compone de palabras y actos. Transformándose así, en un acontecimiento lingüístico elemental.
De ahí que en Sobre el deporte, esa bella antología que armó Javier Bassas Vila, con los textos que el cineasta italiano escribió sobre el box, el ciclismo, las olimpiadas y por supuesto: el futbol. Nos encontramos con una imagen muy distinta de Pasolini, ya que ahí nos cuentan que: “por su típica manera de lanzarse por el lateral y su ardiente carrera”[2], Ninetto Davoli y otros más le llamaban: “Stukas”[3].
Sin duda, lo anterior es un canto elemental, que nos habla del amor que Pier Paolo sentía por el balompié, quizá también porque era una manera de recordar una ciudad muy peculiar. Cuyo espacio urbano y geográfico, aún guardaban una huella indeleble en su alma. En este punto, por supuesto me estoy refiriendo a Bolonia.
Ante todo, un tifoso
Es innegable que el amor que Paolini sentía por Bolonia estaba atravesado, por el amor que sentía por el futbol. Pues el tifoso, es una criatura muy singular, ya que no es un simple “hincha” del futbol, es un enfermo del balompié. Alguien que lo sufre, que lo padece en lo más profundo y recóndito de su ser.
Por eso, el amor que el cineasta le profesaba a su tierra, invariablemente estaba grabado en su adscripción, eminentemente voluntaria, al Bologna FC. Y es en este seguimiento, donde encontramos un mapa que nos guía a través de las calles italianas de la posguerra. Allí, donde un balon le permite jugar a 22 personas, en otras palabras: el territorio libre de la imaginación. Después, las películas, los poemas, pero en un principio y al final. Siempre estuvo y estaría el futbol, “el único gran rito que queda en nuestra época”, diría alguna vez Pasolini.
[1] Texto publicado en Il Giorno, el 3 de enero de 1971. Cfr. Pier Paolo Pasolini, Sobre el deporte (Barcelona: Contra ediciones, 2015), 9.
[2] Ídem.
[3] Loc. Cit.
Por: Andrés Piña / @AndresLP2